lunes, diciembre 30, 2013

Balance

Al final no me resistí. Aunque mi balance de 2013 será breve.
Vete. Vete y no vuelvas, pero déjame aquí a dos personas muy especiales que han llegado, curiosamente cuando empezaste a ir muy mal. Y deja a las que ya estaban y han seguido a mi lado.
Llévate todo lo demás.

viernes, diciembre 27, 2013

Vida

La vida es aquello que ocurre y que casi nunca es como espero. Los segundos que se escurren entre las manos y son, repentinamente, años que han pasado y no me he dado cuenta. 
Sin embargo, lo peor no es esa mirada al presente que se ha convertido en pasado antes de que haya podido reaccionar. No. lo peor es cuando estoy parada frente a mi vida, la miro y me doy cuenta de que no sé qué decisión tomar. Lo que más temo es la indecisión. 
La duda puede empezar por algo sencillo: no sé si salir o quedarme en casa. Y elegir algo tan simple empieza a convertirse en un lastre que se une a otras muchas indecisiones (callar o hablar; ir o quedarme; cambiar o seguir...) hasta que empiezo a sentir, de nuevo, el nudo en la boca del estómago y el pánico empieza a apoderarse de mí.
Sé que ese miedo es más porque vuelvo a estar indecisa que por la misma necesidad de decidir, pero ahí está y parece que le coge el gustillo a mi cuerpo. Porque deja de ser una cuestión de cabeza para ser una cuestión de entrañas. Que se revuelven y se rebelan contra mi propio ser (si entendemos el ser como aquellas palabras con las que nos pensamos y configuramos en nuestra mente). Pero soy consciente de que esa no soy yo, y pataleo en mi interior cual araña flotando a la deriva en un charco que no son más que cuatro gotas escurridas de nuestra barbilla. Me debato peleona hasta que logro parar. El truco es parar. Dejar de decidir. Porque mi decisión pretende ser un análisis de cada pequeño detalle e ínfima posibilidad presente y futura como algo fundamental que podría cambiar mi vida hasta el punto de llevarla a lo más bajo.
No controlar. No querer controlar hasta el mínimo pormenor de lo que ocurre a mi alrededor. 
Volver a arriesgar. 

martes, diciembre 24, 2013

Invierno

Cada copo es distinto. Los rozaba. Cada persona es única. Miraba alrededor, extrañada. 
Había tantas posibilidades. El viento arreciaba.
Existían tan pocas respuestas. La escarcha helada.
Montañas de nieve y tormenta de palabras que se amontonaban sin parar.
Aceras desaparecidas por un blanco manto, mientras el negro llena la página.
Frío, ¿en el alma? Fuerza que se desata y clama.

martes, diciembre 17, 2013

Madrugada

Salir a la calle cuando aún es de noche. Cuando la luz no es luz todavía y las calles parecen mojadas con las legañas de noches apenas descansadas entre sábanas que nos rechazan por solas. Miras al cielo en busca de ese sol que indica que el día es nuevo, y trae esperanza, pero las nubes que percibes ni siquiera dejan ver las estrellas. Das pasos indecisos, que no inseguros, porque la niebla que te rodea no es externa. Y el corazón se empapa de esa lúgubre opacidad por la que no se filtra ninguna claridad. Parece que no habrá día. Te encierras entre cuatro paredes y no es hasta muy tarde que descubres que sí que hubo sol. Pero no lo suficiente como para acabar con las sombras que han salido de los rincones de tu alma expandiéndose y conquistando el terreno que intentaste abonar infructuosamente de certidumbre. Da igual si brilló deshelando las estalactitas que las lágrimas habían formado en las caras de los inocentes. Tú te has quedado en esa madrugada que te abrazó al poner el primer pie fuera de casa.

lunes, diciembre 16, 2013

Me gustaría decir que no habrá más. Pero suelo equivocarme de forma irremediable.
Me gustaría pensar que no me equivoco. Pero lo hago.
Parece ser que nunca salgo del mismo camino, que acabaré horadando. ¿Llegaré al otro lado?

viernes, diciembre 13, 2013

Vendrás

¿Vas a venir o no?
No sé si me apetece.
Pero, ¿vas a venir o no? 
Ya te lo he dicho. Estás empezando a alterarme los nervios. Estoy cansado.
No quieres venir... ¿No quieres venir? (entre susurros) No entiendo por qué.
No te he dicho que no quiera ir. He dicho que no sé si me apetece.
¿No te apetece? Pero, ¿entonces no vienes?
No sé, me cansa.
¿Te canso?
Me cansa. Me cansa la vida, me cansa ir, me cansa hablar sobre si voy a ir.
¿Te canso?
No
¿De verdad?
Entonces, ¿vas a venir o no?

martes, diciembre 10, 2013

#FreeJavier_Ricardo #FreeMarc

Conocí a Javier Espinosa en Melilla. Ya casi ni recuerdo si vino por las crisis política de Melilla o por los problemas con las oleadas de inmigrantes. Sí me acuerdo de que yo era una cría y de que sentí reverencia por él y su forma de trabajar desde el minuto uno. Me lo presentó otro de los periodistas que más me enseñó de la que fue mi profesión, Miguel Gómez Bernardi. Me dijo que acogiera a Javier y compartiese mi despacho con él, que siempre podría aprender algo y que es bueno que los periodistas se apoyen. Yo lo habría hecho igualmente, nunca desarrollé esa faceta competitiva en el periodismo.
Así que Miguel me presentó a Javier y yo le ofrecí nuestros ordenadores, teléfonos, línea de internet y las pocas explicaciones que yo podía darle sobre lo que estaba pasando. Fue fácil. Me pasa a veces que conecto con algunas personas que parecen totalmente ajenas a mí, y con él fue así.  Me escuchaba y preguntaba y, a la vez, me explicaba a mi la situación que yo llevaba contando hacía meses. Me la explicaba enseñándome cómo mirar las cosas de otra manera. 
Me admiraba la facilidad con la que se hacía con la gente. Cómo conseguía que, incluso los más reticentes a hablar, se sintieran cómodos con él y le narraran. Cómo se movía en un sitio desconocido igual que si llevara allí toda la vida. Sus conocimientos y capacidad de interrelacionar sucesos, para mi a veces independientes unos de otros por lejanos, para explicar las causas de lo que sucedía en el ahora.
Recuerdo su risa y su forma de quitarle importancia a las cosas, a sí mismo, para dársela a quienes consideraba que tenían que ser oídos. Recuerdo su paciencia conmigo, con mi insolente, aunque temerosa y reverencial forma de preguntarle por su secuetro en Sierra Leona, porque no me cabía en la cabeza que después de esa experiencia alguien quisiera seguir contando las cosas y arriesgándose para contarlas con todas las perspectivas posibles. Sí, fui tan absolutamente cría de preguntarle.
Compartimos tardes de trabajo en los que yo me peleaba con las palabras y él me ofrecía una charla más útil que algunos de mis años de facultad. Me enseñó a que confiara en mi forma de ver las cosas y de querer contarlas, que yo siempre había deshechado porque soy rara, porque me interesan las cosas de una perspectiva que consideraba excesivamente personal. Él me hizo ver que mi forma de mirar (ajena a la de políticos, desde mi posición de ciudadana de a pie que no comprende) era válida porque era la misma que la de la mayoría de los que me iban a leer. 
En aquellos días, cuando casi le interrogaba sobre su vida profesional, me preguntaba cómo podría llevarlo su pareja. Porque aunque una sea también periodista, hay peligros que asustan a cualquiera. Y hoy, cuando he sabido que lleva tres meses secuestrado, he vuelto a pensar en ella. Y si admiro la valentía de Javier por querer estar y contar, hoy me maravilla la fuerza de Mónica García Prieto, que tambien está y cuenta, pero que, además, hoy comprende y sigue trabajando sin perder sus ganas de contar la verdad, a pesar de saber que él está secuestrado por quienes deberían estarle agradecido. Por contar la realidad.
Desde aquí no pido, EXIJO la liberación de Javier, y de Ricardo y de Marc. Por sus familias. Y porque ellos son los que se atreven y cuentan. Los que hacen visibles a los que nadie quiere ver. Los que nos explican a personas como yo, que nada sabemos, qué ocurre para que nos impliquemos y queramos cambiar este mundo tan estúpido en el que secuestran a personas como ellos. 
Un abrazo Mónica, aunque espero que sea el de Javier el que recibas pronto.

domingo, diciembre 08, 2013

El té

Hay cosas que empezamos a hacer por motivos extraños, y acaban casi definiéndonos. Como el té y yo. El té, las infusiones y yo. Ahora casi retiro a un camarero de la barra para enseñarle a prepararlo. Y nunca me gustó. Sólo me recordaba a cuando estaba enferma.
Pero tuve un novio, muy cafetero él y su familia. Yo no tomo café desde la carrera. Lo cambié por el cacao o el eko o cosas así. Y, al parecer, a él lo del cacao no le parecía guay, o le parecía raro, o algo. Así que, cuando empezamos a visitar a su familia, y sin que yo dijera esta boca es mía, empezó a decir que yo tomaba té. No sé de dónde se lo sacó. Nunca lo había bebido delante suya. Pero soy excesivamente educada (o era idiotamente tímida) y no me atrevía a contradecirle, así que tomaba té. Que no me gustaba. Le echaba un chorrito de leche. Como tampoco me gusta, era apenas una gota para quitarle parte del sabor a la infusión... Y sin saberlo, empecé a beber el té a la manera británica...
Y, tampoco es que me pasara la vida en la casa de sus familiares, pero empezó a convertirse en una costumbre. Y comencé a comprarlo. Luego probé infusiones de frutas, a ésas no necesitaba ponerles leche, y vi que estaban bien.
Y resultó que, en mi propia casa, dejé de tomar cacao. Tomaba té.
Ahora, si le preguntas a mis amigos, te dirán que soy de té. Muy british.
Hoy, si vienes a casa y abres mi armario de la cocina encontrarás unos cuatro tipos distintos, tres rooibos y alguna que otra infusión de frutas.
Nada de cacao, salvo el reservado para la repostería.
Y él ya no está en mi vida. pero el té sigue conmigo.

jueves, diciembre 05, 2013

Oleadas

Arrastraba los pies. Como metáfora del peso de su alma, dirían algunos. Pero no, sólo arrastraba los pies. Estaba cansado de sentirse cansado. Así que arrastraba los pies. Y no pensaba. Ese habría sido el logro del día si no fuera porque haberse dejado las gafas sobre la mesa lo había superado. Dejarse las gafas era importante. Así no pudo ver lo que se le venía encima.
En realidad daba igual verlo o no, se le iba a venir encima de todas formas, no se puede huir de un tsunami. Pero no verlo le daba una cierta ventaja: la de la ignorancia. El saber está sobrevalorado.
Pero ahora él no estaba en eso. Estaba en arrastrar los pies camino de ningún sitio. Es un buen lugar, ese ningún sitio. Pero a veces está petado. Mucha gente se siente en casa allí. O no se siente en casa, pero acaba allí igualmente. Cosas de la vida. 
Así que andaba, arrastrando los pies, hacia ningún sitio y rodeado de gente. Sí, había mucha gente ese día. Él lo habría pensado, pero no pensaba. Entonces le dijeron hola. Vaya, eso le obligó a usar la cabeza. Podría haber contestado mecánicamente, pero entonces no habría pasado todo lo demás, así que su mente se activó. Miró y vio esa nebulosa que da el ir sin gafas. Pero sonrió. Y se puso a hablar.
Esa conversación que fue el inicio del dejar de arrastrar los pies, de no pensar... Afortunadamente las gafas seguían en la mesa... Donde las encontró la catástrofe.

miércoles, diciembre 04, 2013

El precio

Me cuesta desprenderme de ciertos pesares, de ciertos comportamientos y de algunos defectos.
Tardo en dejar de exigirme o de sentirme culpable.
Reacciono a destiempo y con retraso, por lo que a veces gano algún que otro sufrimiento.
Me paralizan las cosas que no me salen tan bien como sé que podría hacer.
Me cabreo conmigo misma cuando sé que lo que hago sólo conseguirá alejar a personas. Me cabreo y no dejo de hacerlo.
Reacciono mal cuando pierdo.
Hablo fatal cuando me tenso. De hecho, me convierto en un camionero.
Pero lo que menos menos menos quiero es seguir sintiendo esto.

domingo, diciembre 01, 2013

Extraño

Los bordes se habían difuminado. No quedaba nada de la realidad que esperaba. Abrir los ojos y ver que no era nada. Que nada era lo que era. Quiso alargar la mano, pero tuvo miedo... De sí  mismo. Las palabras se le amontonaban en la mente y dejaron de tener coherencia, igual que le había ocurrido al mundo que le rodeaba. No había cama, ni ventana, ni paredes, ni ¿vida?
No estaba seguro. De nada.
Pensó que quizás no había abierto los ojos. Pero eso daba más miedo. ¿Soñar con que no había perfiles ni finales? O saber que no los había en el subconsciente... Eso parecía más terrible que alcanzar con su mano y sentir el desvanecimiento de su realidad.
Se creyó quieto. Aunque quizás ya se hubiera levantado y hubiera empezado a andar. Sin contornos no estaba seguro. Puede que caminara inseguro por un pasillo sin finales, aunque con un límite claro. Una puerta bastante difusa.
Entonces, empezó a girar sobre sí mismo. ¿Estaba cayendo? Sólo sabía gritar, silenciosamente, con una mueca terrible por angustiada. A lo mejor alguien vendría a rescatarle.

miércoles, noviembre 20, 2013

Vocación

El 27 de Abril de 2005 (si mi memoria no me falla demasiado) apagué el ordenador de mi despacho, cerré la puerta y dejé atrás y, hasta hoy, de forma definitiva, la que es mi profesión vocacional desde los 10 años. Escribí las últimas palabras que saldrían publicadas firmadas con mi nombre y seguí mi camino sin mirar atrás.
La excusa fue que estaba cansada de vivir lejos de mi pareja de aquel entonces (el que pensaba era el hombre de mi vida). La excusa era que quería tener una vida en común y familia (de dos, pero familia). Y no fue una mera excusa... Del todo.
Porque esta decisión, que me costó tomar unos ocho meses de dudas, de decidirlo y echarme atrás, de estrés, fue principalmente tomada porque no pude. No pude con la profesión que amo, por la que estudié, viví en cuatro ciudades distintas, aprendí cosas que nunca me interesaron, pero que tenía que saber para poder escribir de ellas; superé una timidez brutal que me hacía ponerme enferma cada vez que tenía que enfrentarme a desconocidos, por la que perdí muchos kilos, muchas ilusiones y más de una esperanza.
No pude con escribir día tras día sobre política autonómica (tema nada más lejos de mis intereses pero al que llegué porque los avatares profesionales se emperraron en llevarme a él). No pude con no entender, y muchas veces no querer entender, los entresijos de una política que no me gustaban. No pude con un periodismo que en mi medio, que me dejaba bastante independencia en general, todo sea dicho, pretendía obligarme a titular antes de conocer (para mí el mayor delito del periodista, porque de esta forma obligamos a la realidad de lo que nos cuentan a transformarse en la realidad que queremos contar).
Muy pocas personas saben esto. Muy pocas saben de verdad cómo me sentí y lo que me costó tomar esa decisión.
Pero hoy, al acudir a una charla de corresponsales de guerra, de escuchar a una amiga hablar de su trabajo, y a grandes periodistas de sus vidas profesionales, me he dado cuenta de que mi fracaso, afortunadamente, fue mío. Porque a pesar de todo, a pesar de que el periodismo cada vez es menos periodismo y más entretenimiento porque es lo que quieren vender las empresas, hay muchos (cerca y lejos, en guerra o en paz) que siguen siendo periodistas, es decir, transmisores de la realidad, analistas de las causas y consecuencias, testigos, gracias al cielo no totalmente imparciales, de lo que el ser humano hace cada día con él mismo y el mundo.
Y no me arrepiento, para nada. Tomé una decisión dura y dolorosa que me ha llevado a una vida en la que soy básicamente feliz. Seguramente si hubiera seguido siendo periodista, a parte de que es altamente probable que hubiera acabado ingresada en algún hospital por colapso físico y mental; no sería feliz. Porque dejé de ser capaz de convencerme que hacía todo lo que podía todo lo bien a lo que yo llegaba.
Pero sin arrepentimientos, hoy sentí esa punzada en el corazón del amor perdido. Aunque, afortunadamente, quienes seguís luchando día a día por contarnos la realidad hacéis que esa punzada se transforme en calma. Lo que amo sigue vivo. Y que sea para siempre.

domingo, noviembre 17, 2013

Frío

Los restos del hielo salpicaban los pantalones que apenas le dejaban moverse. Atravesar un río helado tiene sus riesgos, pero parecía que avanzar tras haberlo logrado era aún más peligroso. Daba igual que hubiera encendido una hoguera para secar la ropa, o que la rabia que le hacía seguir avanzando lo calentara a él lo suficiente como para no sentir la congelación. Eran sus miembros los que se negaban a ir más allá. Sus piernas las que le decían 'queremos volver a casa'.
Pero no había otro camino. Adelante. Con hielo o sin él. Adelante. El atrás era un oscuro vacío. Le habría gustado que fuera un vacío figurado, pero no lo era. No había atrás. Su mente no tenía más allá de la última hora registrada en su memoria. Cruzar el río y seguir. Era todo lo que veía cuando cerraba los ojos e intentaba averiguar qué llenaba antes esa negrura interna.
Poco a poco empezó a darle igual el vacío. La rabia crecía por oleadas aún sin saber de dónde. Y era bastante. Para apagar el fuego, recoger lo poco que le quedaba y seguir. No había camino, porque sólo había un sendero. El de su memoria inexistente.
Pelear y avanzar. 
Los ruidos pasados habían desaparecido junto a los recuerdos. Pero parecía que el presente se empezaba a empapar del mudo sonido de su cabeza. O se había quedado sordo o el mundo estaba aguantando la respiración para ver adónde le llevaba su rabia.

jueves, noviembre 14, 2013

Sentado en el parque

Cuando llegó ya estaba sentado en el banco. De negro, con un libro entres sus manos, la cara concentrada, y una gran bolsa de deporte a su lado. No le extrañó. No iba a ser ella la única que decidiera dedicar su media hora de desayuno a leer tranquilamente en el parque. De hecho, sonrió. Escogió un banco un poco más allá entre el sol y la sombra y leyó mientras pelaba y comía sus mandarinas.
Al irse, apenas 20 minutos después, volvió a mirarlo, aún concentrado en su lectura, y volvió a sonreír.
Al día siguiente, cuando retornó con pasos seguros y lo encontró en el mismo banco tampoco le dio demasiada importancia. Ella llevaba varias semanas yendo, invariablemente a la misma hora (a la hora que podía salir de su oficina según los turnos), a ese lugar a leer. Le llamó algo la atención que estuviera en el mismo banco, misma postura, misma bolsa de deporte al lado, pero, ¡qué demonios!, los seres humanos somos animales de costumbres.
Sin embargo, cuando pasó una semana, y un fin de semana y percibió que la bolsa parecía menos voluminosa, mientras el banco empezaba a amontonar libros alrededor de este hombre, sintió curiosidad. ¿Llevaba la misma ropa? Nunca había querido mirarlo muy fijamente por no importunarle, pero ese día no pudo evitar hacerlo. La cara de él seguía concentrada en la lectura, pero parecía distinta. La barba ya estaba presente, algunas ojeras circundaban sus ojos, ¿estaba algo demacrado? No quiso pensar más.
Pero una semana después, él seguía allí. Y allí estaba la tarde que, en uno de sus paseos vespertinos, ella decidió encaminarse hacia ese parque, tranquilo, bastante céntrico y a la vez como alejado de todo. Ya no lo evitaba. Llegó a saludarle con la cabeza. Él tardó días en responder a ese saludo, apenas levantaba los ojos del libro, los libros, porque ya era evidente que los devoraba compulsivamente allí sentado.
Sin atreverse a decir palabra, pero cada vez más preocupada por cómo lo veía demacrarse día tras día, ella empezó a dejarle comida, alguna bebida, incluso un paraguas, porque un día cayeron unas absurdas gotas que sólo sirvieron para mojar los libros que empezaban a ocultar parte de su cuerpo.
En la cama, de noche, ella se imagina la figura de él, enjuta, encogida, quizás aún intentando leer. Y sólo podía darle vueltas a por qué esa terquedad en permanecer allí, no hablar con nadie, apenas mirar a nadie, ni a ella cuando le dejó algo de comida... Quizás ni siquiera la comía él.
Ya llevaba un mes viéndolo a diario. El frío había empezado a hacerle molesto quedarse sentada leyendo y, algunos días, pese a su curiosidad, iba a desayunar a un bar cercano, acompañado de sus compañeros, intentando olvidarlo a él.
Y llegó el día que hizo el 36 desde que lo vio aquella primera mañana. Y no pudo más. Se acercó sin dudas. Retiró un poco una de las montañas de libros, la que estaba más cerca de él. Se sentó a su lado y mirándolo fijamente, lo que hizo que él se girara, le dijo: ¿qué haces aquí? Él parpadeo un poco al retirar los ojos del libro, intentando enfocar su cara correctamente. Y empezó a hablar.

lunes, noviembre 11, 2013

Rozó la barandilla y sintió el frío de la noche que recorría sus dedos, su mano y subía por el brazo, en contraste con la calidez de la mano que reposaba en su hombro. Se giró levemente para asegurarse de que ese peso no era el recuerdo de un cuerpo, y la vio allí, mirando exactamente igual que él, al horizonte infinito.
¿No crees que el invierno está tardando?
Ya sabes que siempre piensas lo mismo para, en dos días, arrepentirte de que el frío cale tus huesos.
Ya, pero me gusta acurrucarme en ti.
Él no le dio importancia. Nunca se la daba. Eso habría significado un signo de debilidad.

domingo, noviembre 03, 2013

Sueños

A veces da miedo cumplir los sueños. O, a veces me parece que me da miedo cumplir mis sueños. No sabría escoger entre la opción de que sea cierto que da miedo o que parece que da miedo. Escucho a Debussy y pienso que siempre quise tocar el piano para tocar cosas como Claro de Luna. Escucho a Debussy y pienso en mi piano, en la habitación contigua, silencioso hace ya demasiados meses (¿quizás un año?). Mi libro de solfeo cerrado sobre él, mis lecciones manuscritas por mi profesora cogiendo polvo, igualmente calladas. Quedas en un clamor que retumba en mi corazón y mi cabeza. Un griterío que dice que no soy capaz, enfrentado a otro que dice que no lo intento. 
Tengo manos de pianista, dicen. Me coloco perfectamente frente al teclado, con mis dedos perfectamente alineados y absolutamente correctos... Pero quietos y sin rozar las teclas... 
Pero cuando toco, cuando recorro las octavas, aunque sean meros ejercicios repetitivos (el portato, los hombros...) soy la música. Me diluyo, desaparezco, más que cuando canto. Cuando toco el piano me disuelvo y vuelo, viajo como las notas, como la melodía, aún en mecánicas escalas repetidas una y otra vez. 
No quiero tener miedo.
Quiero tocar.
Quiero saber tocar y saber leer las partituras que tengo sobre mi piano. Supe hacerlo. Ahora sólo tengo que aprender. A dejarme ser piano. A dejarme ser música. A no soñar, porque ya sea cierto. 

martes, octubre 29, 2013

A la vejez, viruela

Soy una lectora compulsiva. Desde que sé leer. De pequeña, los libros pensados para mi edad me parecían cortos y, muchas veces, carentes de interés por sencillos. De adulta, he leído todo lo que caía en mis manos. Apenas selecciono, porque no leo con ningún otro objetivo que disfrutar la propia lectura, evadirme, a veces; vivir otras vidas. Leo lo que me llega por recomendaciones de amigos, oído al pasar, una portada o título que me llaman la atención o temáticas o autores que me gustaron en el pasado. 
He leído de todo pero nunca leí poesía. A pesar de haber tenido mi época de escribirla como cualquier adolescente hijo de vecino, salvo los poemarios impuestos por el sistema educativo, jamás me atreví a acercarme a ella. Me asustaba. Me asustaba no entender el trasfondo, me asustaba que me aburriera, simplemente pensaba que había demasiado por leer para complicarme la vida.
Hasta ahora. No sé por qué, un amigo pensó que yo podía ser carne de poesía. Y acertó. No voy a nombrar autores porque aún estoy temerosa de mi desconocimiento de este mundo nuevo que se ha abierto ante mis ojos. Sólo puedo decir que, por muy mayor que sea, me alegra haberme encontrado con estas nuevas palabras, esta forma de escribir que me atrapa por sus ritmos, sus rimas existentes o no, sus cadencias, sus tempos y temas...
Me asombro de mí misma pidiendo más, buscando, ávida, esos versos que, más vale tarde, he descubierto hablan de mí, me cuentan a mí, me llenan, vacían, sacian y hacen sonreír o reflexionar.
Debo confesar que para mí es fácil sentirme atrapada. Mi amigo me selecciona. Pero también, estas selecciones, me llevan a desear investigar, probar nuevos caminos, nuevos autores. Descubrir que hay más 'yos' esperándome en verso. Y me gusta sentirme adoptada. Ahora soy una niña caminando por sendas desconocidas, pero que sabe que, quien tiene al lado, conoce el camino. Y ya no es uno, son muchos mis amigos que me enseñan.
Y, sí, alguien dirá por ahí que, a la vejez, viruela. Pero me encanta proclamar que, por fin, soy una conversa.


lunes, octubre 21, 2013

Discusión sobre el amor y otras menudeces con mi álter ego masculino

Mi álter ego masculino declara:
Mirad al cielo. Después mirad al mar. Un reflejo. No es más que la luz del sol al reflejarse en un pez plateado. Es curioso, pero cada vez que recuerdo el mar pienso en peces plateados. ¿Dónde están los peces de colores?
Mirad la noche y observad las farolas. A su alrededor, atraídos por la luz incandescente, numerosas mariposas nocturnas vuelan a su alrededor. Es lo único que podemos ver en la ciudad. La luz oculta las estrellas. El reflejo artificial sobre sus alas oscuras es lo más parecido a estrellas fugaces en la  noche urbana.
¿Acaso no es eso el amor? ¿El reflejo esquivo de un pez perdido en un mar transparente en días de verano? O, ¿el espejismo fugaz de la luz de una farola sobre un breve vuelo circular de una polilla en las noches primaverales?
Siempre hay un pez más grande o un murciélago, dispuestos a apagar el circunstancial reflejo.

... Y yo os digo:
Mirad al cielo y luego al mar, y estaréis tan cegados por la luz que sólo veréis el reflejo y no los peces de colores que surcan cada ola, a veces a contracorriente. 
Mirad la noche y las farolas. Y quedaréis encerrados por los muros de una ciudad que no sois vosotros y que no os dejan ver lo que hay en lo más profundo. Allí donde el amor reside.
Porque el amor no son reflejos ni espejismos. El amor es lo que te permite ver la realidad de quien eres y colorea el mundo para que el dolor que otros provocan no te hiera en exceso. El amor es tu refugio a los cielos que ciegan por su claridad y a las calles apenas aclaradas por tristes farolas.
Y puede que haya peces más grandes, murciélagos o incendios y marejadas. Pero el amor seguirá latiendo.

domingo, octubre 20, 2013

Lluvia

La primera gota cayó sobre el cristal.
La segunda golpeó el suelo.
La tercera y la cuarta mojaron la ropa tendida hacía unos instantes, al sol, para secarse.
La quinta marcó el inicio de un chaparrón que no dejó seco ningún rincón de la calle.
El chaparrón, con sus infinitas gotas rebotando en todas partes, dio pasó a la tormenta.
Tormenta que arreció con el viento y salpicó los bajos de los pantalones del hombre que paseaba.
No llevaba paraguas. Dejó que el agua le calara hasta el alma.

viernes, octubre 18, 2013

Mujeres

Nunca entenderé por qué no os dais cuenta. Por qué no sois conscientes de toda la belleza que se vierte desde dentro y desborda vuestro ser hasta alcanzar a todos los que os rodean. Cómo no veis la fuerza que late inmensa en vuestro corazón.
La inteligencia no sirve de nada si las lágrimas rezuman desde lo más profundo. Y no lo entiendo. No entiendo que no os sepan querer y vosotras no os queráis lo bastante como para que el amor lo pueda todo, porque lo puede todo.
No llego a comprender que ese sentimiento de no valer, de no vivir, de no saber si se está viviendo sea mayoritariamente femenino (o eso me parece). Porque no he conocido personas más fuertes que vosotras, mujeres que me rodeáis y seguís adelante.
Y lloro con vosotras. Pero mis lágrimas son de impotencia. Dolor puro por no ser capaz de mostraros, en el reflejo de mis ojos, en mis palabras, en mis actos hacia vosotras, quienes sois, quienes verdaderamente sois, porque parece que vosotras os perdéis en imágenes irreales salidas de un imaginario colectivo que, en demasiadas ocasiones, ha restado valor a lo femenino.
Y es el sexo, y la pasión, y el trabajo y la belleza y el placer y el dolor y el duelo y la violencia.
Es todo, porque para mí que perdéis el norte, y yo lo pierdo junto a vosotras, porque no lo entiendo.
Y no me bastan los abrazos con que os intento trasmitir esa fuerza que me explota dentro y que vosotras también lleváis, pero dormida por vuestras propia lógica irracional.
Ojalá consiguiera que despertarais. Ojalá lo entendiera.

miércoles, octubre 16, 2013

Por qué me llaman Bridget Jones V

Soy ciclista. Mi medio de transporte para ir a trabajar, para salir por ahí, para moverme, es la bici. También hago rutas por el campo.
Y en eso, y en el trabajo que me quedaba por hacer, venía pensando esta mañana al volver a la oficina del desayuno. Pensaba, al acercarme al carril bici 'qué bien que como soy ciclista siempre tengo cuidado al cruzar'. Pensaba, hay que mirar a los dos lados... Pensaba, y mientras pensaba miraba al semáforo que se ponía verde para mí, a un lado del carril bici y avanzaba segura para cruzar mientras giraba la cara al otr... Y ahí se quedó mi pensamiento porque me arrolló una bici. El pensamiento se quedó allí, mi brazo derecho y luego tras él, mi cuerpo, andaron un metro y algo arrastrados por el ciclista. Mi rebeca anduvo por el suelo...
Y yo, en shock, pedí disculpas...
El chico se paró a saber si me había hecho daño y ahí si atiné a contestar que claro... Pero yo seguía pensando en mi trabajo y me dirigí veloz a la oficina.
Allí mi jefe y compañeros no se creían que me hubiera pasado, me llaman ya la pupas... Eso sí, ¿y lo que se ríen conmigo y de mí? Eso, eso no tiene precio.

sábado, octubre 12, 2013

Quisiera

Sólo quisiera encontrar la forma de echarlo todo fuera.
De quitármela de encima y el corazón no estuviera encogido.
Echarlo fuera y que mis músculos se estiraran.
Sólo quisiera saber cómo echarlo todo fuera.

domingo, octubre 06, 2013

Fotografías

Es increíble cómo una imagen te puede golpear en la cara, hacerte tambalearte y llenarte de rabia. Es increíble cómo personas nos hacen tanto daño que da igual el tiempo que pase, cómo cambien, qué es lo que veas de ellos, que sabes que son ellos.
Hoy me tropecé con un pasado que creía haber superado en una exposición de fotografías. Ahí, entre otros cuantos, en una pose que casi no se le veía la cara, pero que a mi no me impidió reconocerlo, estaba el gran hijo de puta que amargó los inicios de mi carrera laboral, que me hizo víctima de moobing.
Ha sido como una hostia. Al menos no ha sido dolor. Ha sido rabia. Una rabia que me ha noqueado, que me ha dado ganas de coger la puta foto, romperla, pisotearla y vengarme en ella de todo lo que no pude hacer con mis 23 años, asustada y descolocada.
Menos mal que aún tengo amigos que me saben recordar que ya no soy aquella y que hay personas por las que no merece perder más tiempo de mi pensamiento.
Espero que esta vez, con la rabia se haya ido, por fin y definitivamente, todo.

sábado, octubre 05, 2013

Imagen proyectada

Sería bonito, aunque quizás fuera más acertado decir curioso, vivir por un día viéndote con los ojos que te ven los demás. Descubriendo esas sutilezas propias que a uno mismo se le escapan y que, sin embargo, parecen claras como cristales limpios para el resto del mundo.
Quizás así podría averiguar cómo o cuándo mi cara dejó de reflejar mi alma. O si mi cara ve más allá que yo y es ese claro reflejo de mi espíritu, que yo no consigo percibir del todo. Porque no deja de asombrarme cómo, cuando peor estoy, cuando más enrabietada, triste, perdida, angustiada o sollozante me siento por dentro, más bien me ven por fuera. 
Después de casi dos meses de desesperación, quizás haya llegado a una calma que no me atrevo a creer, pero que mi cara sí cree y muestra día tras días, ganándose los cumplidos y la felicidad por mí de los que me rodean.
No me importa desprender ese algo que los demás advierten. Lo que me extraña es que yo tenga que pararme a pensarlo, por no sentirlo así, por no sentirme así.
Quizás el destino pretende que aprenda a través de las palabras ajenas, o más bien, de los ojos ajenos, que ya he llegado a ese punto de sosiego al que, en mi opinión, me debería conducir toda esta serie de calamitosas desdichas que me han tenido asustada y en tensión en las últimas semanas.
Quizás debería mirarme en otro espejo. Tus ojos.

jueves, octubre 03, 2013

Enfado ¿universal?

Hay veces en las que no puedo con mi sino. Etapas en las que no comprendo por qué me pasan ciertas cosas, aunque tengan una fácil explicación lógica, y me resisto, como pez atrapado entre las redes. Y me siento triste, y enfadada. Me enfado contra todos, contra el mundo, cuando en el fondo estoy enfadada conmigo.
Porque en el fondo es eso, enfado conmigo. Por inocente, por crédula, por naif, por irresponsable, por ¿tontalculo? Un enfado que es tan profundo que me cuesta desprenderme de él, que me lleva a acciones que no me gustan y que me hacen repetirme una y otra vez y otra y otra que, cueste lo que cueste, no puedo pagarlo con quien menos se lo merece (en este caso, cualquiera).
Y me entran ganas de gritar y de romper cosas, pero, oye, soy civilizada y ni grito ni rompo cosas (gracias unaexcusa por la idea de cantar a gritos como sustituto de un viaje a cualquier acantilado perdido a desgañitarme), pero siento mi alma como un león enjaulado en este puñado de carne, huesos y sangre que soy (a día de hoy, otra vez, más hueso que otra cosa).
Y me enfada aún más dejar que la melancolía del otoño, la revolución hormonal (consecuencia de una de esas cosas que me pasan y no comprendo por qué) y mi propia pesadumbre me hagan seguir en este círculo autodestructivo, porque sí, lo miremos por donde lo miremos, cualquier enfado, por muy metafísico que nos parezca, es agotador y poco productivo porque, como dice mi padre, gastas el doble de energía: la de enfadarte y la de desenfadarte. 
Así que intento ser calmada, y zen, y meditabunda, pero, ¿a quién quiero engañar? En mi vida he sido ninguna de esas cosas. Soy más bien, no sé, un torbellino que en demasiadas ocasiones se eleva para acabar estampado contra el suelo de la realidad, después de vivir en su propio mundo, no de ensueño, porque eso sería pedir demasiado. 
Así que aquí estoy, pensando que, quizás las palabras, esas grandes amigas que siempre fueron refugio, hagan que la rabia se vaya... O me demuestren que, efectivamente, no vale la pena la energía gastada que, por otro lado, necesito para empezar a ser más carne y menos hueso... O quizás, simple y llanamente, el teclado se haya convertido en mi nueva forma silenciosa de gritar y gritar al mundo '¡oye, que ya lo capto!'. Aunque, seamos sinceros, en realidad captar captar, capto pocas cosas. Soy más de estamparme, como ya he dicho. O de recibir las hostias del destino con puro estoicismo (cosa también falsa como estas propias palabras demuestran). 
Así que me quedan muy pocas opciones. O todas las del mundo. Pero parece que seguir enfadada no debería ser una de ellas. No me sirve de mucho. Así que, aquí va mi grito: ¡FUERAAAAAAA!

viernes, septiembre 27, 2013

¿Casualidad?

Hoy he sonreído, más bien he reído. Cuando le he preguntado a alguien por qué le caía yo tan bien como para hacer por mí una serie de cosas que sé que para esa persona no son tan relevantes, pero que para mí son de una bondad exquisita, sin apenas conocernos, me contestó: porque el día que te conocí te vi perdida.
Y me he reído no porque me viera perdida, si no porque reaccionó como lo hago yo. Aunque ese día no andaba tan perdida (estar así es más mi estado natural que algo pasajero), es cierto que necesitaba volver a tener fe en el ser humano y que estaba en el punto en el que sabes que tienes que empezar a tomar decisiones, pero aún no sabes cuáles serán esas medidas.
Y esta persona reaccionó exactamente igual que yo lo habría hecho en circunstancias parecidas. Brindando su mano sin importarle de qué me conocía. Y eso me ha hecho sonreír. Porque es una prueba de que no soy tan especial, ni tan rara, ni tan única (y, aunque no os lo creáis, a veces y más con mi trayectoria vital, eso reconforta) y porque demuestra que la naturaleza bondadosa que yo siempre le di al ser humano está ahí, sólo necesita ser descubierta.
Añadió 'y agradezco encontrar gente como yo'. Y eso también me hizo sonreír. Ya he escrito innumerables veces por aquí la suerte que tengo con las personas que me rodean. No sé si es casualidad, cada vez creo menos que sea eso, pero lo cierto es que, afortunadamente para mí, en mi vida voy encontrando personas que son como yo y totalmente distintas, que me acompañan, me allanan el camino y me reconfortan.
Y no puede ser casualidad que aparezcan cuando yo o ellos necesitamos encontrarnos. En ese momento en el que quieres tirar la toalla, o en el que estás pletórica y necesitas propagarlo; o cuando, simplemente, empiezas a pensar que vas a estar sola.
No puede ser casualidad, porque entonces mi vida es una concatenación de casualidades digna de estudio. Porque igual que apareció esta persona, unas semanas antes apareció otra que pensaba que era para mi reconforte y resultó que era para que nos apoyáramos la una en la otra y aprendiéramos cada una de la que tenía enfrente. 
Porque cuando creí que lo había perdido todo al perder a quien amaba, llegaron muchos que me demostraron que no había perdido nada. 
Y no puede ser que yo quiera interpretar las cosas a mi manera, porque es una realidad tangible que antes no estaban y que estas personas me llegaron cuando las necesitaba. O cuando ellos me necesitaban. 
Y entonces, más que en casualidad, empiezo a pensar en karma. En que lo que recibes das, y que puede ser verdad que lo que dicen que doy, lo entrego, aunque para mí no sea nada, porque es quien soy.
Y curiosamente, que alguien me diga que me vio perdida, y que me ha hecho pensar que quizás lo estuviera más de lo que recordaba, me ha hecho sentirme bien. Porque, una vez más, algo que me apenaba se transforma en suerte, como por arte de magia. La suerte de volver a encontrar alguien que enriquece mi vida y se incorpora al mosaico de personas que conforman mi red de supervivencia.

jueves, septiembre 26, 2013

Inútiles intentos

El autoengaño es fácil. Eso dicen. Quizás soy una mala alumna. No lo consigo. Puedo deciros y decirme que no es lo que siento, pero siempre sé lo que late en el fondo. A veces duele. 
Sé cuando me ilusiono, aunque no lo diga. Sé cuando me equivoco, aunque me lance al error; sé cuando intento autoengañarme y sé cómo no lo consigo.
También pensaba que sabía que ir directamente hacia las cosas eran una forma de valentía. Pero quizás es sólo, como me dijo una amiga, una forma de chapotear en charcos fácilmente esquivables por no querer aprender. Aunque más bien me conozco demasiado como para no saber que el riesgo me vale la pena.
Las posibles futuras lágrimas bien valen lanzarse. Porque da igual hacía donde haga mi salto al vacío, lo que me mueve es esa excitación de sentir que el suelo ya no está bajo mis pies, el viento en la cara, y sentir ese resto de confianza hacia los otros que, a pesar de todo, aún late en mi corazón. 
No es que no quiera saltar el charco y evitar el barro, simplemente sé que SIEMPRE me levantaré.
No hace mucho también le explicaba a alguien, lo bueno de que el corazón se te rompa (a ella le dije te rompan, pero eso no era cierto, me lo rompí yo) en millones de pedazos hasta el punto de que te duela físicamente es que, cuando ya has tocado fondo después de escarbar y escarbar, y sales, y vuelves; SABES, verdaderamente sabes, que no habrá absolutamente nada que te deje atrapada en ese barro. 
Así que he decidido abandonar mis inútiles intentos de dejar de ser quien soy. No voy a ser kamikaze, pero tampoco voy a protegerme tanto como para renunciar a ilusionarme, intentarlo, vivirlo, disfrutarlo y, si toca, sufrirlo, con una sonrisa y algunas lágrimas.
Y habrá personas que no lo valgan, o que no me merezcan, o que no vean quien soy. Pero yo sí los veré a ellos. Y no les voy a dejar hacerme perderme, pero tampoco voy a dejar de lanzarme. Como algunos dirían, that's life. Y a mí, me gusta vivirla.

miércoles, septiembre 25, 2013

El pasado que ya no soy

Abrir una libreta nueva y encontrar una foto antigua tiene algo de magia. Al principio no sabía qué hacía ahí, una foto del año 97 en una libreta del año pasado, pero luego he caído que la busqué por mi melena... Echaba de menos mi melena.
Hace un año echaba de menos mi melena y busqué una foto. Hoy la he encontrado y he echado de menos esa mirada. Después de un arduo trabajo conseguí sentirme a gusto en mi ser y, ahora, de repente, he sentido un latigazo de añoranza por esa niña que sonreía en la foto, confiada, quizás porque no sabía todo lo que le venía encima y que me ha conformado hasta ser quien soy el día de hoy. 
No quiero ser esa niña, porque con 21 años era una niña. Esa niña a la que la presión provocaba problemas estomacales que la dejaban muerta durante días (pero que seguía trabajando igual). Esa niña que jugaba a ser adulta y no lo era, porque ni siquiera aún lo soy. 
Pero lamento haber perdido la inocencia de esa mirada que pensé que no perdería (está mermada, algo queda); haber dejado atrás esa confianza en el futuro, esa confianza sin dudas hacia la persona que me quería y me hacía la foto. Porque ahora miro de soslayo siempre, y no tengo esa fe ciega en lo que me dicen.
He sentido añoranza del no saber. 
Y me ha resultado curioso. Me siento muy a gusto en mi piel y en mi corazón. Si ahora miro atrás es para sonreír y darme cuenta de que el camino andado me ha permitido ser quien soy. Y, de repente, he extrañado aquellas partes de quien fui que me hacían confiada. Porque no sé si mi mochila me deja confiar, porque confío, pero siempre a la espera de la desilusión. Era más bonita la fe ciega.
Como todo, madurar tiene una parte fea.


sábado, septiembre 14, 2013

STOP

Y no precisamente en el nombre del amor... 
Empiezo a cansarme de estas continuas llamadas de atención del, llámemosle, Universo, para que pare. Cansada porque más que llamadas son brutales golpes que me dejan exhausta y sin entender muy bien a qué viene tanto alboroto.
No lo entiendo. En serio, ya no lo entiendo. He parado tanto, reflexionado tanto y reorganizado tanto mi vida este año (desde desaparición de las redes sociales para lograr el equilibrio hasta dejar de entrenar pasando por cosas que ya ni enumero) que, sinceramente, empiezo a pensar que todo esto es una broma pesada de algún mal karma que tuve que tener...
Porque soy una buena persona. Lo soy.Y, en serio, ¿tan acelerada es mi vida? Yo diría que no. Si me paro un poco y miro alrededor quienes hacen verdaderos malabarismos y machacan sus cuerpos y mentes son quienes tienen hijos y no paran de trabajar, y criarlos, y cuidarse, e intentan mantener las amistades, y vida y...
Y yo no hago mucho más que sobrevivir. Bien, pero sobrevivir. 
Así que, quizás el universo, karma, o lo que quiera que sea, más que pararme a hostias debería remitirme un mail, carta, mensaje en botella o discurso de desconocido (porque los conocidos ya sé qué piensan y me dejan igual de perdida o encontrada) que sea claramente comprensible para mi pobre mente mortal, que, o bien ya ha perdido todas las neuronas con el tinte, o es que intento ver señales donde no las hay y, simple y tristemente, esto es lo que llaman vida. 
Porque si aún me queda por aprender algo, sinceramente, no lo pillo. Así que, energías del mundo, en serio, quizás sería más fácil si me mandáis un whatsapp y, por un tiempo, sois vosotras las que me dejáis a mí tranquilita. 

miércoles, septiembre 11, 2013

Redecidir

No sé si es ya la cuarta o quinta vez que tomo la decisión. Que lo siento muy dentro, lo reflexiono y decido. Me doy cuenta de que tener a mi lado personas que no saben apreciarme, que no me ven, en realidad, sólo me trae daño, máxime cuando esas personas verdaderamente me han hecho daño, aunque fuese involuntario.
Y ya, cansada de tanta decisión y redecisión, no sé casi si expresarlo o mejor dejarlo en un recóndito lugar de mi mente para ver si, de forma definitiva, se convierte en realidad, o, más bien, saco la fuerza de voluntad suficiente como para mantenerme al margen. O firme. Alejada.
Porque no valió borrarte, así que lo intenté volviendo a tenerte en mi vida, pero entonces volviste a hacerme daño, pero, sobre todo, me enfadaste. Y me abriste los ojos. Tú mismo. Así que, quizás, está vez sí sea la definitiva. El punto en el que deje de imaginar presentes que no existen ni existirán, porque ni siquiera yo los quiero. Porque no es lo que quiero. Así de simple.
Absurdo cómo personas que no están tan dentro se quedan más enganchadas que las que de verdad fueron amor. Más fuerte que una enredadera. Creo que ha llegado el momento de la poda.

lunes, agosto 12, 2013

La calma agitada



Cuando el corazón empezaba a desbocarse, sólo la fuerza indómita del mar parecía calmar sus ansias de acabar con todo y con todos. Sentarse en la arena, sentirla en los pies, aún en el frío invierno, en las manos, oler el mar, notar el mar, su humedad.
Y, sin embargo, aún necesitaba unos instantes, a veces incluso horas, para dejar de intentar atarse a la tierra, de agarrar con fuerza la arena entre sus manos para sentir que se escapaba entre sus dedos, herida por la rabia o la frustración o las ansias de tener lo que pudiera parecer imposible. 
Pero, tarde o temprano, llegaba la calma. La respiración dejaba de ser entrecortada. El pecho paraba en las agitadas subidas y bajadas. Los ojos, entrecerrados, se iban abriendo al mundo. El pensamiento dejaba de amarrarse al círculo imparable de la sin razón y se centraba en el oleaje que, fuerte o calmado, mostraba el movimiento que es la vida. 
Recordaba entonces aquellos momentos de la infancia cuando el mar era su enemigo, porque la arrastraba, atrapaba entre sus fauces y la devolvía asustada y atragantada a la orilla. Pero también sentía la calma inmensa y la quietud de verse en el centro de la ola, donde estaba el aire que le permitía respirar debajo del agua y le hacía sentir tan eterna como el océano que la rodeaba.
Así mismo, podía sentir la mano en el hombro, rozando la cadera. La mano que le daba confianza, fuerza. El amor que la arropaba, incluso lejos del mar. Y no lo echaba de menos. Sabía que volvería. Porque amar era todo lo que quedaba.

martes, mayo 14, 2013

La vida tiene mil vueltas y yo a veces creo que estoy en un no parar. Sensaciones de no haber madurado o de no saber tomar decisiones de adulto. Sentirse vieja y niña a la vez, no soportar que me digan cómo tengo que vivir o qué tengo que hacer; los chantajes psicológicos o el intento de uso de la presión del grupo... Me siguen quemando igual, pero luego me paro y me siento pequeñita pequeñita.
Siempre pensé que cuando creciera (esa expresión que parece no acabar nunca) me sentiría adulta. Pero crezco y crezco, o, más exactamente, envejezco y envejezco (no en el sentido de las arrugas si no, más global, en el del pasar del tiempo) y cuando me paro y me miro veo a la misma niña de siempre. Más segura, es cierto, pero la niña. Por mucho que me digan, mi vida me parece un juego de casitas, en el que no tengo la mía (que no tendría que ser una propiedad).
Incluso ahora, cuando me he decidido y tengo la grandísima suerte de poder optar por un hogar en el sitio que quiero, siento que sigue siendo un juego. Que el dinero que invertiré y que se irá como agua entre las manos, no será de una vida real y adulta. Que seguiré siendo la niña que sueña con una libertad que en realidad ya tiene.
A veces pienso que no soy capaz de encontrar mi lugar en el mundo aunque esté en él. 
Y no es que siempre quiera (personas, viajes, sueños, trabajos, ocupaciones). No es que sea infeliz. Ni siquiera es que me sienta sola.
Es la insistente sensación de que todo esto es una prueba, y de que la realidad vendrá en un momento en el que yo ya estaré muerta y no podré hacer nada.
Lo más extraño es mantener esta sensación aun cuando soy feliz y sé que soy feliz. Podía sobrellevarla cuando estaba insatisfecha y triste, pero ahora, ahora no sé cómo gestionarla. Porque me asalta la duda de que, quizás, la verdad es que esta es la prueba, que mi vida es el expermiento y que, al final, será otra la que VIVA.

sábado, enero 05, 2013

Yo sé que mis amigos están a mi lado. Sé que me quieren y me aprecian. Sin embargo, hay momentos en que verdaderamente soy consciente de lo pendientes que están de mí, de cómo me aprecian hasta niveles que me dejan asombrada. Porque me llegan paquetes de libros, monederos en forma de corazón, entradas de teatro, mantas polares con mensajes que me hacen reír... Y el año sin Reyes Magos se convierte en el año repleto de magos, amigos, que me sorprenden y me dicen, con estos detalles que están ahí, escuchando, cercanos, cariñosos y con verdadero amor. 
Entonces, el valor puramente material de lo que me regalan se multiplica al infinito porque no dejan de sorprenderme y sobre todo, me hacen sentirme muy muy muy muy querida. 
Y da igual si el regalo me llega u otro se adelanta. El amor está ahí y me alcanza, me llena, me empapa de felicidad. 
Yo no creo hacer nada para merecer este aprecio y amor sincero y desinteresado. Sólo soy yo. No hay más. Y por eso más me emociona lo que hacen, los detalles, las atenciones. Y no me bastan las palabras para dar las gracias.
En serio, tengo mucha suerte.
De verdad, gracias.