martes, octubre 21, 2014

PANTA REI

Panta Rei.Todo fluye. O la vida es un continuo cambio. Sinceramente, al pensar en esta expresión, nunca había sido capaz de aplicarla más allá de cada individuo. Con nuestras complejidades y personalidad, la vida fluye, cambia, continúa, nos lleva, siempre alrededor de cada uno de nosotros. 

Pero panta rei, todo fluye, tiene para mí, ahora, un nuevo significado. Desde hace algún tiempo he tenido que pararme, mirarme y descubrirme. Lo sé, la mayoría de las personas lo hacen en la infancia, yo he tenido que esperar 37 años para verme y permitir que los demás me vean. Con esta visión propia, o percepción de mí misma, empecé a cambiar. Cambié cómo me relaciono con los demás, cómo entiendo que soy (y entonces habrá quien diga que cambié quién soy), modifiqué esas ideas preconcebidas que me acompañaron hasta abril y aún sigo en un proceso de fluir que me sigue asombrando y que imagino que terminará el día de mi muerte. 

Hasta aquí todo normal para mí, es decir, todo tal y como lo había imaginado cuando una se decide por dejar de hacerse daño y, de paso, evitar daños colaterales. Pero es que resulta que, efectivamente, todo fluye. 
El Panta rei del que hablaron los griegos (la frase se le atribuye a Heráclito) no es una marea que me lleva a mí sola. Yo soy también río. Soy también agua que discurre y moldea, afecta, arrastra o eleva a quien está a mi alrededor. 

Y, para mi sorpresa (quizás soy muy inocente), las corrientes fueron ampliándose hasta crearme un mundo distinto. Porque mi fluir, mi salida del lugar que tenía asignado en mi familia, por ejemplo, concluyó en más corrientes y reubicaciones. Sentí por primera vez que era parte. Ya no era la piedra contra la que el río familiar se chocaba e intentaba tirar abajo para arrastrarme. Soy corriente que fluye con ellos y hace que ellos se integren en mí, dejándome, por tanto, integrarme a mí. 

No es ser océano, es ser agua, y viento y junco que se deja llevar, porque la corriente también me llevó a descubrir los rincones secos de mi alma. Y, arrastrados, salieron a la luz para que yo empezara a bailar claqué y conociera a personas que enriquecen mi mundo, a la vez que yo aporto al suyo. Abrieron mi alma a salir del foco y retornar a las sombras para dejar que el protagonismo lo tuvieran quienes lo merecen (no voy a negar que a veces vuelvo).

Las mareas se llevaron la pena como arma y herramienta para conseguir amor (incierto) y me hicieron ver la que falsamente usaban los demás, lo que me hizo más libre a mí, y espero que algún día lo consiga para quienes dejé de seguir en ese juego maligno de ser una víctima.

 Y las reglas de la amistad no cambiaron, pero me acompañaron o no en mi cauce, y no hubo lágrimas, ni despedidas, sólo pasos por aquellas ciudades, piedras, caminos, o puentes que se me tendieron en su momento preciso y que quedan atrás porque, como los ríos, las vidas y su fluir se bifurcan.

También la marea me retornó a personas y lugares que pensé que no volvería  pisar, que me negaba a retomar. Pero ya no soy la misma. Discurrir agregó a mi ser retazos de cada orilla y al reencontrarme con esas personas que quise borrar, descubrí que puedo perdonar y compartir su felicidad. Y ellas reaccionaron conmigo de manera distinta porque me vieron, por fin, tal cual soy. 

Así que ahora me digo Panta rei. Y sonrío. Atrás quedaron los miedos que me ataban a unas raíces desarraigadas que sólo me hacían perder el equilibrio, engañarme y castigarme con daños inimaginables. Sonrío porque fluyo y dejo a los demás fluir. Porque me uno a las mareas y floto en ellas, dejándome mojar e iluminar por el sol que cada uno aporta a los demás. Incluso con las tormentas, porque ahora sé que sabré llegar a puerto. Y, si no, habrá quien me agarre y me lleve. Porque ya soy parte. Porque la vida fluye.

Dedicada a Carmen, que me acompaña en el camino, me ha permitido crecer hasta este punto y seguirá junto a mí hasta que madure del todo.