miércoles, mayo 28, 2014

Asustada

Estoy asustada. Me gustaría decir que no. Me encantaría no estarlo. Pero estoy asustada. Me da miedo que las decisiones que estoy tomando me aten a un sitio en el que no querría estar siempre, me asusta equivocarme en desprenderme de ciertos lastres que, puede que no lo sean al final. Me da pavor que vuelva al camino que llevaba antes y que me conducía irremediablemente a la infelicidad, que era la infelicidad, que era cruel para mí y la que me hacía daño era yo.
Así que me da miedo avanzar y me da miedo que el avance sea en realidad quedarme quieta. Y me da miedo que avanzando vuelva atrás, al dolor, a la tristeza, a hacerme daño y a hacérselo a los que quiero. Porque la niña enfadada que aún está en mí, aunque cada vez crece más y cada vez está más calmada, se rebelaba contra el abandono dañando y atacando a muerte. Y no quiero volver a eso.
Sin embargo, con miedo, me siento ligera y sonrío. Sonrío porque nunca había mirado tan adentro. Antes no  me había atrevido a querer cambiar tantas cosas que me hacían chocarme contra los mismos muros una y otra vez, por las que elegía personas equivocadas o a las correctas, pero en unas relaciones que yo convertía en insanas y las mataba lentamente o de forma brusca. 
Así que, asustada o no, seguiré adelante. Pisando las piedras y sin miedo a las heridas porque, realmente, la sangre la derramé hace mucho tiempo.

viernes, mayo 23, 2014

Luz

Su entrada en cualquier habitación la iluminaba. Era de esas personas cuya energía conseguía hacer resplandecer todo resquicio de amor circundante. Pura alegría en un cuerpo menudo que ocultaba una grandeza de la que ella misma no se sabía poseedora. Caminó resuelta, por una vez, hacia el fondo de la habitación. Estaba ocupada en sus cosas, y era su inconsciencia acerca de su belleza la que le daba aún más fuerza. Los demás, hasta entonces inmersos en sus propios quehaceres y preocupaciones la sintieron, más que la vieron. Esa oleada de tranquila felicidad fue calándoles de una forma nada sutil y las sonrisas empezaron a poblar la habitación.
Ella seguía sin darse cuenta. Su cabeza estaba en otra cosas. Quizás, incluso tenía la frente arrugada por la preocupación que la hizo levantarse de la cama más temprano de lo habitual. Le rozó el brazo. Ella se giró y la sonrisa le volvió al rostro, haciendo brillar más aún esa luz interior que irradiaba. Se fundieron en un abrazo que duró unos minutos y en el que no hacían falta palabras. Allí estaban. Y eso era lo importante.

A R., porque sé que algún día se dará cuenta de que ella es la luz y porque a partir de ahora va a recibir todo el amor que siempre ha merecido.

martes, mayo 20, 2014

Descenso a los infiernos

Paso a paso y lento bajaba a los infiernos. No iba asustado. El fuego purifica y si es personal, posiblemente más. Era un descenso voluntario, obligado por unas circunstancias externas que no dejaban más opciones a quienes tenían un mínimo de dignidad humana y algo de razón y cariño a la vida. Ya había dejado atrás la mitad de un equipaje que le había estado pesando demasiado desde el momento en que salió del útero materno y sus ojos se posaron sobre una realidad que no parecía hecha para él. No estaba hecha para nadie que mirara. Sólo los ciegos aguantaban esa parcela de sociedad útil que no era más que un espejismo de lo que era verdaderamente ser humano.
Tarareaba. Cualquiera se lo habría imaginado con la vista fija en el suelo, los hombros caídos, el paso arrastrado y los brazos bamboleantes a ambos lados de su robusto cuerpo. Sin embargo, él caminaba erguido, tarareando, la mirada fija en el horizonte en el que, cada vez más cerca, se percibían las llamas, los hombros hacia atrás y la marcha marcada por igual por brazos y piernas rítmicamente. Hay que vivir sin miedo, incluso cuando suponga bajar al abismo que cada uno lleva dentro. 
Esta vez parecía definitiva. Los dedos acusadores, las miradas que gritaban 'loco', las murmuraciones más que a sus espaldas a su cara, mostraban que sus pasos no iban mal encaminados. Pero, sobre todo, era la ligereza cada vez mayor que sentía lo que le hacía reafirmarse en su propósito. Lo iba a conseguir. Así que la melodía iba empapándole y llenando el aire. Sugería espacios, paisajes, palabras y momentos que llenarían una vida, la suya, únicamente con lo que él eligiera. Para bien y para mal.

Dedicado a V. por inspirarlo, por escuchar mi ascenso de mi infierno personal y por compartir.

miércoles, mayo 14, 2014

Cuento de noche

Nada le podría haber augurado un presente como aquel. En la inmensidad de la noche, contemplaba el cielo iluminado por la luna y el pecho se le henchía de felicidad. Toda la vida se había sentido pequeñita. Siempre, menos ahora, bajo la inmensidad del universo. Otra de las contradicciones de su vida, sentirse grande, fuerte, ella, en un lugar, al que algunos llamarían la nada, donde casi cualquiera podría verse diminuto cual hormiga que sale por primera vez de la protección de su hormiguero.
No importaba ya si era el norte, el sur, cerca de la civilización o alejada de la sociedad. Sus ojos habían aprendido a desechar cualquier contaminación y desarrollaba su trabajo de forma diligente. Había quién no le encontraba utilidad. Afortunadamente, el que le había contratado aún creía en la belleza poética, aparte de los usos prácticos y científicos que suponían una rentabilidad más allá de la económica.
Porque ella era contadora de estrellas.
Pasaba las noches en blanco catalogando el cielo y asegurándose de que las pequeñas luces que se apagaban, inmensas en la realidad de la distancia, no indicaban más que la continuidad de la vida. A veces leía los informes que se apoyaban en sus cálculos, sobre todo al principio, pero ahora, simplemente dejaba que su sonrisa y su respiración acompañaran al recuento mental que hacía cada noche. 
Era una vida solitaria. No por ello se encontraba sola. De hecho, no lo estaba. Habría quien se mofaba de ella porque cuando hablaba así pensaban que se sentía acompañada por los rutilantes astros celestes, pero no, estaba arropada por amigos de carne y hueso, habitantes de la noche como ella que se desperdigaban por el mundo, igual que se había convertido en una nómada por obligación.
Al principio le pesaban los continuos viajes. No comprendía que contar estrellas tuviera que hacerse desde lugares distintos y le pesaban las maletas y cargaba con mucho equipaje. Pero descubrió que no necesitaba tanto. Descubrió que se necesitaba a sí misma y las charlas, y las estrellas, y el contacto con otra piel, y comer, claro, pero la comida no tenía que cargarla... Descubrió que era verdad que las cosas importantes no pesan. 
Aprendió a mirar a los ojos para descubrir en ellos las estrellas. Y su sonrisa se hizo más amplia al comprobar que cada uno llevaba dentro una que iluminaba hacia fuera. 
Así que, cada noche, cuando se tumbaba frente al cielo dispuesta a contar, daba vida a cada una de ellas.

martes, mayo 06, 2014

Mar

El rastro firme de los sueños no se diluía al abrir los ojos con somnolencia. La luna seguía brillando para iluminar el rostro sorprendido en una sonrisa. El azul del mar, casi negro, lamía la orilla de sus pies para convertirlos en recuerdos. Los caminos hacia la playa quedaron desiertos. Sólo tú rompías el silencio. Tu presencia marcaba el cielo.