Es curioso cómo la vista de la nieve nos lleva, a la mayoría de las personas, a pensar en cosas felices. Incluso con una nevada en la ciudad, que supone problemas de tráfico, posibles resbalones y un frío que pela, en cuando se ven los primeros copos no puedes evitar que tu cabeza se llene de sonrisas, juegos, ideales infantiles y algo de felicidad.
A mí, al menos, eso es lo que me pasa. Hoy ha sido la tercera vez en mi vida que veía nevar, y no he podido evitar sentir la misma sensación en el corazón. Casi me dejo la crisma en una cuesta, pero no podía parar de sonreír y he llegado a casa tan excitada que he llamado a todos mis familiares para contarle que me ha nevado, que había habido un tormenta terrible y que qué chulo estaba todo.
Es verdad que el haber visto nada más tres nevadas en mi vida puede ser parte de la causa de esa sensación, sin embargo, creo que pasarán 200 nevadas y no podré dejar de sonreír, como tampoco desdeñaré la tranquilidad que emana de una plaza nevada, o de un parque blanco.
Porque aquí anoché lo que cayó fue una granizada, con todo su estruendo, para dar paso, esta mañana, a la languidez de los copos al precipitarse al suelo y encima de los paraguas. La lluvia tiene su sonido, pero la nieve también, un sonido como de silencio que ensalza el espíritu y te hace olvidar que la blancura que te embarga el alma se convierte en un lodazal al paso de los coches.
No sé, ver la nieve me da por pensar que, si nevase más en determinados sitios, quizás el mundo iría mejor, porque me resulta imposible pensar en violencia ante un paisaje blanco.
3 comentarios:
La primera vez que vea nevar, te diré lo que me sucede, prometido. Pero seguro que me pasa como a ti.
A mí me pasó lo mismo la primera vez que me nevó en Granada. No sé, supongo que todo está más limpio, más blanco, más puro y desnudo al mismo tiempo. Es una gozada.
Y más frío, un frío extraño que recuerda a la cerillera o a la reina de las nieves, pero sin tanto miedo. Espero que el cambio climático no acabe también con este pequeño placer.
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