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lunes, marzo 11, 2019

La insoportable pesadez del universo

Lo más gracioso de todo es que la mayor parte de mi vida pensé que todas las personas eran así. Como yo. Que a todas nos pesaba el mundo y había veces en que era tal el calibre que sentíamos cómo los hombros estaban a punto de ceder y sólo queríamos desaparecer a otro planeta. Porque este era demasiado doloroso para respirar en él.

Convencimiento absoluto de que la angustia que me atenazaba cada pocas semanas no era sólo mía, sino de todo habitante de la tierra. Y, ante esta creencia, no entendía cómo a algunas personas les resultaba extraño mi humor, mi forma de moverme por el mundo. Y me aislaba. O me aislaban.

Fue muchos años después cuando me golpeó la verdad. No hay universalidad en esta sensibilidad extrema de que el universo entero depende de mí. De que soy la responsable de cada daño sufrido por cualquiera, cuanto más si es de mi entorno. De que yo debería poder, debo poder, evitar todo mal que exista y que la supervivencia de toda la naturaleza es algo de mi incumbencia.

Fue ese también el instante en que comprendí que no era real. Que no es mi deuda. Y que estoy menos sola de lo que me he sentido casi toda mi vida.

Con ambos descubrimientos una pensaría que se acabó, que los pozos han sido rellenados y que queda un camino llano. Y no. Saberse acompañada ayuda, pero no elimina. Saberse libre de culpa facilita, pero no borra.

Entonces arremetió la otra certeza. La de que siempre seré así.

miércoles, noviembre 07, 2018

Aguanto

Hay mares con menos resaca que la fuerza de mi pensamiento. Tifones menos destructivos que la espiral de mis ideas. Terremotos menos dañinos que mi (insana) necesidad de buscar mil explicaciones y revueltas a lo que, simplemente, es.
Me gustaría ser una de esas personas simples que empiezan y terminan y dan por zanjado, porque en unos días, en horas a veces, siguen adelante con ligereza. 
Sin embargo, nací con el estigma de un cerebro tocado por la sensibilidad extrema y la capacidad de no parar aunque esté exhausta y mi cuerpo perezca en insomnio y hambre.
El mismo seso que me enriquece con una curiosidad de esponja, ahora se convierte en enemigo voraz que prefiere arrasar con las briznas que quedan antes que permitir el refugio mínimo de un diminuto puerto seguro. 
Contener.
Controlar.
Aplacar.
Ser la otra yo que llevo entrenando durante años y que sabe que puede estar aquí y nada más que aquí porque lo que ha pasado está más allá de mis capacidades para ser cambiado y lo que no es mío no puedo entenderlo si la otra persona no se decide a explicarlo.
Voy y vengo. Me mantengo escasos minutos anclada a mí. Vuelvo y ato más fuerte las raíces que me costó encontrar y que me dieron alas. 
La última idea que queda es mi supervivencia.

martes, noviembre 06, 2018

Desamor

Podría pasarme la eternidad que perdurará mi alma intentando comprenderte. Podría rememorar cada segundo, cada palabra, cada gesto, cada escena desde todos los puntos de vista, como en el cine, cuando el director decide poner cámaras en los 360 grados para no dejar nada al descubierto. Podría enfadarme conmigo y contigo. Conmigo por convencerme, ahora, de que no quise mirar, contigo por convencerme, ahora, de que no dijiste.

Podría golpear mi cabeza contra las columnas hasta que el templo se derrumbara sobre ella y los cimientos de lo que soy volvieran a desaparecer, como tantas veces permití que lo hicieran.

Podría llorar océanos de desesperación y tristeza, golpear todos los cojines que encontrase a mi paso, gritar hasta la afonía no sólo de mi voz, sino de mi pensamiento.

Podría hacer todo eso y seguir sin encontrar la calma.

Esta vez, como algo que estreno, simplemente voy a aceptar que ya sé quién soy y qué quiero y el tiempo que nos encontramos duró hasta que logré verlo.

martes, octubre 23, 2018

Instintos

Cuando quieres vaciarte y no puedes. Porque hay vacío y hay dolor y hay rabia y enfado y pena y ganas de hacer explotar el mundo en mil pedazos y quedarte tú viva, contemplándolo con satisfacción porque esta vez has elegido ser tú la que quede.
Cuando aquellas cápsulas congeladas en el polo sur de tu cerebro se derriten como el cambio climático sube el nivel de nuestros mares y se clavan una tras otra, muchas de golpe, a ráfagas, a mazazos, en el momento que menos lo esperas. Se hunden en las entrañas, en el alma, en lo físico y lo metafísico y lo que nos hace humanos. 
Y pasa, porque todo pasa, y también como todo, deja posos, restos, cenizas que tardarán más en disolverse y por eso, en las siguientes semanas, sigo sin ser yo y soy la yo que era a la vez y confundida, porque vuelvo a tener nada claro.
Y busco un camello que me dé la energía que he perdido y que me deja hipnotizada todo el día, como una vaina de judía vacía y tirada a la basura a medio cocer. 
Porque eso es lo que me pasa, que nunca terminé de madurar y las veces que he creído hacerlo se convirtieron en agua de borrajas.
Aun así, sigo. 

sábado, mayo 19, 2018

El tacto en mis pies

Echo de menos caminar sobre suelos de madera. La textura bajo mis pies, el color que dan a la casa, su brillo desgastado por donde más pisaron, pisamos, por donde movemos muebles.

Echo de menos la sensación de hogar de ese piso que no era mío ni jamás lo sería y que, sin embargo, sentí más casa que estos 78 metros cuadrados que llevo habitando más de media vida y no consigo hacer míos por mucho que me empeñe, limpie y redecore.

Echo de menos esos otros suelos entarimados de una infancia en leotardos, de tardes frías junto al abuelo que nunca me dio miedo y sentí cariñoso por algún motivo extraño.

Echo de menos que no sea falso, ni sobre mármol o terrazo. Si no que sea único, y ajado, y viejo y cálido y que me haga pertenecer como nos pertenecíamos el uno al otro. También eso lo añoro: ser dos que son una (pareja). Calidez viva junto a la del suelo que pisábamos y que era para mí el sueño de mi vida hecho realidad.

Y puede que esa fuera la pega. Que el sueño me cegara de la realidad acerca de que ese entarimado no era mío, que la que andaba descalza sobre él no era del todo yo y que tú nunca fuiste capaz de estar al completo porque te parecí demasiado en seguro como para preocuparte. 

Así que ahora echo de menos el recuerdo que se construyó sobre un sueño de la infancia, con lo cual, nunca tuvo cimientos.

¿Puedo añorar un futuro en el que el sueño ya desvanecido sea una realidad construida por mí? Lo hago, soñar de nuevo para crear otro mundo que sea mío, mientras la planta de mis pies rememora ese otro suelo cálido y ajado.

domingo, mayo 22, 2016

Descubrimiento

He descubierto que hay lugares a los que no quiero ir con cualquiera.
A recorrer una ruta de faros. Iría contigo, que desde la infancia deseaste vivir en uno, como hago yo; que los contemplas y piensas en libros y noches largas leyendo; en tempestades y mar en calma al que observas, en soledad y buena compañía; en respirar, en aislarse y en seguir viviendo.

A París. Serías tú, que no la percibes como la ciudad del amor, si no como el lugar en el que perderse por librerías, calles empedradas, puentes que cruzar contemplando el Sena; cafés tranquilos mientras los demás corren; belleza, simple belleza.

A cazar la luna. Contigo, que respetas sus ciclos, los tuyos y los míos; que te gusta tanto llena como nueva; que sin mirar al cielo sabes si está completa; que recorres mi tatuaje y lo iluminas como el sol hace con ella.

A ver amanecer. Con quien el primer rayo de sol recuerda que es un nuevo comienzo; que, como yo, sonríe si las nubes se despejan; que odias madrugar, pero no te importa si es para respirar la paz de las primeras horas; que coges mi mano y la aprietas mientras contienes la respiración al sentir ese primer calor que recorre tu piel y te hace sentir la vida en cada partícula de ella.

A contemplar las estrellas. Tú que quieres contar estrellas como pensaron que yo hacía; que las miras y sientes el infinito, y te angustia y te hace grande a la vez; que recuerdas una rosa perdida en un pequeño planeta entre ellas; que no consideras una pérdida de tiempo simplemente estar allí, oyendo al universo moverse.

Si os soy sincera, la mayoría de las veces pienso que todos esos 'tú' serán la misma persona con la que comparta también mi vida. También reconozco, en otras muchas ocasiones, que más de una de las cosas de esa lista las haré sola y será, como mínimo, tan bueno como si las hiciera en compañía. Pero lo que tengo muy claro es que ya no regalaré mis tesoros a quien no se los haya ganado.

viernes, mayo 13, 2016

Reflexiones de mañana

Soy una persona sencilla. Y normal. De tan sencilla y normal me ha pasado muchas veces que la gente me ha dicho que soy rara. O más bien, complicada. No me gusta que me digan complicada. Para mí tiene implicaciones en exceso negativas y que nada tienen que ver conmigo. Además, no comprendo por qué mi comportamiento directo, claro, expresando lo que siento o deseo en cada momento, lo que podría llegar a esperar de alguien (aunque no suelo esperar nada, me gusta simplemente vivir y ver dónde me lleva la vida, evitando expectativas en la medida de lo posible), puede llevar a que una persona considere todas esas características complicadas.
Tengo la sensación, cuando me ocurre eso, de que vivo en un mundo al revés. Parece ser que estamos absorbidos por una sociedad tan fiel a no mostrarse, que educa tanto a sus mujeres a que callen, que si alguien, yo, mujer, es directa, es precisa, no permite abusos si los detecta (ains, lo que me queda por aprender sobre opresión patriarcal), y dice claramente 'quiero una pareja, pero no vas a ser tú, al menos en este momento', automáticamente me convierto en una persona a la que es preferible mantener alejada. 
Ni siquiera voy a hablar de lo puta que pueden pensar que soy, simplemente porque el sexo no me parece un tabú. Ni que la mayoría de las personas (menos mal que existen minorías), piensan que por no verlo tabú lo practico a diestro y siniestro y con cualquiera (que no estaría mal, pero no es el caso). De hecho, para quienes me consideran una folladora compulsiva eso es lo peor del mundo mundial. 
Pero no, no voy a hablar del sexo. Hablo de ser sincera. De tener muy claro quien soy y no necesitar a nadie que me haga feliz. De caminar por la vida con el convencimiento de que la única persona que no me puede fallar soy yo. Resulta que ser así, que me ha costado muchos años y mucho esfuerzo, se convierte en un peligro para muchos hombres y alguna que otra mujer. 
Se sienten amenazados. Entonces vivimos en un mundo loco en el que la sinceridad da miedo. No se sabe lidiar con ella. No quieren que hablemos de sentimientos, pero es que ya no desean ni contemplar las opciones que nos ofrece el que tenemos enfrente. Intento pensar que no es que nos quieran obligar a hacer simplemente lo que se espera de nosotros (y por tanto, exigen dotes adivinatorias porque véte tú a saber qué tiene cada uno en su cabecita en cada momento). Pero tampoco les parece bien el diálogo, ni el silencio.
Es decir, no está bien hablar de hacia dónde vamos, pero tampoco está bien simplemente ver hacia donde vamos. 
Y, ¿qué queréis que os diga? Si no vale simplemente con ir viviendo y ver si el conocerse se convierte en amistad, la amistad en querencia, la querencia en amor y el amor es eterno (mientras dure), y tampoco vale hablar de qué queremos que sea eso que acabamos de empezar (amistad, folleteo, amor, incógnita); pues me salgo del juego.
Porque, a todo esto, yo a lo que iba, simplemente, es a vivir, conocer gente, disfrutar de compañía cuando me apetece salir de mi soledad, y no comerme el tarro más de lo que lo hice hace unos años, cuando no tenía tan claro quién era.

sábado, abril 23, 2016

Realidad

Hay ocasiones en las que no me creo la realidad. Escucho, leo, observo, contemplo la vida que me rodea, el país en el que vivo, el mundo en el que nos encontramos y tengo que frotarme los ojos muy fuerte y, sobre todo, notar los latidos de mi corazón para comprobar que no es un sueño, no es una película que me están vendiendo, no es una de esas de tantas historias (miles seguramente) que he leído desde que fui lo suficientemente despierta como para refugiarme en las palabras.
No sabría por dónde empezar. Intento, de verdad que lo hago, creerme que los políticos que tenemos no nos lo merecemos. Lo doy todo por no sentir como pesadilla propia vivida en carnes ajenas la falta absoluta de humanidad de los humanos que decimos ser. Pruebo a comprobar que no caí en uno de esos mundos surrealistas que crean las mente más ingeniosas que la mía.
Todos los esfuerzos se podrían considerar vanos, puesto que admito la realidad de todo ello (ladrones libres, libertad robada, niños abandonados a una suerte que no es suya,...), pero no dejo de mover la cabeza en intentos infinitos de que esas imágenes, salidas de los relatos más crudos superándolos, se vayan.
No se van.
Sería bonito decir que la consciencia de esa realidad me convierte en una persona lanzada. Que lucho batallas para cambiar el mal sueño en el que vivo. Pero me siento paralizada. Me gustaría saber qué puedo hacer y dar la solución.
Todo eso se queda en nada. Bueno, se transfigura en algo: mi sonrisa, mis palabras. ¿De verdad sirven las líneas negras sobre blanco?
Con el corazón encogido me respondo con el rotundo NO que grita en mi alma.
Y sigo sin creerme que esta sea mi realidad y esta sea yo, luchando contra nada y peleando contra todo desde una cómoda silla sin estar rodeada de vallas.
Puede que sea mi necesidad de dar solución. Quien sepa cual es, que venga a entregármela.

Armadura

Día a día
el metal cubre,
en derredor, mi cuerpo
para formar la armadura
que me proteja.
Mientras, intento
derrumbar, desde dentro,
las piezas
del sistema.
Este juego requiere
reglas nuevas.

sábado, febrero 27, 2016

Mi precipicio

Aterra. Estar al borde del abismo. Sentir el viento gélido que golpea la cara y la llena de vida por el contraste del corazón palpitante. Da un vértigo de los que mariposea en el estómago y revoluciona la cabeza, que da vueltas y vueltas y vueltas en un torbellino del cual sólo conoces el punto inicial: el precipicio frente al que te encuentras.
Siento el miedo, y lo abrazo, lo acaricio, dejo que me invada y reposo mi vida en él. Porque ése es el acantilado ante el que estoy dando el paso. Mi vida. Hubo un tiempo en que creí tenerla controlada. Sabía a qué quería dedicarme, sabía qué persona quería a mi lado (y estaba), no había dudas del lugar donde residiría. El espejismo duró años, incluso después de romperse varias veces.
Pensé que había llegado a acostumbrarme a la incertidumbre, y posiblemente a ella sí que esté acostumbrada. A lo que no me acomodo es a la duda. Al no saber, más bien, al no saberme.
Pero me dejo balancear por los aires de cambio que llegaron sentada en un aula con la luz del sol entrando a raudales y despositando en mí una sonrisa que luego fueron lágrimas. 
A veces lluevo. O arrecio. Ríos que me desbordan y se llevan todas las hojas atascadas en mi, por qué no decirlo, en ocasiones retorcida e imbricada mente. Me desvío del miedo. Abrazo el miedo. Hacía tiempo que no apreciaba el valor de tener frente a mí un mundo de posibilidades. Yo misma las había recortado y había puesto delante de mí las anteojeras para cerrar puertas, ventanas, rendijas y salidas que me aireasen. Me estaba momificando viva.
Me aterro y me alegro por ello. He sabido confundir muy bien raíces con ataduras con las que he apresado mi propio cuerpo y mi capacidad de conocerme para hacerme creer que estaba ahora. No estoy. Y mucho menos en este momento.
Así que, aquí, al borde del precipicio, con el deseo de ser capaz de agarrarme a él por mí misma si hace falta, como pude hacerlo de una barra hace un tiempo, me paro. 
Para ver lo de fuera, toca primero observar dentro. 

sábado, enero 16, 2016

Muerta

Preferir estar muerta. Sentir el cálido abrazo del satén que forra la madera. Mirar desde abajo. Ver desde la tierra cómo los demás se afanan por alejarse de ella. Observar pasos que pisotean el terreno que ahora soy. Menos doloroso que cuando respiraba y era mi apariencia. 
Palpar el vacío, oír el silencio. No hay lágrimas, no hay sonrisas, no hay nada. Sentir nada.
Ausencia. 
Sin presencia no duele. Tampoco hay alegría. Existe la calma. La paz de la inexistencia. 
Si ya no estoy, no preocupa. No molestan desapariciones, no me decepciono, no hay engaños. Hay tierra. No hay yo. Sólo los tú que siempre han sido más importantes. Los vosotros que han plagado mis días para que yo no existiera.
¿Qué hay de malo en la muerte? Mi vida ya es ausencia.

jueves, diciembre 31, 2015

Balance

Es ya una tradición mi balance a final de año. Pero esta vez lo hago de una manera diferente.
Feliz
Después de tres años en los que sólo me apetecía quemar el año que terminaba, o de meterme debajo de la manta y no salir, o de desaparecer, me descubro sonriendo y feliz. 
2015 empezó estando de baja por lesión y continuó de baja por accidente de tráfico. Pero pasó. Mi cuerpo se va recuperando pero, sobre todo y más importante y lo que me hace decir que este ha sido un buen año, mi mente aprende. Y con ella, aprendo yo. A calmarme, a escucharme, a darme mimos, a buscar en mí lo que fuera no encontraré jamás (por mucho que me haya emperrado). 
Y es una sensación maravillosamente nueva y bonita y agradable. Sentirme aquí dentro y saber que, aunque a veces me salgo del camino, ya sé dónde estoy y qué es lo que tengo: a mí. Y, ¿sabéis? Resulta que no hay nada que me haga más feliz que tenerme a mí. Estar y ser. Ser, sobre todo. Ser de una vez. Y sonreír.
Así que, no sé qué me traerá 2016. Sin embargo, tengo muy claro lo que le traeré yo: más pasitos para crecer, más ganas de vivir, más ganas de ser feliz. 
También sé que toda esta felicidad no sería posible sin quienes me quieren. Quienes han estado a mi lado incondicionalmente, incluso cuando no es fácil estar a mi lado porque es difícil comprenderme.
Por tanto tengo amor y voy teniendo salud. Y un trabajo que me da el dinero para darme pequeños caprichos. ¿Se puede pedir más?
De manera que: gracias 2015, por haberme dado doce meses de aprendizaje, de lágrimas, sonrisas, penas y alegrías. 365 días de VIDA.
2016, entro en ti con ganas. No me defraudes.


sábado, diciembre 12, 2015

Estoy

No siempre se puede seguir el camino aprendido. Sobre todo si se aprendió tarde. Sirven los puñetazos a los cojines por no partirle la cara a alguien. Sirven las lágrimas derramadas en silencio sobre el ordenador, los apuntes o una misma. Sirve conocerme. Sirve saber que no es real, que solo está en mi cabeza. 
Pero todo ésto es el camino aprendido. La senda natural tira mucho, para el monte que suele ser un despeñadero con caídas en picado que apenas puedo frenar porque me prohibieron colgarme de los precipicios para no hacerme daño. Las heridas ya me las había hecho yo.
Al menos me quedan las viejas amigas. Palabras que vomito en el teclado para dejar que todo se vacíe. Llevo más de un año dejando espacio. Pues aún queda, por lo visto. No sé disfrutar ni de mí misma, aun cuando fue justo eso lo que dije: me voy a dejar disfrutar un poco. 
Ahora, con los apuntes a mis espaldas, me recuerdo: es divertido. Intento que lo sea de nuevo, porque, si no, la angustia me aprisiona de tal manera el pecho que empiezo a no poder respirar. Recuerda las asanas. Recuerda la consciencia. 
La vida es fácil. 
La vida es fácil y rompo con mi tendencia natural de complicarla. Porque no hay nadie más que yo. Y es bonito. 
Tengo que ser agua y fluir, pero no dejarme llevar, porque me creo que mi cauce son recovecos intrincados, cuando soy yo la que construye los muros altos para saltar. 
Me dejo caer, pero por una vez en la calma. O no, pero escucho la música para dejarme mecer y dejar ir y fluir. Dejar ir.
No sé dejar ir o cómo soy capaz de engancharme a la más nimia cosa que me haga daño. Sobre todo personas. Venga, os abro la puerta. Si hace falta voy a empujaros a patadas. Los puños ya están acostumbrados por aporrear cojines. 

martes, octubre 21, 2014

PANTA REI

Panta Rei.Todo fluye. O la vida es un continuo cambio. Sinceramente, al pensar en esta expresión, nunca había sido capaz de aplicarla más allá de cada individuo. Con nuestras complejidades y personalidad, la vida fluye, cambia, continúa, nos lleva, siempre alrededor de cada uno de nosotros. 

Pero panta rei, todo fluye, tiene para mí, ahora, un nuevo significado. Desde hace algún tiempo he tenido que pararme, mirarme y descubrirme. Lo sé, la mayoría de las personas lo hacen en la infancia, yo he tenido que esperar 37 años para verme y permitir que los demás me vean. Con esta visión propia, o percepción de mí misma, empecé a cambiar. Cambié cómo me relaciono con los demás, cómo entiendo que soy (y entonces habrá quien diga que cambié quién soy), modifiqué esas ideas preconcebidas que me acompañaron hasta abril y aún sigo en un proceso de fluir que me sigue asombrando y que imagino que terminará el día de mi muerte. 

Hasta aquí todo normal para mí, es decir, todo tal y como lo había imaginado cuando una se decide por dejar de hacerse daño y, de paso, evitar daños colaterales. Pero es que resulta que, efectivamente, todo fluye. 
El Panta rei del que hablaron los griegos (la frase se le atribuye a Heráclito) no es una marea que me lleva a mí sola. Yo soy también río. Soy también agua que discurre y moldea, afecta, arrastra o eleva a quien está a mi alrededor. 

Y, para mi sorpresa (quizás soy muy inocente), las corrientes fueron ampliándose hasta crearme un mundo distinto. Porque mi fluir, mi salida del lugar que tenía asignado en mi familia, por ejemplo, concluyó en más corrientes y reubicaciones. Sentí por primera vez que era parte. Ya no era la piedra contra la que el río familiar se chocaba e intentaba tirar abajo para arrastrarme. Soy corriente que fluye con ellos y hace que ellos se integren en mí, dejándome, por tanto, integrarme a mí. 

No es ser océano, es ser agua, y viento y junco que se deja llevar, porque la corriente también me llevó a descubrir los rincones secos de mi alma. Y, arrastrados, salieron a la luz para que yo empezara a bailar claqué y conociera a personas que enriquecen mi mundo, a la vez que yo aporto al suyo. Abrieron mi alma a salir del foco y retornar a las sombras para dejar que el protagonismo lo tuvieran quienes lo merecen (no voy a negar que a veces vuelvo).

Las mareas se llevaron la pena como arma y herramienta para conseguir amor (incierto) y me hicieron ver la que falsamente usaban los demás, lo que me hizo más libre a mí, y espero que algún día lo consiga para quienes dejé de seguir en ese juego maligno de ser una víctima.

 Y las reglas de la amistad no cambiaron, pero me acompañaron o no en mi cauce, y no hubo lágrimas, ni despedidas, sólo pasos por aquellas ciudades, piedras, caminos, o puentes que se me tendieron en su momento preciso y que quedan atrás porque, como los ríos, las vidas y su fluir se bifurcan.

También la marea me retornó a personas y lugares que pensé que no volvería  pisar, que me negaba a retomar. Pero ya no soy la misma. Discurrir agregó a mi ser retazos de cada orilla y al reencontrarme con esas personas que quise borrar, descubrí que puedo perdonar y compartir su felicidad. Y ellas reaccionaron conmigo de manera distinta porque me vieron, por fin, tal cual soy. 

Así que ahora me digo Panta rei. Y sonrío. Atrás quedaron los miedos que me ataban a unas raíces desarraigadas que sólo me hacían perder el equilibrio, engañarme y castigarme con daños inimaginables. Sonrío porque fluyo y dejo a los demás fluir. Porque me uno a las mareas y floto en ellas, dejándome mojar e iluminar por el sol que cada uno aporta a los demás. Incluso con las tormentas, porque ahora sé que sabré llegar a puerto. Y, si no, habrá quien me agarre y me lleve. Porque ya soy parte. Porque la vida fluye.

Dedicada a Carmen, que me acompaña en el camino, me ha permitido crecer hasta este punto y seguirá junto a mí hasta que madure del todo.

domingo, agosto 10, 2014

Encontrar mi mirada.

Quiero empezar a mirarme
y, por fin,
verme,
descubrirme
y ser.
Atreverme a mostrar todas las yo
que bullen en el vacío que ahora me llena.
Quiero encontrar mi mirada en mi propio cuerpo.
Recorrerme y saberme mía,
Aceptarme.
Quiero mirar al mundo,
aprender,
enseñar quien soy sin miedos ni quejas.
Estar aquí dentro y
allá fuera.
Quiero encontrar esa mirada que me diga:
ésta también es tu casa.
Sin que hagan falta palabras.
Quiero mirar adentro
Y saber
que ya no habrá nada que despierte mis miedos
y me devuelva,
descalza, a la Isa insana.

Dedicado a Xose, quien me dijo que escribiera 'la otra parte' y está, siempre, aún en la distancia.

jueves, junio 26, 2014

GRITOS

Chillar, gritar, pegar, empujar, soltar la rabia, la frustración contra personas que me decepcionan, pero en realidad me decepciono de mí por esperar lo que sé que no debo esperar,  ni de mí misma, ni de ellos. Saber que necesito volver a mi hogar (yo) a lamer las heridas, que salí demasiado pronto al mundo, necesitar irme al acantilado perdido y gritar al viento, meterme en el mar y nadar con rabia, correr como una loca con el viento revolviendo mi pelo y el aliento perdido y olvidarme de quien mira y de que hay pensamientos, cantar a gritos para que la música se lleve mi voz y el cansancio interno.
¿Cómo se puede estar enfadada 37 años y cómo se deja de estar? Romper, destruir, pero también crear, vaciar, vaciar completamente con palabras, imágenes, pinturas, garabatos, comidas, nuevos órdenes, nuevos caos, palabras, músicas, destrozar y reconstruir, quedarme en nada y llenarme de todo lo que no sea esta rabia contra el mundo, contra un sistema al que parezco no pertenecer y sin embargo estoy absolutamente imbuida en él y asimilada por elección propia consciente, aunque quizás hablara un inconsciente cargado de miedo a una incertidumbre que en realidad es lo único que podría darme la vida.
Llorar como escape, reír como solución definitiva, que me duela el costado, levantar peso, hacer reír a los demás, escuchar al que lo necesita, ofrecerme, aceptar los regalos, regalar todo lo que son lastres pasados, regalar lo que es presente inútil, vivir ahora, vivir el minuto, vivir. Ser. SER. EXISTIR. YO.

miércoles, junio 25, 2014

La injusticia y yo

El mundo es injusto. La vida es injusta. Lo sé. Las cosas no tienen que ser como yo pienso que deberían, ni siquiera como sería justo que fueran. La vida, el mundo, es como es, porque lo construimos seres humanos imperfectos, con defectos, ambiciones, egos, dudas... Todo eso lo entiendo. Y lo normal y sano sería que pasara por la vida entendiéndolo y dejándolo estar. Debería actuar en mi parcela vital ofreciendo la bondad de la que dispongo, a la espera de ser todo lo justa que pueda llegar a ser, y seguir mi camino.

Sin embargo, mi grado de sensibilidad y empatía rozan al extremo más grande y hay momentos (muchos, aunque espero que cada vez menos), en que esas injusticias me desbordan. Me explotan dentro y salen en forma de lágrimas, o enfado, o rabia... Y, al menos ahora sale, porque peor es cuando se enquista dentro.

Trabajo dentro del sistema. Un sistema que busca el orden. Pero también una organización en la que día a día veo que se busca menos el bien común y más unos objetivos que yo no alcanzo a vislumbrar pero que, desde luego, no me parece que sean el bienestar de la sociedad en general. Ni siquiera el equilibrio de la estructura que lo sostiene. 

Puede que sea que simplemente no lo entiendo, pero, sin ánimo de ofender, debido a mi inteligencia dudo mucho que se trate de eso.

El caso es que, fuera lo que sea, yo no puedo luchar contra el sistema, y menos a base de rabia o lágrimas de impotencia. No puedo dejar que la injusticia me cale de tal manera que me haga daño a mí misma y me bloquee hasta perjudicarme dentro y fuera de mi trabajo.

Porque no es sólo la injusticia global. Acabo empatizando más con la pena y quiero el cambio en el que la siente. Y empiezo a hacerme daño a mí y al de enfrente.

En el trabajo debería ser fácil. Sólo tengo que ser yo. Es decir, no perder la sensibilidad pero no hacerla mi todo. Llegar hasta donde me está permitido y comprender que lo que es, es, y que los cauces de cambio ya los estoy usando, y espero que todos los demás también.

El mundo es injusto, lo acepto, las personas eligen, lo acepto. Ahora tengo que aceptarme a mí, que es en lo que estoy. Mientras yo no me quiera, de nada sirve mirar hacia fuera.
Está claro que necesito un tiempo más dentro. De nuevo, hasta luego. 

martes, junio 17, 2014

I'm a mess

Soy un desastre. Eso es lo primero que se me viene a la cabeza cuando alguien me dice que una foto mía, que a mí no me gusta, 'es muy tú'. No pienso: soy graciosa, soy creativa, soy original o soy una cagaprisas que no se tomó el tiempo suficiente para mejorarla. No. Pienso que soy un desastre.
Y no sólo con eso. Lo cierto es que, después de dos meses de iniciar el camino para quererme, y bien sabe Dios que algo he avanzado, aún no me he desprendido de la sensación de que soy un puto desastre. De que mi vida me arrastra en lugar de vivirla, de que las de los demás son más: buenas, plenas, divertidas, completas, con sentido... Aunque sepa por experiencia que no lo son.
Me quedo con los fragmentos, con fotos fijas de las vidas de los demás, con esos momentos que envidio, pero olvido, consciente o inconscientemente, tanto todo lo de valioso que tengo yo y mi vida como de duro y complicado tienen las suyas.
Esto, aparte de agotador, es inútil.
Aún llegando a ser un desastre: ¿qué habría de malo? Sería yo: encantadora, bondadosa, divertida, a veces alocada, inconsciente muchas veces, con ganas de aprender, curiosa, sexy en ocasiones, inteligente, con carácter, celosa de sus amigos, posesiva de sus pertenencias pero totalmente desprendida si alguien lo necesita, desarraigada en busca de raíces, soñadora, amante de la luna, el mar y los atardeceres, ordenada desordenada... Sería yo y eso tendría que serme suficiente porque soy única y soy lo que tengo.
Por eso ayer me escribí en la piel que soy un desastre, para recordarme que, siéndolo, soy maravillosa. Contradictorio, ¿no? No tanto. Soy un desastre que está recogiendo pedazos y fragmentos y montando las fotografías (literal y figuradamente) para construir mi imagen a través de mis ojos. Verme yo por mí misma.
Porque por mucho que haya rechazado a los demás (no os necesito, no os quiero, no me afectáis), lo cierto es que quiero quererme y que me quieran. Pero de manera natural, sana y sin exigencias. Sin temores. Porque puede que acabe, pero no será un abandono. Y si alguien me abandona, yo ya no lo haré. Me quedo aquí. Mi raíz, ahora lo estoy descubriendo, está en mí, soy yo. Es mi corazón, porque por muy inteligente que soy, es mi alma la que me lleva. Si no siento, no existo. Pero ya no dejaré que mis sentimientos duelan, los cogeré en brazos y caminaré con ellos.
Y seguro que el profesor que me hizo pensar todo esto no sabía que no era fotografía lo que me estaba enseñando.

lunes, junio 16, 2014

¿Crezco?

Es curioso. De primera ha dolido. Es la verdad. He sentido un dolor de ausencia. De, otra vez, no estar. Quizás algo de rabia también. Porque justo ese día... 
Pero cuando he respirado, cuando me he parado a mirarme dentro me he dicho, ese día, como los demás desde hace dos meses, yo tomé una decisión por mí y para mí. No pretendía una respuesta, no era una compra, no era una llamada de atención. Provenía de un sentimiento de amor que acabará desapareciendo (el amor si no es de ida y vuelta se diluye, como casi todo) pero que aún hoy sostengo.
Precisamente por eso, porque por una vez surgió de un amor que no buscaba aprobación, ni respuesta directa (entregar amor para exigirlo a cambio es el mayor error que he cometido a lo largo de toda mi vida y por el que siempre me he chocado contra el mismo muro), ha dolido tres minutos, y después el nudo se ha deshecho y he pensado: es igual. La realidad es que no quiero estar en esa vida. No es la mía ni es la que me haría feliz. No me gustan las víctimas. Sin ser consciente, yo misma lo he sido durante años y ahora, con mucho esfuerzo, estoy dejando de jugar a ese papel. Así que no voy a caer en el juego de otro. No dos veces.
Ni siquiera es una crítica hacia ti. Cada uno elige sus caminos y yo no soy nadie para juzgarlos, sobre todo cuando yo he tomado tan retorcidas sendas durante 37 años. No puedo criticar a quien es yo y a quien quiero de forma sincera. Ni mucho menos pretender que cambie, porque te quiero como eres y te acompañaría en el camino para mejorar, en el que estoy también yo porque desgraciadamente nuestros problemas coinciden demasiado, pero no te puedo acompañar en el camino de la autodestrucción.
Simplemente constato. Me doy cuenta de que empiezo a sentir que soy yo la que está aquí. Que empiezo a saber lo que quiero y, ante todo, me quiero a mí, feliz y cariñosa conmigo misma. Y si alguien entra en mi vida, quiero que sea igual conmigo: cariñoso y feliz a mi lado. Y que me deje serlo al suyo. Que me busque, como busco yo. Los dramas vendrán solos, no porque los creemos nosotros. Para eso, el teatro.
¿Quizás estoy consiguiendo crecer?

martes, junio 10, 2014

Caricias

La mano se deslizaba suave, acariciando la silueta de cada letra. Como tatuajes, se había pintado el cuerpo para no olvidar y ahora él susurraba cada palabra, no como recuerdo, sino para conocerla. Los dedos, dulces y ágiles, dibujaban de nuevo lo ya escrito, provocando algún estremecimiento en el cuerpo en duermevela que se dejaba acariciar. 
Ya no esperaba. Había dejado de esperar cuando sintió la yema del índice posarse sobre la P. Perdono, se perdonaba a ella, sobre todo, porque antes no lo había hecho. Escondida casi en el interior del muslo, no preguntó más tarde por qué eligió empezar por esa palabra. Ya no quería preguntar más. No estaba segura si necesitaba saber, porque ahora se sabía a sí misma, y sentía, se dejaba sentir y sentía. Los dedos continuaban su camino de palabra en palabra. Quiero, aprendo, deseo, recibo, amo, puedo... Un cuerpo y cientos de posibilidades para que ella se conociera. Y lo había hecho. Paso a paso. Día tras día. Seguía haciéndolo. 
En realidad, las palabras se habían borrado hacía tiempo, pero seguían allí y él sabía cómo encontrarlas.