jueves, diciembre 31, 2015

Balance

Es ya una tradición mi balance a final de año. Pero esta vez lo hago de una manera diferente.
Feliz
Después de tres años en los que sólo me apetecía quemar el año que terminaba, o de meterme debajo de la manta y no salir, o de desaparecer, me descubro sonriendo y feliz. 
2015 empezó estando de baja por lesión y continuó de baja por accidente de tráfico. Pero pasó. Mi cuerpo se va recuperando pero, sobre todo y más importante y lo que me hace decir que este ha sido un buen año, mi mente aprende. Y con ella, aprendo yo. A calmarme, a escucharme, a darme mimos, a buscar en mí lo que fuera no encontraré jamás (por mucho que me haya emperrado). 
Y es una sensación maravillosamente nueva y bonita y agradable. Sentirme aquí dentro y saber que, aunque a veces me salgo del camino, ya sé dónde estoy y qué es lo que tengo: a mí. Y, ¿sabéis? Resulta que no hay nada que me haga más feliz que tenerme a mí. Estar y ser. Ser, sobre todo. Ser de una vez. Y sonreír.
Así que, no sé qué me traerá 2016. Sin embargo, tengo muy claro lo que le traeré yo: más pasitos para crecer, más ganas de vivir, más ganas de ser feliz. 
También sé que toda esta felicidad no sería posible sin quienes me quieren. Quienes han estado a mi lado incondicionalmente, incluso cuando no es fácil estar a mi lado porque es difícil comprenderme.
Por tanto tengo amor y voy teniendo salud. Y un trabajo que me da el dinero para darme pequeños caprichos. ¿Se puede pedir más?
De manera que: gracias 2015, por haberme dado doce meses de aprendizaje, de lágrimas, sonrisas, penas y alegrías. 365 días de VIDA.
2016, entro en ti con ganas. No me defraudes.


sábado, diciembre 12, 2015

Estoy

No siempre se puede seguir el camino aprendido. Sobre todo si se aprendió tarde. Sirven los puñetazos a los cojines por no partirle la cara a alguien. Sirven las lágrimas derramadas en silencio sobre el ordenador, los apuntes o una misma. Sirve conocerme. Sirve saber que no es real, que solo está en mi cabeza. 
Pero todo ésto es el camino aprendido. La senda natural tira mucho, para el monte que suele ser un despeñadero con caídas en picado que apenas puedo frenar porque me prohibieron colgarme de los precipicios para no hacerme daño. Las heridas ya me las había hecho yo.
Al menos me quedan las viejas amigas. Palabras que vomito en el teclado para dejar que todo se vacíe. Llevo más de un año dejando espacio. Pues aún queda, por lo visto. No sé disfrutar ni de mí misma, aun cuando fue justo eso lo que dije: me voy a dejar disfrutar un poco. 
Ahora, con los apuntes a mis espaldas, me recuerdo: es divertido. Intento que lo sea de nuevo, porque, si no, la angustia me aprisiona de tal manera el pecho que empiezo a no poder respirar. Recuerda las asanas. Recuerda la consciencia. 
La vida es fácil. 
La vida es fácil y rompo con mi tendencia natural de complicarla. Porque no hay nadie más que yo. Y es bonito. 
Tengo que ser agua y fluir, pero no dejarme llevar, porque me creo que mi cauce son recovecos intrincados, cuando soy yo la que construye los muros altos para saltar. 
Me dejo caer, pero por una vez en la calma. O no, pero escucho la música para dejarme mecer y dejar ir y fluir. Dejar ir.
No sé dejar ir o cómo soy capaz de engancharme a la más nimia cosa que me haga daño. Sobre todo personas. Venga, os abro la puerta. Si hace falta voy a empujaros a patadas. Los puños ya están acostumbrados por aporrear cojines.