Tener ilusiones

Tener ilusiones es importante. Suele ser lo que nos mueve para seguir adelante, levantarnos cada día, verle un sentido a la vida (si no lo tiene, ¿para qué vivirla?). Yo me ilusiono con casi todo. Cualquier pequeña cosa suele ponerme en guardia para buscar algo más, quiero hacer las cosas lo mejor posible, aprender cuanto más, mejor; superarme día a día, mejorar hasta en las cosas más nimias (quizás eso se deba también a mi perfeccionismo, que es un defecto, lo sé, pero mira, algo bueno me trae).

Y llevo una racha desilusionada. Desilusionada con personas y con la vida. Desilusionada conmigo, porque he llegado a no saber hacia dónde debería tirar y me he quedado en un stand-by que parecía perpetuo. Me cuesta salir de mis propios agujeros, aunque, en realidad, me paso la vida saltando hacia arriba y agarrándome a los bordes.

Así que, esta semana, cuando me di cuenta de que hasta elegir el grupo de inglés empezaba a ser una decisión que no quería tomar, me agarré los machos (que dirían por ahí) y tomé otra decisión que nada tenía que ver (esto también es algo que hago a menudo, que una cosa muy distinta, me lleve a tomar una decisión para nada relacionada).

De manera que, ahora mismo, el Ayuntamiento de Sevilla me tiene en sus bases de datos para avisarme de cualquier promoción de VPO en la que se embarque. No sé, quizás iba siendo hora de que me planteara que mi hogar será el mío, el que elija sola, y como, ahora mismo, no estoy en condiciones de lanzarme a ninguna aventura inmobiliaria, me he puesto en marcha, pero dándome la seguridad de que aún tengo un tiempo para volver a ilusionarme.

Es una tontería, pero me hace ilusión haberlo hecho. Al menos, por esta vez, me muevo.