Dejarse arrastrar por la pasión que se desata en lugares desconocidos que ahora recorre quien no eres tú, pero que, en ese instante, se convierte en otra parte de tu cuerpo para que consigas alcanzar el éxtasis de tus sentidos, en la plena consciencia de que el camino que llevas es el del huracán que llevas dentro y que siempre has mantenido amarrado a lo más recóndito de tu ser para no ser descubierta en la lucha interna que has llevado hasta el extremo.
Las puntas de tus dedos dejan de tener la sensibilidad suficiente como para darte cuenta de dónde acabas y dónde empieza quien acompaña este día de inmensa felicidad por la satisfacción de un deseo totalmente desconocido y ahora reconocido, después de años de ocultación bajo un espeso manto de rutina.
Las convulsiones de tu cuerpo sólo indican el ansia con el que te acercas hacia el cuerpo que centra todo tu ser y que ha conseguido hacer desaparecer el mundo, la consciencia, la calma, las dudas, las ganas.
Remansos de paz invaden tu alma cuando los gritos de tus labios se oyen orgullosos porque han dejado de ser susurros, silencios controlados para no ser oídos fuera. Ya no importa, no existe fuera, sólo el interior del remolino en el que el día se ha convertido en un todo cargado de fuego.
Imagen del huracán Isabel, de fotos.org
3 comentarios:
Pásate por mi blog, moza, que tienes premio.
Arremolinada estoy yo ahora mismo. Pero el mío no es un remolino gozoso. Más bien, tortuoso.
Ains, cuánto nos cuesta apagar el infiernillo... A ver si entre las dos lo logramos y nos salen las cosas como deben, que sólo Dios sabe cómo es eso...
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