miércoles, julio 09, 2014

Mirada de gato

Hay héroes por todos conocidos y los hay que ni pretendían serlo. Que surgen de las noches con luna, de un gato que se enrosca entre las piernas marcando el aire con su ondulante y erecta cola, y de unas notas de swing al piano que transportan a esos años en los que cualquiera podía ser un héroe, porque todos veían la cotidianidad como una oportunidad para ser mejores personas.
Silcat fue el nombre que decidió darse. Silcat era la firma que dejaba en esos hogares anónimos a los que llevaba una paz y la alegría de recuperar lo más ansiado. Nunca quiso decir cómo había comenzado todo, quizás fue por aquella vez que, simplemente, dejó fruta en la puerta de la anciana vecina a la que escuchó ansiar unos melocotones que no podía permitirse.
Se supone que la magia no existe, pero desde ese momento, desarrolló un sentido que le hacía olfatear, sentir aquello que los demás habían perdido y eran incapaces de encontrar. Y él se topaba con sus deseos. A veces eran cosas materiales (el libro de la infancia, las gafas regaladas por una persona especial que ya no estaba...), otras eran más confusas y sin embargo no complicadas para él. 
Silcat entraba en las viviendas de quienes habían perdido la esperanza y el hogar volvía a llenarse de la calma que da saber que todo saldrá bien. Recorría habitaciones semidesiertas y a oscuras y con sus ojos de gato percibía una tristeza oculta que sólo necesitaba un soplo de alegría, pesares que él cargaba y desaparecían, amores asustados que él llenaba de la confianza para afianzarse.
Al principio era invisible. Es decir, nadie sabía de su presencia y achacaban a la suerte recuperar lo perdido. Pero a raíz de que esa niña de profundos ojos verdes se quedara contemplándolo en medio de la oscuridad de la noche y le preguntara quién era, tuvo que nombrarse. Así que creó su firma. Esa S gatuna que lo significaba todo para muchos y para él no era más que un rastro innecesario. No le pesaban sus noches de insomnio, sus días le daban suficientes motivos para sentirse feliz.

Dedicado a Pedro, un profesor de claqué que inspira no sólo baile