Otra noche que se escapa y apenas he dormido. Otra noche de dar vueltas en la cama y vueltas en la cabeza, aunque intento pararlas. No lo he conseguido con ninguna de las dos.
¿Por qué duele tanto? ¿Por qué no se me va la opresión en el pecho y el estómago, la garganta cerrada, los ojos húmedos? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en lo feliz que podría haber sido, aunque la conclusión hubiera sido la misma, y lo triste que es darme cuenta ahora que me he impedido ser feliz?
Luché tanto por no dejar de ser yo que me fui al extremo contrario. Y ahora no sé cuánto tiempo me costará volver a mi ser en ese sentido. Cuándo dejaré de convertirme en una maniática controladora que se controla incluso a sí misma de tal manera que derrapa, y mucho.
Aún no me cabe en la cabeza cómo alguien me pudo hacer tanto daño como para llegar aquí. Cuatro años después descubro que me jodió nuestra relación y esta otra, con alguien que no tenía nada que ver contigo, pero que muchas veces aparecía en mi mente con tu mismo nombre.
Me cago en ti y en tu puta forma de ser, que me arrastró hasta años después de haberme alejado. Y tú eres la víctima.
Pero no tienes toda la culpa. Soy especialista en no creerme merecedora de felicidad ni amor. Así es. Es genial, ¿verdad? La forma en la que podemos llegar a jodernos la vida y seguir tan panchos. Hasta que nos quitan lo que queremos. Y entonces es cuando me doy cuenta de que he perdido dos cosas, a ti, al hombre al que quiero, y mi capacidad para dejarme ser feliz.
Lo bueno es que ahora la he encontrado. Pero no la voy a poder disfrutar contigo. Ni yo misma querría volver con la yo en la que me había convertido. Y digo bien, convertido. Porque he sido y soy muchas cosas, pero no en la que había derivado por unos miedos que me han atenazado más de un año.
Un miedo a estar así y una lucha por intentar evitar que doliera así. Pero, ¿sabes qué? Que duele exactamente igual que si me hubiera dejado llevar y ser feliz y no volverme loca, ni paranoica ni desconfiar hasta de mí misma.
No me estabas dejando. No me estabas relegando. No me estabas echando de tu vida.
Sin embargo, todo eso lo he comprendido cuando me has abandonado de verdad. Cuando no has podido más.
Y sé que no he tenido toda la culpa. Los dos la tuvimos por no darnos cuenta que nuestros momentos vitales eran distintos. Si fueras mayor no me habrías permitido tanto tiempo de ida de olla. Aunque también me habrías explicado mejor lo que ocurría y, quizás, habrías tenido las herramientas para mostrarme crudamente lo que veo ahora.
Y no estábamos preparados ninguno de los dos. Eso tampoco ayuda.
No lo sé, en realidad no sé más que no puedo seguir teniendo esta puta esperanza porque lo que está haciendo es dolerme más. Pero es que si no la tengo el dolor se me hace tan insoportable que no puedo ni pensar, ni razonar, ni hacer nada más que vejetar, que mirar al vacío y esperar, no sé el qué.
Necesito dormir. Necesito desconectar de mí misma. Necesito que todas estas palabras me vacíen y dejen espacio a un poquito de risa. A un poquito de poder. A un poquito de tiempo que me cure las heridas.
Por favor, abrazadme mucho. Necesito saber que todo saldrá bien.