Mirar al cielo para seguir el camino de las estrellas. Las has pretendido alcanzar en tantas ocasiones que ya ni recuerdas si tienes el brazo alargado a la espera de que su polvo te llene de la magia que permitió volar a Wendy o ya lo bajaste en la desilusión de no haber logrado tocar sus brillantes puntas para iluminar unos sueños que parecen haber despertado en el momento en el que menos esperabas chocarte contra la realidad en la que tu vida podría haberse convertido.
Podría, pero no lo hizo porque tuviste el suficiente arrebato como para alejarte corriendo, en la noche ya oscura y sin estrellas, para perseguir a quien las había guardado todas en su bolsillo, si bien la luna no le cupo en la mochila y la dejó para que, en todo su esplendor, te recordara que las cosas podrían ser diferentes si te hubieras atrevido a acariciar los astros que surgieron en tu universo en el momento en el que cogiste la primera bocanada de aire que te permitió vivir en este mundo, pero que te obligó a abandonar las apacibles y claras nubes que habían sido tu hogar hasta el momento en el que decidiste (quizás te empujaron) a abandonarlas.
Nada habría pasado si no recordases tus incesantes e insistentes miradas hacia arriba, imágenes que te han llevado de nuevo a contemplar la noche estrellada, sin apenas luz porque, ya sabes, alguien te robó tus estrellas.
Entonces te desperezas, desesperanzado, mirando a tu alrededor con los ojos asustados que hacen que el mundo te vea como un ser necesitado de protección, cuando lo que necesitas es de nuevo tu luna, y tu camino que te lleva hasta los recónditos parajes de tu mente, en la que se encuentra escondida la felicidad que debes alcanzar para saber que tu vida está siendo verdaderamente plena.
Puedes rodearte de gente vacía, pero prefieres tropezarte con quien guarda astros en su bolsillo, porque sabes que ellos sí tienen claro qué pasa por tu mente cuando te quedas parado en medio del ruido ensordecedor y del movimiento de un mundo que apenas se escucha a sí mismo, ¿cómo iba a escuchar qué le ocurre a los demás?
Y te vuelcas en sus palabras, sus pisadas, sus susurros al viento del norte, que no son más que mensajes a todos los que, como vosotros, sabéis que sí hay diferencia en una sóla alma si ésta es capaz de descubrirse a sí misma y desnudarse ante quienes quizás la lapiden, pero la rediman ante su propia soledad.
3 comentarios:
El texto, maravilloso. El último párrafo me ha calado hondo. A mí me cuesta desnudar el alma precisamente por lo que tú señalas: me da miedo que me lapiden.
A lo mejor por eso sufro de esta soledad no redimida...
Sigue escribiendo cosas como esta.
A pesar de todo, sigo con el brazo levantado hacia las estrellas, por si acaso..
Todo llega, Suntzu, todo llega, y los miedos se acaban espantando, sólo te falta encontrar tus estrellas para que iluminen con toda claridad tu senda...
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