jueves, marzo 24, 2016

Reflejo

Se acariciaba sus mariposas tatuadas mientras sonreía y pensaba que le gustaría que esta primavera estuviera cargada de sus alas y colores, para llenar la ciudad de esa sensación de libertad y ligereza que le provocan. Se acariciaba la piel y recordaba la que había liado días antes en aquella calle que bajaba a la playa.
Prácticamente se tiró al suelo para fotografiar uno de esos lepidópteros que se encontraba en mitad de la calzada, mientras, a su alrededor, los coches pitaban y sus amigos se llevaban las manos a la cabeza pensando que, esta vez sí, la atropellaban.
Sonreía con el recuerdo mientras seguía desnudándose con calma. Se paró un momento en las caderas en tanto se quitaba la falda. Sus manos se quedaron atrapadas en el punto exacto en el que él solía reposar sus dedos, roce mínimo que siempre la hizo estremecerse y sentir que estaba, que era, que lo quería allí.
Pero el pensamiento revoloteó de su cabeza con el cimbreo de su pelo y se despojó de la falda, que quedó en el suelo, a la vez que ella daba un paso adelante hacia el baño.
Miró unos segundos hacia la ventana, iluminada por la luna llena que ofrecía a la habitación, en penumbras, una luz mágica que le llevó al día en el que le regalaron el satélite de la tierra. Un dibujo que estuvo en casa muchos años después de que se fuera quien le hizo el regalo... La luna no se fue nunca, seguía en la piel de su espalda.
Cuando acercó sus dedos para rozar esa luna eterna, sintió en su mano aquella otra que la sujetó con fuerza para llevarla, corriendo, a la caza del astro nocturno. Se sonreían en la carrera. Y el corazón se le llenó de nuevo con esa alegría ligera que sintió aquella noche en que todo parecía posible... Aunque fuera un imposible y en eso se quedó: una historia sin principio y con un final en solitario. 
No le pesaba, sólo le dolió los pocos días de lágrimas inundando su alma por saber que la decisión correcta la obligaba a aceptarse y cambiar todo aquello que le llevaba a herirse continuamente. Sonrió, agradecida porque un imposible se convirtió en liberación. Y su cuerpo se estremeció cuando levantó los dedos de su espalda para poder deshacerse de la camisa.
Al desabotonar la parte superior apareció su pájaro. Sobre el pecho izquierdo volaba hacia la libertad o daba alas a su corazón. Cada uno lo veía como mejor le venía. Para sí misma, ese ave era el Fénix que representaba las veces que las cenizas no habían acabado con ella. Lleno de color, porque la alegría en blanco y negro no tiene sentido.
Como no lo tenían sus impulsos reiterados de exigir amor a base de regalar el suyo. También le había marcado la piel esa concepción dolorosa. Su muñeca derecha dejaba ver el fractal cuyo punto inicial sólo podía ser ella misma. La necesidad de mirarlo seguía en ella, recordatorio perenne de que el amor no se exige y empieza en ella para poder terminar en alguien más. Lección aprendida. O eso quería creer.
La blusa también cayó al suelo con la ligereza de la seda y rozó sus pies, algo fríos. Como los inviernos pasados en el Norte. Curiosamente no los recordaba así, porque el candor de su espíritu en esos tiempos era mayor que cualquier situación meteorológica adversa. Los recuerdos también los construimos nosotros, y no sólo la realidad de lo ocurrido...
Otro estremecimiento, esta vez la llevó a abrazarse instintivamente y a extrañarse de lo que abrazaba. Ante esa sensación inesperada, no pudo menos que mirarse en el espejo, ya dentro del baño. Como siempre, lo primero en que se quedó prendada su mirada fueron sus propios ojos. No percibió cambio en ellos. El brillo seguía allí. Ese brillo que la hacía sonreír, reponerse cuando se caía, reír a carcajadas, sentirse viva. Pero se llenaron de interrogantes cuando salieron de esa visión y se dirigieron al rostro. ¿De dónde habían salido esas arrugas? Se abrazó aún más fuerte, con lo que sintió engrandecida esa extrañeza que le había llevado a mirar su reflejo.
Abrió la mirada para contemplarse entera. Desnuda. Frente al espejo. Con ojos interrogantes. No entendía cuándo se había convertido en esa anciana que le miraba extrañada.


De como una conversación lleva a crear historias. Gracias turistaentupelo.

lunes, marzo 14, 2016

La discriminación tiene una única cara

He leído Americanah, de Chimamanda Ngozi Adichie, mientras me llegaban fotos de los refugiados a las puertas de Grecia, la UE decidiendo cerrar sus fronteras y exportar a los exiliados sin importarle los derechos humanos, noticias sobre mujeres asesinadas, hombres reivindicando su derecho a follarse a la que quieran (opine ella lo mismo o no)... Y no deja de sorprenderme cómo dan igual las naciones, las razas, lo que sea, cuando se trata de hundir en la más triste de las miserias a quien tengamos al lado. 
Gracias a Dios decidí ser una persona desinformada, y digo gracias, porque, si no, es posible que ya hubiera muerto de rabia. Pero leyendo Americanah y viendo lo que pasa ahora mismo por el mundo no he podido evitar pensar que a los seres humanos nos encanta poner etiquetas, marcos, cajas, para, después, organizarlas y estar, el organizador, por encima de todos los demás.
Da igual si es porque él sea blanco y tú negro; o él hombre y tú mujer; o él 'civilizado' y residente en un país sin guerra y tú un exiliado a la fuerza por el horror a la muerte, el hambre o la pura desesperación; las formas de quitarle importancia a que tú estés ahogándote serán las mismas en cualquier lugar y en cualquier circunstancia.
Esto es: estás exagerando, eso no es aquí, eso era hace siglos, estás siendo una víctima sin motivo. Es decir, la justificación de la opresión, sea del tipo que sea, nunca será con la base de quién la ejerce, si no que estará en los ojos de quien dice padecerla. No es que te opriman, es que tú crees que te oprimen, pero que va. 
No es que en Estados Unidos (lo cito por mi reciente lectura) por el simple hecho de ser negro seas ya sospechoso de lo que sea, lo primero que se les ocurra siempre que  no sea bueno; no es que por ser mujer hayas tenido que aguantar TODA TU VIDA acosos, miedos o desprecio por el mero hecho de haber nacido con un determinado sexo; no es que te traten como a un animal por poner en peligro tu vida para huir de una muerte segura y te atrevas a cruzar fronteras. No, el problema está en que tú, negro; tú, mujer; tú, exiliado, estás mirando las cosas desde el prisma equivocado y con unos conceptos basados en sucesos pasados.
Lo peor es que esa justificación no proviene únicamente del privilegiado. Simplemente el que se crea que está mejor que tú intentará restar importancia a lo que padeces para no sentirse mal por estar un poco por encima tuya, porque le gusta estar ahí y no quiere perder tampoco esa posición, aunque no sea la más alta. No quiere equipararse a ti, y no se le pasa por la cabeza que se pueda igualar hacia arriba, porque parece que todos nos pensamos con derecho a merecer algo mejor, pero sólo si no conlleva que todos los demás también lo tengan.
Eso es lo que más me ha impactado del libro: la constatación de que para nuestra desgracia, dan igual los miles de kilómetros de distancia que separen a dos seres humanos. Cuando se trate de querer privilegios, la forma de ejercerlos y mantenerlos será la misma. ¿No es triste que en lo que más nos parezcamos sea en la manera de rechazar al otro? 
En Americanah, la protagonista dice no haber pensado que era negra hasta que no pisó Estados Unidos y se lo hicieron ver claro. Me apena y me cabrea pensar que los cientos de niños que llegan desde Siria a Europa empiecen a verse como desheredados, se consideren personas sin ningún derecho, porque eso sea lo que les estemos mostrando. No nuestra mano, no nuestra empatía. Nuestra espalda y nuestro 'no lo mereces'.
Quisiera pensar que si somos tan iguales en las formas de desprecio, llegemos a ser capaces de parecernos en las formas de erradicarlo. Que nos levantemos contra la opresión sea del tipo que sea y no sólo contra la que tengamos cerca. Porque, para mí, ser feminista y no defender los derechos del resto de seres humanos no me cabe en la cabeza. Pero hay quien pelea por los refugiados y pega a su pareja. 
Cambiemos la realidad. Luchemos hombro con hombro contra cualquier tipo de opresión, no le quitemos importancia a quien denuncia que lo devalúan de la manera que sea. 
Y, no, no creo que sea lo mismo que te obligen a vivir en el barro en tanto otros deciden dónde acabarás, a pedir el mismo salario. Lo que tristemente es igual es la necesidad del ser humano de decir a otros seres humanos que son menos.