Siempre he querido ser como Audrey Hepburn y siempre he sabido que nunca la alcanzaría. Desde que la vi la primera vez, en Sabrina. Supongo que entre tanta exuberancia femenina, su modelo era el que más se acercaba a mí, que siempre fui de kilos de menos, más que de kilos de más.
Adoraba y adoro sus andares, su estilo, la forma de vestirse dentro y fuera de la pantalla, su savoir être y su bondad. Me gusta hasta tal punto que la moda que la ha recuperado ahora me indigna, porque niñas que no saben ni quien fue la lucen como un trofeo en bolsos, sin saber lo que significa Audrey, sin saber que fue una bellísima persona por dentro y por fuera.
Siempre fue y será mi ídolo, pero nunca he querido parecerme a ella, entre otras cosas, porque sé que jamás alcanzaré esa prestancia en el andar, esa naturaleza atrapa miradas sin darle importancia. Me he limitado a mantener la vista en su modelo y aceptar la realidad que Dios me ha dado.
Sin embargo, mi viaje a Roma me ha convertido en un poco más Audrey. Ya sé que el plumas, los zapatos cómodos y toda la ropa de abrigo que llevo encima no ayudan nada. Pero debajo de ese caparazón está un corazón encantado de pisar los sitios por los que se rodó Vacaciones en Roma, la película que hizo famosa a mi ídolo.
Racional como soy (a veces) sé que es una soberana tontería creerse más cerca de un ideal por pisar la tierra que pisó una mujer que marcó, marca y marcará estilo. Comprendo que los parecidos son inexistentes, por no decir para partirse de risa. Pese a todo, yo no puedo dejar de sentir esa liviandad que me produce el saber que Audrey bajó por esos mismos escalones de Piazza Spagna, que se asustó ficticiamente con Gregory Peck en la misma Bocca de la Veritá en la que yo introduje mi mano y, en definitiva, respiró el mismo aire que yo he respirado en la eterna Roma.
Nunca voy a ser como Audrey Hepburn, ni lo pretendo. Pero permitidme que me sienta más cerca de ella y más cerca de la dignidad y belleza que toda mujer debería saber que lleva dentro.
2 comentarios:
Pues muy bien hecho, moza. Sabía que lo ibas a disfrutar mucho. Y es cierto que no nos vendría mal (a mí, por lo menos, que suelo tener la autoestima por los suelos con más frecuencia de la que me gustaría) sentirnos un poco Audrey.
Hay que ser Audrey, marilin, johanson y la que haga falta para ser una misma
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