lunes, diciembre 13, 2010

Odio los días en los que las pesadillas se me enroscan al cuerpo y no me dejan hasta bien entrada la tarde.
Odio los días en los que el ceño se me frunce y la garganta se me cierra porque me callo muchas cosas que no puedo decir si quiero seguir sobreviviendo.
Odio los días en los que me apetece dar golpes, gritar, dar patadas, porque no puedo hacerlo (porque no se lo merecen muchos de los que me rodean).
Odio los lunes.
Odio los días nublados.
Odio los días en los que todo se junta.

jueves, noviembre 25, 2010

He hecho limpieza en casa (necesito espacio para mis apuntes, esos de la oposición que no sé si llegará a haber tal y como están las cosas) y al hacerlo me he vuelto a tropezar con un buen número de cuadernos, de diferentes tamaños, colores y formas, pero todos preciosos, que he comprado en diferentes sitios o me han regalado a lo largo de los últimos años.
Siempre que veo tantas páginas en blanco no puedo evitar imaginarlas llenas de palabras, en letra clara y bonita (cosa que no tengo), con historias que hagan reír, o llorar, o enternecerse, o, por qué no, enfadarse.
Siempre que me encuentro con esos pequeños espacios abiertos me detengo unos minutos a recorrerlos, a olerlos, a pensarlos, a proponerme llenarlos de pensamientos, pero siempre, no sé por qué, me parezco incapaz de crear algo lo suficientemente bello, o bueno, o intenso, o como quiera que sea, valedero para llenar esas páginas en blanco.
Afortunadamente, la frustración me dura cada vez menos, como cada vez menos comprendo que algo que yo misma compré para llenar permanece en mis estanterías vacío, triste de su inutilidad por no ser usado para lo que se creó.
Supongo que algún día superaré el miedo tonto de que alguien descubra lo que escribo y lo lea y me descubra a mí...
Porque sí, soy capaz de desnudarme delante de todos los que me puedan leer desde un ordenador, pero no soportaría que alguien leyera ni una sola de mis palabras manuscritas. ¿Será una cuestión de mi mala caligrafía?

lunes, noviembre 22, 2010

A pesar de todo, hay veces que se me olvida. Se me olvida la sonrisa, se me olvida la amabilidad, se me olvida que todo lo externo no importa tanto porque lo de dentro está a buen recaudo, es seguro, es claro, es calmo y es feliz.
Hay veces que tantos envites agotan y se te quitan las ganas, porque no puede ser siempre uno el que se esfuerce y porque ya no se sabe si merece la pena.
Pero siempre merece la pena. Y ya no la merece por los demás, sino para mantener protegido ese interior delicado que tanto trabajo costó recuperar y hacer brillar como nunca debió dejar de brillar.
Mejor no permitir a la marea que tome el control, porque entonces pierdo el puerto, el norte, el sur y la sonrisa, y eso sí que no es permisible porque costó recuperarla y porque nadie ni nada merece la pena de volver a estar enfadada con el mundo, aunque el mundo se merezca un buen enfado, otro buen empellón y alguna que otra sacudida a ver si espabila.
Así que recuerdo, respiro, tomo aire y vuelvo a respirar para no dejar que el enfado, la incompetencia ajena, la caradura de muchos y el mal carácter de los demás me contagien.
Soy mejor que eso.
A ver si no se me olvida.

lunes, noviembre 15, 2010

Hasta los mismísimos

La verdad es que no me gusta usar este blog de forma reivindicativa. Pero como sí que lo utilizo para desahogarme y ya estoy que no puedo más, pues nada, os toca aguantaros.
Y os preguntaréis, pero ¿qué te tiene tan indignada? Pues me tiene tan indignada el tratamiento que se está dando a los funcionarios desde diferentes frentes, la pérdida del norte de muchos y el engaño tan grande que se está tramando para, una vez más, dejar a los ciudadanos con menos garantías.
Todo esto viene a colación no ya porque nos hayan bajado el sueldo, amenacen con bajarlo aún más (eso sí, los altos cargos que cobran dos o tres mil euros más que yo-triste mileurista que dejará de serlo el año que viene- al mes, puestos a dedo y sin una tarea específica ahí seguirán), y ni siquiera porque se trata de desprestigiarnos y meternos a todos en el mismo saco.
Mi indignación ha llegado a sus cotas más altas por una medida, decretaria, que se pretende poner en marcha en Andalucía. Los lumbreras de nuestro (des)Gobierno regional han decidido (no sé si la excusa ha sido bajar los costes o qué, la verdad es que ya ni me he querido meter ahí) que lo mejor para los andaluces es que los servicios públicos ofrecidos desde organismos externos (es decir, con una cierta independencia para que me entendáis) pasen a ser atendidos por 'agencias' en las cuales se erradicarán a los funcionarios en su mayoría y se contratará a quién decida el político de turno.
Ya me parece bastante desvergüenza que tengan la desfachatez de plantear así, tal cual, que nada de exigir oposiciones limpias o preparación legislativa ni nada que no sea un currículum adaptado a las necesidades del que se contrate a quienes vayan a ocupar los puestos en la agencia.
Lo de que de verdad me duele, lo que me sobrepasa es que NADIE parece estar dándose cuenta de lo que supone que alguien sobre cuya cabeza penderá la espada del despido sea quien se encargue de garantizar los servicios públicos.
Yo comprendo que una mayoría ciudadana simplemente nos odie, pero, ¿por qué hay tan pocas voces que expliquen por qué los funcionarios somos una garantía para los ciudadanos?
Al parecer no es importante el hecho de que si a un funcionario le viene un político con unas intenciones dudosas, el funcionario, garante de la legalidad y sin riesgo de perder su trabajo o mayores represalias, defenderá el derecho del ciudadano. Mientras un contratado que debe su cargo al amigo de turno, pocas pegas prondrá a la hora de servir a su señor.
Y sí, ya sé que los temarios de oposiciones parecen absurdos en ocasiones, pero son los que nos dan las llaves para asegurar que nadie se sobrepasa en sus funciones, ni pretende dar gato por libre al ciudadano.
Eso da igual. Aquí lo importante es que los funcionarios somos unos vagos que nos merecemos la muerte por leones, independientemente de que simplemente optamos por una decisión personal que, con suerte, nos llevó a perder dos o tres años de nuestra vida para estar donde estamos.
Y sí, hay funcionarios vagos. Pero también hay trabajadores muy muy perros que ahí siguen, chupando del trabajo de los demás. Y que nadie intente refutármelo, porque antes de estar donde estoy, estuve al otro lado.

viernes, octubre 01, 2010

Y, por fin, llegó el día

Mi relación con ellos siempre ha sido un tanto tempestuosa. Comenzó por mis hermanas y luego un novio me los marcó tanto que pensé que no podría volver a ser lo mismo. Pero ellos están por encima de cualquier ruptura. Están tan en mi sangre que las veces cuando ya nada parece dejarme ver la luz, son los únicos que consiguen hacerme levantar y gritar al mundo aquí sigo.
Y llevaba catorce años queriendo verlos. Siempre algo me lo había impedido (un examen, la lejanía, la falta de dinero-ser pobre es un asco).
Pero ayer me resarcí de todo ese tiempo.
Ayer los tuve enfrente, apenas a unos metros (y eso que no pude conseguir entrada de la zona caliente) y me hicieron llorar.
Ayer estuve en el concierto de U2 y descubrí que todo el tiempo de espera mereció la pena.

Actualización: soy torpe y no pude meter el vídeo aquí. Os dejo arriba la canción que me hizo llorar...

miércoles, septiembre 08, 2010

Nuevas escenas de mi vida surrealista

Yo me muevo en bici. Es más rápido, más cómodo y más ecológico. La uso incluso para salir por la noche y, por supuesto, cuando voy a trabajar. En estos casos, la dejo en un aparcamiento para bicis que hay en la plaza enfrente de mi oficina. Una plaza bastante concurrida, por cierto, porque en ella hay un museo.
El caso es que, normalmente, yo dejaba mi bici atada con dos pitones o cadenas o como queráis llamarlo, pero hace un tiempo un compañero de trabajo me dijo 'eres una exagerada, con uno va de sobra'.
Y como yo soy razonable y ponerle los dos me aburría porque soy un poco torpe con esto de estirar cadenas enrolladas (las mías son de estas que vienen en espiral muy pequeña), pues me dije, nada, con una sola.
Lo que yo no sabía es que este hecho iba a suponer un atractivo para los amantes de lo ajeno. Pero así ha sido. Ayer, cuando fui a recoger mi bici tras terminar de trabajar, allí estaba ella, flamante, tranquila y... sin amarrar. No sé qué pasó o en qué estaría pensando el que lo hizo, pero se llevaron mi candado y dejaron la bici suelta.
Mi padre y compañeros de trabajo tienen la teoría de que alguien pilló al ladrón y optó por huir sin su verdadero botín. Pero yo estoy segura de que lo que ocurrió es que un coleccionista de cadenas de colores quiso llevarse mi pitón para su colección.
... Y sí, no insistáis, había cerrado bien el candado.

lunes, agosto 16, 2010

Realmente llega un momento en el que piensas que nunca te volverá a pasar. Pero, entonces, en el momento más inesperado, llega también la persona menos esperada y la sonrisa tonta se te cuelga de la cara y ya no hay forma de borrarla.
Un roce adquiere un significado gigantesco, una mirada llena un mundo y una palabra acaricia los oídos como si fuera la más bella canción.
Y el mundo vuelve a hacerse pequeño porque no te cabe tanta felicidad en el corazón.
Dan igual todas las cosas, porque me lanzo, me lanzo, me lanzo y sólo me dejo sentir, porque sentir amor es lo más bonito del mundo.
Y sí, me estoy enamorando como una tonta.

sábado, mayo 15, 2010

Ese liviano sentimiento llamado felicidad

A veces se nos olvida. A mí se me olvida. Olvido que hay felicidad, que soy alegre, que tengo muchas cosas buenas, que soy muchas cosas buenas, que siempre hay opciones, que tener un largo camino por delante es lo mejor que puede pasarnos, que siempre hay sol detrás de las nubes, que hay quien nos quiere, que queremos, que estamos vivos.
A veces se olvida, pero, afortunadamente, hay recuerdos muy fuertes, porque dejan de ser recuerdos y se convierten en lo que somos, en los que vivimos, en lo que tenemos.
Y esa es la felicidad. En grandes o pequeñas cosas, esa es la felicidad.
Entonces es cuando me siento como rozando con los dedos la hierba que crece al sol y al viento, la brisa marina que descoloca mi pelo, el ligero corazón y la sonrisa perenne.
Pero, lo mejor de todo indiscutiblemente, es que, de una vez por todas, he aprendido que no se me olvide.
La amnesia se llevará otras cosas...

domingo, mayo 02, 2010

Por qué me llamaron Bridget Jones III

Desde diciembre que pude retomar mis actividades deportivas acudo a clase de aquafitness al menos tres veces por semana. Como hay mucha demanda y sólo hay 22 plazas siempre voy un poco antes para apuntarme y, en tanto empieza la clase, me gusta mirar a los niños pequeños aprender a nadar en la misma piscina poco profunda en la que, después yo, recibiré mis clases de aquafitness.
Me encanta ver cómo esos niños tienen mucho menos miedo al agua que yo, disfrutan, se divierten y, también, les tengo un poco de envidia... Entre otras cosas porque a ellos les dejan usar una especie de colchonetas rectangulares semirígidas y a nosotros no. He pedido varias veces a los monitores que me dejaran subirme a ellas al terminar la clase infantil y siempre se habían negado. Pero como soy como soy, sólo estaba esperando mi momento, que llegó el viernes pasado.
Como siempre estaba mirando cómo acababan las clases sus niños y de repente vi que uno de ellos salía de la piscina tambaleante y me dirigí a recogerlo, porque han pintado el suelo de la piscina y ahora resbala de miedo. Le ayudé a subirse a estas colchonetas, colocadas tres de ellas seguidas, y vi cómo caminaba por ellas con paso seguro hasta llegar al final y tirarse a la piscina... Y me dio mucha envidia.
Era ya tarde así que el monitor cogió al niño, que no llega a los dos años y se fue con él a secarlo y llevarlo con sus padres... Y entonces vi mi oportunidad, con casi todos los monitores distraídos con los niños, un amigo animándome desde la piscina grande y mi poca cabeza, puse un pie sobre las tres colchonetas para ver si aguantaban mi peso... Un poco tarde. Uno de los monitores más jóvenes que me vio, salió corriendo y, para mi sorpresa, en lugar de decirme algo corrió él sobre las tres colchonetas y se lanzó con una pirueta a la piscina.
Su actitud, aparte de asombrarme, me resultó una provocación obvia y, con los meses de deseo empujándome, me quité rápidamente las chanclas y comencé a andar por las colchonetas... Que resultaron no ser tan estables como yo pensaba. Aquello empezó a llenarse de agua y tambalearse peligrosamente y pensando en la poca profundidad de la piscina (1,20 metros) lo que me había parecido una idea genial no me lo pareció tanto, y fue ralentizando mi paso, cada vez más insegura, hasta que me paré completamente.
En esos momentos ya no era sólo el monitor que me había precedido el que me estaba mirando. Como este chico se había puesto a gritarme (tiene un torrente de voz que parece que usa megáfono cada vez que habla) que qué estaba haciendo, que yo sabía que eso no estaba permitido, etcétera, ya estaba casi toda la piscina mirándome para ver qué estaba pasando.
Y ahí me tenéis a mí, haciendo equilibrios cual surfista, escuchando al monitor diciéndome que si me caía de espaldas y me daba de nuca contra el borde (peligrosamente cerca, pero no lo suficiente como para tener confianza en dar marcha atrás) el gimnasio no se haría responsable y pensando, durante el minuto más largo de mi vida, cómo salir de ese embrollo.
Obviamente, la alfombra de tres colchonetas a esas alturas se había converitido en dos colchonetas flotando a la deriva y sobre la que yo estaba permanecía entre enganchada en el borde y soltada... Y no pude aguantar más. Con cierto miedo, pero ya sin dudas, pegué un salto hacia delante y caí sobre mis pies (afortunadamente me dio la cabeza como para encogerme) en el agua... Sin gorro, sin gafas...
Cuando salí sólo vi a otra de las monitoras entre divertida y asustada, y el monitor que seguía gritándome que no llevaba gorro, que incumplía las normas de la piscina y que venía hacía mí... Que ya corría a por mis zapatillas abandonadas al borde de la piscina, para tirárselas a la cabeza... E incumplir una norma más de la piscina...
Lo mejor de todo es que aún no me han prohibido la entrada en las clases de aquafitness... Y que he descubierto la forma de volver a subirme a las colchonetas sin que me pase lo mismo de nuevo...

miércoles, abril 07, 2010

Nueva York como en casa


Quien me lo iba a decir a mí. Jamás habría imaginado que una de las ciudades más grandes del mundo, que más respeto me inspiraban (una es cobardica desde la cuna) me haya hecho sentirme como en casa mucho más que algunas de las ciudades en las que viví.


Pues sí, resulta que mi paso por Nueva York me ha dejado una liviana alegría en el alma porque desde el primer momento en que puse mis pies sobre sus calles sentí la ciudad mía. Mientras mis compañeras de viaje se asombraban de la majestuosidad e inmensidad de la city, yo, aún repitiéndome 'qué fuerte estar aquí', sólo decía que era tan normal pasear por allí, que yo pertenecía a esas calles.


Y no os creáis, no se trataba de un déjà vu porque NYC haya salido en tantas películas. De hecho, apenas reconocí calles de las que había visto en el cine, en la tele... Más bien ha sido un sentimiento anclado en mi corazón extrañamente que, incluso, se ha visto reflejado en mi comportamiento.


Más de uno y más de dos (foráneos y neoyorquinos) me han preguntado en los ocho días que he pasado allí si mi residencia estaba en Nueva York 'porque se te ve tan suelta, tan observadora de lo que te rodea con total naturalidad'. Y yo respondía que no, que nada más lejos, que simplemente me sentía cómoda, segura, confortable... En una ciudad que creí que me alienaría y me haría sentirme pequeñita pequeñita.


Y no sé si querría vivir allí, porque me sigue pareciendo inmensa. Pero sí sé que me pertenece y yo le pertenezco a ella.


Quizás ese sea uno de sus encantos... Que te acoge sin importar de dónde vengas.

domingo, marzo 21, 2010

Por qué me llamaron Bridget Jones II

Yo trabajo en una oficina con atención al público. La gente que viene a verme está en un momento no del todo bueno de su vida, así que siempre intento mantener la seriedad, la comprensión y una sonrisa en la cara para intentar hacer a la gente sentirse cómoda. Pero, sobre todo, intento ser profesional... O lo intentaba, hasta que llegó un compañero mucho más joven a la oficina. Es un chico muy agradable, muy gracioso y que siempre le saca punta a todo. Yo siempre le decía que soltar las cosas que suelta al final le iba a acarrear consecuencias en nuestra oficina, sin imaginarme que me las acarrearía a mí.
Hace unos días, justo en el momento en el que se sentaba una persona en mi mesa, le contesté a este compañero una pregunta de una forma que podría dar lugar a dobles interpretaciones. Nada más hablar pensé en su respuesta y en que no se cortaba un pelo, así que lo miré rauda en plan de 'no vayas a decir lo que creo que vas a decir'... Y no lo dijo. Pero al ver su cara de extrañeza por mi mirada se repitió en mi cabeza, como un eco muy cinematográfico, la frase que yo pensé que iba a decir... Y empecé a reírme.
Al ver a la persona sentada en mi mesa intenté serenarme y desearle buenos días, pero otro compañero me dijo '¿de qué te ríes?' y, curiosamente, su pregunta me hizo reír más fuerte, a carcajadas, con convulsiones y con un volumen superior al ruido general de la oficina... Intenté serenarme de nuevo, pero al volver a dirigirme al usuario que tenía enfrente, su cara, entre divertida y extrañada, me hace reír más... Y empiezan a caer las lágrimas de mis ojos.
Ya llevo unos cinco minutos riendo y sin poder pedirle la documentación a la persona, así que, desesperada, le pido disculpas aún riéndome y me voy al baño. Me echo agua en la cara, me la seco, intento respirar serenamente, me vuelvo a mojar la cara, me siento a reírme porque ya me duelen las costillas, me levanto, respiro, vuelvo a mojarme la cara y me digo 'vale, ya está'.
Salgo del baño me dirijo a mi mesa serena, veo a la persona que me espera, veo a mi compañero que no me contestó lo que esperaba y... más carcajadas.
Aún así, con lágrimas en los ojos, llorosa y con dolor de costillas me siento y tengo la moral de pedirle la documentación que necesitaba al que me estaba esperando. Me voy serenando y el chico me dice 'menos mal que yo soy de los que me tomo a bien mi situación, que si no...' y, claro, me vuelve a entrar la risa. Ya no puedo más, estoy tirada sobre el teclado pero consigo hacer mi trabajo.
Me sereno, le pregunto su estado civil (es necesario) y me dice 'te diga lo que te diga te va a hacer gracia, ¿verdad?', así que, unos quince minutos después, yo sigo riendo, y ya hay cachondeo generalizado en la oficina, sobre todo porque los compañeros sentados más lejos al principio pensaron que estaba llorando y se me habían acercado para ver qué me pasaba...
Al final conseguí serenarme, y, más roja que un tomate maduro, pedir disculpas al chico y darle toda la información que necesitaba... Para al segundo de haberse levantado seguir riendo...
... Y lo peor de todo es que, ni en ese momento ni ahora, recuerdo cuál fue la pregunta que lo provocó todo...

lunes, marzo 08, 2010

Ahora que estoy en fase de hacer sólo lo que me apetece, que no dejo que nadie decida por mí, es maravilloso saber en cada momento con quien me gustaría compartirlo, y tener con quien poder hacerlo. Que surja un deseo en mi interior y, casi inmediatamente, venga a mi mente esa persona que será quien me dé el sosiego, las risas, el hombro, el abrazo o lo que toque en el momento, o todo junto a la vez.
Cada vez me doy más cuenta de lo afortunada que soy porque, junto a los lugares que me despiertan la sonrisa, se hace más y más habitual hallar la felicidad en las personas que son mis amigos. No es que antes mis amigos me amargaran la existencia, simplemente es que ahora, cuando soy yo más que nunca, cuando no dejo que los demás escojan por mí, quienes van quedando me hacen sentirme feliz simplemente porque son ellos, porque están, aunque no sea a mi lado en este preciso momento.
Porque hoy me levanté feliz y no había más motivo que un día con amigas que hacía tiempo que no veía y una tarde relajada con un amigo y la perspectiva de otra tarde entre amigas, las que quería alrededor en ese momento, que, por supuesto, no me defraudaron y me hicieron sentirme como en casa, porque mi casa son las personas.
Y habrá quien me llame simple, pero si la simplicidad significa esta felicidad sosegada, aquí me quedo.

domingo, enero 24, 2010

Calma


Y por fin llegó a mi espíritu. La calma, el sosiego, la paz, la tranquilidad. Pocas veces me he sentido tan dueña de mi vida y esa posesión de mi destino es la que me lleva a acompasar mi respiración a un paso tranquilo. Podrá cambiar todo o permanecer inmutable en mis decisiones, pero ya no importa tanto, porque lo que importa es que soy yo, por y para mí, la que ha escogido y está escogiendo. Dan ya igual las miradas ajenas, los deseos externos y la sonrisa salta a mis labios porque es cierto.


Para alguien como yo, siempre en movimiento, lucha, dicotomía..., ser consciente repentinamente (aunque el proceso haya llevado meses) de que ya estoy aquí, quieta pero aún en busca (la inquietud que nunca pare) es un verdaderamente nuevo sentimiento... Terriblemente agradable. Me escucho a mí misma y no me reconozco, aunque también sé que soy más yo que nunca. Como pasar las páginas de un libro nuevo que se te hace increíblemente conocido porque las palabras son tú. Pues ahora, las ideas son yo, los anhelos son yo, las decisiones son yo.




Ahora siento en mi interior la marea calmada del mar que moja la orilla con una caricia cuando las tempestades se han alejado definitivamente... Y no digo que no vendrán otras. Pero la próxima vez ya sabré que estoy en puerto seguro... El mío.