sábado, mayo 15, 2010

Ese liviano sentimiento llamado felicidad

A veces se nos olvida. A mí se me olvida. Olvido que hay felicidad, que soy alegre, que tengo muchas cosas buenas, que soy muchas cosas buenas, que siempre hay opciones, que tener un largo camino por delante es lo mejor que puede pasarnos, que siempre hay sol detrás de las nubes, que hay quien nos quiere, que queremos, que estamos vivos.
A veces se olvida, pero, afortunadamente, hay recuerdos muy fuertes, porque dejan de ser recuerdos y se convierten en lo que somos, en los que vivimos, en lo que tenemos.
Y esa es la felicidad. En grandes o pequeñas cosas, esa es la felicidad.
Entonces es cuando me siento como rozando con los dedos la hierba que crece al sol y al viento, la brisa marina que descoloca mi pelo, el ligero corazón y la sonrisa perenne.
Pero, lo mejor de todo indiscutiblemente, es que, de una vez por todas, he aprendido que no se me olvide.
La amnesia se llevará otras cosas...

domingo, mayo 02, 2010

Por qué me llamaron Bridget Jones III

Desde diciembre que pude retomar mis actividades deportivas acudo a clase de aquafitness al menos tres veces por semana. Como hay mucha demanda y sólo hay 22 plazas siempre voy un poco antes para apuntarme y, en tanto empieza la clase, me gusta mirar a los niños pequeños aprender a nadar en la misma piscina poco profunda en la que, después yo, recibiré mis clases de aquafitness.
Me encanta ver cómo esos niños tienen mucho menos miedo al agua que yo, disfrutan, se divierten y, también, les tengo un poco de envidia... Entre otras cosas porque a ellos les dejan usar una especie de colchonetas rectangulares semirígidas y a nosotros no. He pedido varias veces a los monitores que me dejaran subirme a ellas al terminar la clase infantil y siempre se habían negado. Pero como soy como soy, sólo estaba esperando mi momento, que llegó el viernes pasado.
Como siempre estaba mirando cómo acababan las clases sus niños y de repente vi que uno de ellos salía de la piscina tambaleante y me dirigí a recogerlo, porque han pintado el suelo de la piscina y ahora resbala de miedo. Le ayudé a subirse a estas colchonetas, colocadas tres de ellas seguidas, y vi cómo caminaba por ellas con paso seguro hasta llegar al final y tirarse a la piscina... Y me dio mucha envidia.
Era ya tarde así que el monitor cogió al niño, que no llega a los dos años y se fue con él a secarlo y llevarlo con sus padres... Y entonces vi mi oportunidad, con casi todos los monitores distraídos con los niños, un amigo animándome desde la piscina grande y mi poca cabeza, puse un pie sobre las tres colchonetas para ver si aguantaban mi peso... Un poco tarde. Uno de los monitores más jóvenes que me vio, salió corriendo y, para mi sorpresa, en lugar de decirme algo corrió él sobre las tres colchonetas y se lanzó con una pirueta a la piscina.
Su actitud, aparte de asombrarme, me resultó una provocación obvia y, con los meses de deseo empujándome, me quité rápidamente las chanclas y comencé a andar por las colchonetas... Que resultaron no ser tan estables como yo pensaba. Aquello empezó a llenarse de agua y tambalearse peligrosamente y pensando en la poca profundidad de la piscina (1,20 metros) lo que me había parecido una idea genial no me lo pareció tanto, y fue ralentizando mi paso, cada vez más insegura, hasta que me paré completamente.
En esos momentos ya no era sólo el monitor que me había precedido el que me estaba mirando. Como este chico se había puesto a gritarme (tiene un torrente de voz que parece que usa megáfono cada vez que habla) que qué estaba haciendo, que yo sabía que eso no estaba permitido, etcétera, ya estaba casi toda la piscina mirándome para ver qué estaba pasando.
Y ahí me tenéis a mí, haciendo equilibrios cual surfista, escuchando al monitor diciéndome que si me caía de espaldas y me daba de nuca contra el borde (peligrosamente cerca, pero no lo suficiente como para tener confianza en dar marcha atrás) el gimnasio no se haría responsable y pensando, durante el minuto más largo de mi vida, cómo salir de ese embrollo.
Obviamente, la alfombra de tres colchonetas a esas alturas se había converitido en dos colchonetas flotando a la deriva y sobre la que yo estaba permanecía entre enganchada en el borde y soltada... Y no pude aguantar más. Con cierto miedo, pero ya sin dudas, pegué un salto hacia delante y caí sobre mis pies (afortunadamente me dio la cabeza como para encogerme) en el agua... Sin gorro, sin gafas...
Cuando salí sólo vi a otra de las monitoras entre divertida y asustada, y el monitor que seguía gritándome que no llevaba gorro, que incumplía las normas de la piscina y que venía hacía mí... Que ya corría a por mis zapatillas abandonadas al borde de la piscina, para tirárselas a la cabeza... E incumplir una norma más de la piscina...
Lo mejor de todo es que aún no me han prohibido la entrada en las clases de aquafitness... Y que he descubierto la forma de volver a subirme a las colchonetas sin que me pase lo mismo de nuevo...