martes, diciembre 10, 2013

#FreeJavier_Ricardo #FreeMarc

Conocí a Javier Espinosa en Melilla. Ya casi ni recuerdo si vino por las crisis política de Melilla o por los problemas con las oleadas de inmigrantes. Sí me acuerdo de que yo era una cría y de que sentí reverencia por él y su forma de trabajar desde el minuto uno. Me lo presentó otro de los periodistas que más me enseñó de la que fue mi profesión, Miguel Gómez Bernardi. Me dijo que acogiera a Javier y compartiese mi despacho con él, que siempre podría aprender algo y que es bueno que los periodistas se apoyen. Yo lo habría hecho igualmente, nunca desarrollé esa faceta competitiva en el periodismo.
Así que Miguel me presentó a Javier y yo le ofrecí nuestros ordenadores, teléfonos, línea de internet y las pocas explicaciones que yo podía darle sobre lo que estaba pasando. Fue fácil. Me pasa a veces que conecto con algunas personas que parecen totalmente ajenas a mí, y con él fue así.  Me escuchaba y preguntaba y, a la vez, me explicaba a mi la situación que yo llevaba contando hacía meses. Me la explicaba enseñándome cómo mirar las cosas de otra manera. 
Me admiraba la facilidad con la que se hacía con la gente. Cómo conseguía que, incluso los más reticentes a hablar, se sintieran cómodos con él y le narraran. Cómo se movía en un sitio desconocido igual que si llevara allí toda la vida. Sus conocimientos y capacidad de interrelacionar sucesos, para mi a veces independientes unos de otros por lejanos, para explicar las causas de lo que sucedía en el ahora.
Recuerdo su risa y su forma de quitarle importancia a las cosas, a sí mismo, para dársela a quienes consideraba que tenían que ser oídos. Recuerdo su paciencia conmigo, con mi insolente, aunque temerosa y reverencial forma de preguntarle por su secuetro en Sierra Leona, porque no me cabía en la cabeza que después de esa experiencia alguien quisiera seguir contando las cosas y arriesgándose para contarlas con todas las perspectivas posibles. Sí, fui tan absolutamente cría de preguntarle.
Compartimos tardes de trabajo en los que yo me peleaba con las palabras y él me ofrecía una charla más útil que algunos de mis años de facultad. Me enseñó a que confiara en mi forma de ver las cosas y de querer contarlas, que yo siempre había deshechado porque soy rara, porque me interesan las cosas de una perspectiva que consideraba excesivamente personal. Él me hizo ver que mi forma de mirar (ajena a la de políticos, desde mi posición de ciudadana de a pie que no comprende) era válida porque era la misma que la de la mayoría de los que me iban a leer. 
En aquellos días, cuando casi le interrogaba sobre su vida profesional, me preguntaba cómo podría llevarlo su pareja. Porque aunque una sea también periodista, hay peligros que asustan a cualquiera. Y hoy, cuando he sabido que lleva tres meses secuestrado, he vuelto a pensar en ella. Y si admiro la valentía de Javier por querer estar y contar, hoy me maravilla la fuerza de Mónica García Prieto, que tambien está y cuenta, pero que, además, hoy comprende y sigue trabajando sin perder sus ganas de contar la verdad, a pesar de saber que él está secuestrado por quienes deberían estarle agradecido. Por contar la realidad.
Desde aquí no pido, EXIJO la liberación de Javier, y de Ricardo y de Marc. Por sus familias. Y porque ellos son los que se atreven y cuentan. Los que hacen visibles a los que nadie quiere ver. Los que nos explican a personas como yo, que nada sabemos, qué ocurre para que nos impliquemos y queramos cambiar este mundo tan estúpido en el que secuestran a personas como ellos. 
Un abrazo Mónica, aunque espero que sea el de Javier el que recibas pronto.

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