jueves, enero 25, 2007

Nevar



Es curioso cómo la vista de la nieve nos lleva, a la mayoría de las personas, a pensar en cosas felices. Incluso con una nevada en la ciudad, que supone problemas de tráfico, posibles resbalones y un frío que pela, en cuando se ven los primeros copos no puedes evitar que tu cabeza se llene de sonrisas, juegos, ideales infantiles y algo de felicidad.
A mí, al menos, eso es lo que me pasa. Hoy ha sido la tercera vez en mi vida que veía nevar, y no he podido evitar sentir la misma sensación en el corazón. Casi me dejo la crisma en una cuesta, pero no podía parar de sonreír y he llegado a casa tan excitada que he llamado a todos mis familiares para contarle que me ha nevado, que había habido un tormenta terrible y que qué chulo estaba todo.
Es verdad que el haber visto nada más tres nevadas en mi vida puede ser parte de la causa de esa sensación, sin embargo, creo que pasarán 200 nevadas y no podré dejar de sonreír, como tampoco desdeñaré la tranquilidad que emana de una plaza nevada, o de un parque blanco.
Porque aquí anoché lo que cayó fue una granizada, con todo su estruendo, para dar paso, esta mañana, a la languidez de los copos al precipitarse al suelo y encima de los paraguas. La lluvia tiene su sonido, pero la nieve también, un sonido como de silencio que ensalza el espíritu y te hace olvidar que la blancura que te embarga el alma se convierte en un lodazal al paso de los coches.
No sé, ver la nieve me da por pensar que, si nevase más en determinados sitios, quizás el mundo iría mejor, porque me resulta imposible pensar en violencia ante un paisaje blanco.

miércoles, enero 24, 2007

Caminos


Levantó la cabeza con resolución y dirigió la mirada hacia los árboles que la rodeaban, que bordeaban su camino como un preludio del espeso bosque que la esperaba, aunque ése no sería de árboles. Observó las hojas caídas, el viento que azotaba las ramas, las nubes que amenazaban lluvia y no pudo cuanto menos que sonreír, más bien sonreírse a sí misma.
No estaba loca, su sonrisa era el trofeo que levantaba sabedora de haber logrado el éxito una vez más. Había tomado el camino, y esa había sido la decisión más díficil y lo había logrado. Alejarse era la otra prueba, pero la afrontaba sonriente, porque sabía que ni una caminata de un día completo le quitaría la energía que bombeaba su corazón. Sólo los que han encontrado su verdadero sitio en la vida y se han atrevido a ocuparlo serían capaces de entender esa clase de empuje que llena y rebosa.
La maleta no le pesaba, hacía tiempo que los inútiles remordimientos la habían abandonado y eso le permitía a sus pies levantarse del suelo casi como si levitase, volara en vez de andar. Ya no tenía la cabeza llena de pájaros, sino que era el ambiente lo que se llenó de sus trinos para darle una melodía a esta nueva etapa.
Ya no pensaba que podía equivocarse y se atemorizaba por ello. Ahora sabía que podía equivocarse, y aprender del error, de manera que de nada sirvieron las malas palabras y los consejos desafortunados que quisiseron hacerle los que nunca la habían conocido, pero se jactaban de saber exactamente cómo era.
Pero, ¿había alguien que supiera de verdad que se escondía detrás de aquellos cabellos lacios y trigueños, de aquellos lánguidos ojos marrones? Ni ella misma estaba segura de conocerse, pero tenía claro que sus contradicciones no se iban a convertir de nuevo en un lastre, sino en el arma de doble filo que siempre debieron ser para darle fuerzas y elevarse.

Amigos

Los amigos son una de las cosas que nos hacen seguir viviendo. El hombre es un ser social y por eso se rodea de otros seres sociales con los que poder compartir risas, llantos, bromas, caídas y, en definitiva, la vida. Desde que vamos al parvulario (quién sabe si desde las cunas de los hospitales) nos juntamos con unos, hablamos más con otros y buscamos comprensión, apoyo, complacencia en los que están cerca para poder contárselo a otros y para descubrirnos a nosotros en lo que nos diferencia y nos es común en los amigos.A lo largo de mis treinta años no he tenido muchos amigos. De hecho, hasta los últimos cursos del instituto he tenido más de una vez la sensación de ser usada como trampolín social (y no es que yo fuera popular) por quienes consideraba mis amigos en un momento dado y, al instante siguiente, desaparecían de mi vida sin tener yo muy claro el motivo.Hay quien me tildó de infantil y por eso me dejó de lado, pero, la verdad es que, con infantilismo o sin él, mi carácter (y, por supuesto, el de quienes me aguantan) me ha granjeado grandes amigos que perduran con los años.Así que tenemos amigos que duran y amigos que no, pero también existen esos amigos que, de repente, se diluyen en una vida extraña, ajena a ti y que no logras alcanzar por mucho que lo intentas. Siguen estando ahí, se presuponen tus amigos, están cerca y, sin embargo, irremediablmente muy lejos.En este caso, yo, como cualquier hijo de vecino, lanzo balones fuera y acuso al otro de alejarse, de cambiar, de no quererme a su lado. No me conformo con esa explicación, manoseo la idea, recreo en mi cabeza la situación y me doy cuenta de algo que, a veces, a todos se nos olvida.Los amigos son geniales, nos apoyan, están SIEMPRE ahí...Y HAY QUE CUIDARLOS. No me voy a erigir como ejemplo de cuidadora perfecta de amigos (este año perdí algunos, unos porque quise, otros sin entender por qué). Sin embargo, sin ser perfecta me parece que no olvido que los años y las distancias separan y que, en ocasiones, hace falta explicar lo que antes no se explicaba para poder entenderse y seguir el camino juntos.Es genial hablar de rutinas, banalidades, trabajos atrasados, pero también hace falta sacar el alma, expresar lo que se siente, decir 'lo pasé mal por...', o 'fui superfeliz mientras...'. Se trata de decirle al amigo que seguimos vivo, que tenemos dentro algo más que el día a día, que seguimos compartiendo sueños, o que ya no los compartimos, pero que los nuevos merecen ser contados y escuchados.
Muy posiblemente yo también me alejo. Me guardo cosas o las cuento diferente, me siento herida o me defiendo de alguien que me conoce tan bien que no necesito la defensa, sin embargo, me canso de tirar de la manta. Me canso de darme cuenta de las cosas y los demás no, de ser hilo conductor.
Me canso de no saber si soy yo la equivocada una y mil veces, y de pensar demasiado porque creo que el del otro lado merece la pena.Sólo espero seguir levantando el teléfono y, como hasta ahora, encontrar un amigo al otro lado.

martes, enero 23, 2007

¿Caída de los mitos?


Es curioso como algunas lecturas pueden hacerte cambiar de idea sobre ciertas cosas. Lees por entretenimiento y empiezas a darte cuenta de que piensas en otras cosas, que no toda la realidad que pensabas era como la creías. Pero no os llevéis a engaño. No he leído algo que haya conseguido resolverme las dudas sobre hacia dónde vamos (creo que hacia el desastre) o de dónde venimos.
Más bien, me he tropezado con un libro que ha cambiado mi imagen de uno de mís ídolos, lo ha hecho más humano, pero también me ha dejado con la duda de si no ha sido todo un engaño. Hablo de U2. Este grupo irlandés es, desde hace muchos años, uno de mis preferidos. Fue mi hermana mayor la que me metió su gusanillo en el cuerpo, y luego, diferentes personas en mi vida me acercaron aún más hasta su música, sus ideas, y, finalmente, yo solita conseguí que sea 'Where the streets have no name' una de las canciones que me ponga en los momentos de bajón para subirme la moral, y que 'Stay, faraway so close!¡ me llegue al alma nada más oír sus primeros acordes.
El caso es que, estas Navidades me regalaron el libro 'U2 por U2' (me hubiera encantado leerles en inglés, pero mi nivel no da para tanto). Y después de las Navidades me puse a leerlo pensando que sería una biografía más-esta vez autobiografía- con alguna nueva anécdota y muchas y muy buenas fotos (algunas no tienen desperdicio).
Al principio me encontré exactamente con eso: a Larry, Adam, The Edge y Bono contando su vida, cómo se encontraron, cómo empezaron a tocar, cómo llegaron a ser lo que son y qué les pasa por la cabeza.
Pero, conforme iba leyendo el libro, el mito de su música se iba desmoronando algo. Canciones que para mí significan mucho, que considero magníficas y dignas de ser la banda sonora de cualquier vida, son para los cuatro componentes del grupo tarea incompleta, trabajo inacabado que esperan poder pulir aún más.
Es muy posible que estas apreciaciones del grupo estén motivadas por su perfeccionismo y por algo de humildad (que creo que les queda), pero a mí me dejaron un tanto confusa. Realmente no tiene importancia si 'With or without you' les parece a U2 una magnífica canción sin pulir, o que crean que 'Pop' fue un intento fallido de disco irónico.
Sin embargo, aunque no tenga importancia, esta lectura me ha abierto los ojos, una vez más. Porque creo que, sobre determinadas cosas, es mejor saber lo mínimo y disfrutarlas al máximo. Y la música es una de ellas.

domingo, enero 21, 2007

Nadie dijo que fuera fácil

Todo el mérito es tuyo; tienes mi palabra de honor. Quizá el botín de tan larga campaña –y lo que te queda todavía– no sea lo dorado y brillante que uno espera cuando la inicia, a los doce o trece años, con los ojos fascinados de quien se dispone a la aventura. Pero es un botín, es tuyo, es lo que hay, y es, te lo aseguro, mucho más de lo que la mayor parte de quienes te rodean obtendrán en su miserable y satisfecha vida. Tú has abordado naves más allá de Orión, recuerda. Tienes la mirada de los cien metros, esa que siempre te hará diferente hasta el final. Fuiste, vas, irás, esos cien metros más lejos que los otros; y durante la carrera, hasta que suene el disparo que le ponga fin, habrás sido tú y habrás sido libre, en vez de quedarte de rodillas, cómoda y estúpida, aguardando.
Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto del haba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no estaban en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que se llevaba libros a las horas libres de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que sobrecargaba la mochila con El guardián entre el centeno o El señor de los anillos, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía a dejarse la garganta en el parque de atracciones. Que se enfrentaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que había leído las Sonatas de Valle-Inclán o sabía quién era Wilkie Collins. Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta y diferente.
Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y de que la niña callada en el banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy la recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues eres tú quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus tragedias, con sus reglas implacables, la que te enseña. Nadie dijo que fuera fácil.
El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada, llorando. No por la película, ni por la suerte del protagonista, sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido, porque ninguno los sustituye ahora, porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto de demagogia barata en manos de políticos sin escrúpulos, y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el sábado por la noche; jóvenes con garganta y sin nada que gritar, que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich, o a los que, viendo El crimen de Cuenca, la sola visión del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca. Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón. Que no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.
Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César, a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles.
Arturo Pérez Reverte, revista XL Semanal
No soy devota de Pérez Reverte, casi nunca estoy de acuerdo con él (aunque en muchas cosas que dijo hace años del periodismo me voy pareciendo cada vez más) y jamás lo defendería a capa y espada, pero al leer hoy este artículo suyo he sentido la necesidad de volcarlo aquí.
Decir que me siento identificada con la persona de la que habla sería demasiado, porque ni fui tan 'nerdy' (me permito el vocablo inglés un tanto despectivo, creo, de empollona) ni soy tan lista ahora, pero algo del texto me ha tocado el alma.
No sé si ha sido el haberme sentido desplazada tantas veces en mi infancia, o el análisis casi sutil pero tan de acuerdo conmigo sobre mis jóvenes contemporáneos (y yo misma, a veces la apatía me ataca más que al que más) o, quizás, lo que me ha marcado ha sido vislumbrar que hay más gente que puede pensar que sí somos bastantes y que algo podemos cambiar. El caso es que creo que este artículo merece ser leído y reflexionar sobre él y, sobre todo, debe servir para que los que siempre fuimos raros nos alcemos y digamos: debemos dejar de ser corderos y cerrar el matadero para que no engulla al mundo en que vivimos.

jueves, enero 18, 2007

Lunática

Siempre he sido una lunática. En todos sus sentidos, en el de la Real Academia de la Lengua (padecer locura a intervalos) y en el figurado de atraída por la luna. Hasta hay quien me llama selenita por mi gusto por el satélite que acompaña nuestras noches.
No sé si será porque soy cáncer, o porque lo mismo nací un día de luna llena, pero me es imposible no otear el cielo de noche para encontrarla en cualquiera de sus fases, para buscar sus cráteres, descifrar su color (el amarillo, el casi blanco, el rojizo) e imaginar mil y una historias protagonizadas por la luz blanquecina que nos brinda. La luna me atrae porque atrajo a los druidas y a los magos, porque da luz a la noche y porque, si es capaz de mover las mareas y provocar partos, qué no será capaz de hacer.
Y es que yo creo que el poder de la luna se ha visto devaluado. Desde el siglo de las luces hemos caído en la oscuridad de pensar que de noche todos los gatos son pardos y creer que las ideas que surgen bajo la luz de la luna no son más que sueños, ideas de lunáticos. Nos olvidamos de la magia que despide, de la atracción que tiene hacia la tierra y la que provoca en ella, quizás por el miedo a creer que los pensamientos que nos surjan bajo su influjo serán meras sombras a la luz del sol.
Sin embargo, para mí la luna siempre fue motivo de inspiración. No hay nada más romántico que un paseo a la luz de la luna, y nada más esclarecedor que dejar vagar nuestros pensamientos por encima de una luna llena, sonreir a la sonrisa de gato que nos enseñó Alicia en el país de las maravillas y dejarse llevar por una noche que no es tan oscura si un cruasán pende del cielo.
Siempre tuve miedo a la oscuridad, de manera que la luna fue siempre mi aliada, de mis locuras y de mi lucidez, de mis bailes y de mis escritos, de mis lágrimas y de mis risas.
Quizás sea algo bruja, y realmente me gustaría volar hasta la luna y tocarla, junto a las estrellas, para saber que es posible. Quizás sea mi inevitable tendencia de soñadora la que me lleva a mirar cada noche al cielo. Quizás sea que sí que estoy loca... Pero prefiero mi locura a la que descubro si sólo miro hacia la Tierra.

viernes, enero 12, 2007

Periodismo ¿para qué?

Hoy me he enterado de que la gallega famosa, la detenida en Cancún y ahora desnuda en Interviú (ni me molesto en acordarme del nombre), empezará en breve en su nuevo trabajo como tertuliana televisiva, supongo que de alguno de esos programas basura que pueblan nuestras cadenas.
Cuando se desnudó y la gente lo comentaba, yo simplemente pensé, si necesita el dinero, pues que tire para adelante. Yo no me desnudaría ni con la ayuda del photoshop, pero cada uno es cada uno.
Sin embargo, esta nueva noticia sí que me duele y sí que tengo que comentarla. Esta chica que va a brindar su 'inestimable' conversación y conocimientos es peluquera. Todos mis respetos para las peluqueras (sobre todo con lo difícil que es encontrar una buena), pero ningún respeto para esta tipa ni para quienes la contratan. Y ningún respeto les tengo porque ni ella ni ellos lo tienen conmigo ni con los miles de licenciados en periodismo y, periodistas, por tanto, que están en paro, que están sin contrato pero currando como el que más o con contratos basura o, simplemente, que vemos cómo semejante jauría de paletos, analfabetos, lerdos, maleducados y removedores de mierda ocupan los puestos que deberían tener quienes se preparan para ello.
Porque yo no quisiera trabajar jamás en un programa del corazón, pero hay quien sí y esos programas no serían la bazofia que son si los realizaran quienes estudian para informar, entretener y analizar.
Pero, claro, todos los responsables de televisiones, revistas y periódicos (que poco a poco se meten más en el juego de lo sucio) dicen que hay que dar al público lo que quiere. Pues yo digo ¡Y UNA MIERDA! Nunca se le ha dado al público lo que quiere y ahora tampoco. Ahora se acalla sus neuronas con basura, se oculta la verdad de que nos vamos todos al carajo con mentiras y espectáculo y se pasa de unos profesionales que están cuatro o cinco años (algunos seguimos toda la vida) aprendiendo a escribir, a ponerse delante de una cámara, a ser críticos hasta con uno mismo (que no es moco de pavo) y a tener nociones básicas de cómo aprender todo lo que hay que aprender para intentar hacer un trabajo digno.
A los curanderos casi se les lincha aunque curen porque los médicos son sagrados, pero a los tertulianos basura no, ellos son la crème de la crème y si te fastidia por ser licenciado es que eres un amargado que no le dejas ganarse la vida a... a... a unos pringados de mierda que ni han dado un palo al agua ni lo darán en su vida porque les pagan por soltar las prendas que surgen de su ¿cerebro?
Y, encima, te los ves esgrimiendo papeles que, me temo, en muchos casos estarán escritos por verdaderos periodistas que se tienen que tragar la profesión por intentar que unos burros (me perdonen los animalillos) no sean peor de lo que son, y que no es tan difícil como parece.
La verdad es que llevaba unos días triste, porque ahora soy funcionaria pero la cabra tira para el monte y no podía deshacerme de ese amor que siento por las letras, por salir a la calle, por analizar lo que pasa... Así que, después de todo, voy a tener que darles las gracias a la gallega y a la cadena que la contrate, porque me han hecho recordar por qué dejé el periodismo... Porque lo están enterrando.

domingo, enero 07, 2007

La fortuna de seguir siendo romántica

No hay nada mejor como criticar al mundo (o parte de él) para acabar quedando como un idiota. Hace muy pocos días eché pestes sobre el romanticismo, aunque luego me confesé una romántica impenitente. Critiqué mi suerte por no vivir en un cuento de hadas y hoy voy a tener que rectificar.
No me he convertido en princesa, pero, gracias o sin tener nada que ver con seguir soñando y creyendo en el romanticismo, los Reyes Magos me han traído este año un viaje a Roma. Debo decir que mis Reyes Magos ha sido sólo uno, y que vive conmigo, así que más mérito tiene aún un regalo que no me esperaba para nada.
Definitivamente, ser romántico tiene sus ventajas, porque te quedas con las ganas millones de veces, pero la vez que tu vida se empieza parecer a las películas supera con creces cualquier sueño que hayamos podido tener. Así, sí, voy a seguir siendo una romántica de por vida.

martes, enero 02, 2007

Ventajas e inconvenientes de ser una romántica redomada


Siempre he sido una gran defensora de los cuentos clásicos. Nunca he soportado las versiones políticamente correctas de unas narraciones fantásticas que, en mi opinión, servían para dar alas a la imaginación y no para marcar los roles sociales de mujeres y hombres. La bruja de Blancanieves sólo servía para que los niños no se fiaran de cualquiera, las hermanastras demostraban que no solo hay personas buenas y la belleza de las protagonistas eran reflejo de su virtud y bondad interior...
Sin embargo, ha llegado el momento de reconocer la dura realidad: ¡quiero a mi príncipe azul! Toda la vida he trabajado por ser una mujer independiente, trabajadora, dueña de su vida, que quiere un compañero y no un príncipe y lo he logrado. Pero cuando ya tengo una pareja a la que quiero y me quiere, un trabajo estable y una vida de la que soy dueña descubro que lo que quiero es romanticismo en mi vida.
Efectivamente, los cuentos y Walt Disney han logrado su macabro objetivo: quiero a mi príncipe azul, al señor Darcy, al señor Rochester, a un primer ministro británico que rompe sus relaciones con Estados Unidos para defender mi honra, quiero el beso que derrite antes de ser recibido, lo quiero todo.
Eso sí, con todo, me refiero a todo, porque quiero el hombre romántico que me trate como a una princesa, pero que sepa que sólo yo soy mi reina y señora, el amante incansable que me deja tranquila cuando yo esté cansada de él; el temblor ante el roce de la piel y el espacio para respirar.
¿Veis el daño que hacen las historias para niños, y las autoras románticas y las películas de Hollywood, y todos los finales felices que vemos y leemos a lo largo de nuestra vida? Porque da igual la felicidad que alcance, es posible que siempre suspire por ese caballo blanco sobre el que vienen a salvarme, incluso cuando no necesite rescate.
Ante esta situación, sólo me queda una salida. JAMÁS leeré a mis sobrinas ningún cuento, ni le contaré ninguna historia, y cultivaré en ellas el gusto por el cine de autor francés (en el que todos suelen ser unos desgraciados de principio a fin) para librarlas del mal endémico de este planeta.
Aunque, por otro lado, soñar nunca ha sido tan malo y despierta el ingenio: llenas la casa de velas para una velada inolvidable (aunque luego lo sea por motivos distintos a tu intención), te compras esa ropa sexy que no te pondrías ni loca y hasta te acaba gustando, recibes alguna sorpresa como un desayuno perfecto inesperado y, sobre todo, imaginas, imaginas, imaginas... ¿Y, no es eso lo que da alas al amor?
Está decidido, seguiré siendo una romántica.