La vida es aprendizaje. Y yo intento aprender de esta situación. Han pasado pocos días. Me duele todo, me duele aún, me duele mucho. Y sé que vendrá más llanto. Pero quiero suavizarlo.
Soy yo la que tiene la llave para que el duelo no se prolongue hasta el sufrimiento extremo. Soy yo la que puede normalizar o intentar normalizar el hecho de que trabajemos juntos y ser adulta. Soy yo la que puede intentar sonreír más que llorar, disfrutar de cada nimia cosa buena que la vida me dé cada día.
Dios siempre me rodeó de buena gente. Ahí están mis amigos. Cuidándome, mimándome, no dejándome sola. Les quiero.
Y mis hermanas, pendientes a pesar de que su vida es ahora complicada. Les quiero.
Soy querida y quiero.
No puedo estar con quien me parece que podía ser el compañero de mi vida.
Pero puedo aprender de todos los errores. Puedo sacar lo bueno que me ha dado él y lo bueno que he descubierto yo por todo lo malo que he hecho.
Y tengo que convencerme, tengo que saber, que no lo volveré a hacer. Que no volveré a ser presa del miedo hasta el punto de perderme en el extremo contrario del que estaba huyendo.
Sé que lo haré. Esa es una de las pocas virtudes que me reconozco. Tropiezo mucho, pero casi nunca con la misma piedra.
Y ahora, que el tiempo cure mi dolor y mi alma pueda descansar.