Acabo de ser consciente de que la primera vez que fui a Asturias fue en Semana Santa, para ver a J., por supuesto. Y acabo de caer que me he negado a ir esta Semana Santa en la que, seguramente, sería la última vez que iría a esa comunidad para verle. No sé si ha sido el subconsciente, casi siempre más sabio que yo, que ha preferido dejar de hacer círculos en mi interior, ha querido romper la, empiezo a pensar, peligrosa repetición de fechas, sucesos que acaban marcando el final de mis historias.
Porque marzo siempre fue un mes que me trajo muchas cosas (amor, desamor, trabajos, despedidas, bienvenidas), porque los relojes de pulsera se empiezan a convertir en regalos de los que recelar, porque las cámaras de fotos protagonizan extraños sucesos en mis relaciones, porque no podría soportar rememorar la esperanza con la que hice ese primer viaje en estas fechas en una mente llena de la desilusión y la amargura con la que repetiría esos mismos kilómetros ahora.
Y ha sido una foto en el viento, en el monumento 'Solidaridad' de Gijón, tan cerca de él, lo que me ha traído a la memoria algo que hubiera preferido mantener en el dulce olvido que empieza a curar mis heridas. Pero si yo misma no soy capaz de mantenerme alejada de los rincones que sé que debería dejar de visitar, el azar no va a dejar de jugarme estas pasadas, malas o buenas, ya ni lo pienso porque me temo que deberé empezar a acostumbrarme a los encuentros con alguien que, en realidad, no quiero borrar, porque ha sido demasiado. Sin embargo, debo impedir que se me cuele demasiado.
Viento, lluvia, museo de la minería, amigos nuevos, familia nueva, sonrisas llenas, llenas, llenas: caricias furtivas, deseos expresados, anhelos callados, sueños que se iban acercando... En aquella ocasión fui de una punta de España (La Línea) a otra punta (Gijón) en un viaje de ilusión. De un mar a otro, de un viento a otro, porque no importaban los kilómetros, no importaban los obstáculos, sabría que los salvaría todos, porque te quería, porque quería que fueras mi vida.
Esta vez iría desde mi tierra hasta la suya, ahora más mía y más suya porque hemos dejado de compartirlas, como la casa, la vida, los sueños, las alegrías y las tristezas... Quizás la tristeza la compartamos, pero de formas distintas que más nos alejan, porque la mía es porque somos nosotros y el entendimiento es ya un imposible; y la suya es por no comprenderlo.
Quizás sí que debería haber ido en Semana Santa. Quizás habría cerrado la espiral y no habría más círculos que me arrastraran sin dejarme huella.