Admito que a las mujeres se nos va de vez en cuando la mano en nuestra cruzada contra la desigualdad, que es cierto que en el Ayuntamiento de Córdoba, por ejemplo, se les ha colado más de una tontería en su plan contra el lenguaje sexista que justifica el choteo consiguiente. Pero también que hay muchas razones para seguir dando el coñazo con la discriminación, en Córdoba o en esta columna. Quién puede negar que el lenguaje es sexista, el de la Administración, el de las empresas y el de la calle, que coñazo y cojonudo no significan lo que significan por pura casualidad. Y si los hombres se han pasado la historia presumiendo de sus cojonudos logros, ocurre que ahora nosotras estamos en posición de dar el coñazo para hacer y nombrar las cosas también a nuestra manera. Respecto al lenguaje sexista y a cualquiera de los usos y costumbres de los viejos y masculinos tiempos.
Otra cosa es que precisamente el coñazo con el lenguaje sexista me parece secundario. En muchas ocasiones está mal enfocado, se nos va la mano y hasta el brazo, proponiendo lo de miembra, por ejemplo, como se ha hecho en Córdoba, o lo de jóvena que se le ocurriera a Carmen Romero. Porque luego tiene razón Javier Marías cuando escribe que también habría que emplear "víctimo", "colego", "persono", "poeto", "preso del pánico" o "mendo lerendo". Les ponemos la guasa en bandeja y, además, tienen razón.
Y, sobre todo, el lenguaje no sexista es consecuencia de otros cambios, no su motor. Las palabras reflejan el poder, es cierto, pero también la realidad. Y se trata de cambiar primero la realidad antes que los conceptos que la designan, de ocupar los espacios donde no estábamos, en la vida pública y en la laboral, en los medios de comunicación, en la cultura. Cuando las palabras que se pronuncien en todos esos ámbitos sean las femeninas, el lenguaje se transformará por sí solo. Será tan femenino como masculino.
Lo primero no es llamarnos "lideresas", como proponen en Córdoba, sino serlo. O "pilotas", o "gerentas", o "bedelas", o "cancilleras", o "soldadas", o "albañilas", denominaciones propuestas por la filóloga Eulalia Lledó en su libro "Las profesiones de la A a la Z". Cuando lo seamos, nuestros hijos y nietos encontrarán los nombres par las nuevas realidades. Y ni squiera tendrán que dar el coñazo para imponerlos.
Edurne Uriarte, Mujer Hoy.
Esta columna, que apareció publicada hace unas semanas, me parece que es el mejor reflejo que he encontrado hasta ahora de lo que pienso sobre el lenguaje sexista. Estoy cansada de ideas absurdas como evitar el genérico (hasta ahora masculino) y desdoblar las palabras hasta cansar al oyente o lector más interesado (véase el nuevo Estatuto de Autonomía andaluz). Estoy harta de poner femeninos imposibles en aras de una supuesta igualdad y estoy, sobre todo, asqueada de que unos cuantos, está claro que con pocos conocimientos de su lengua, se cargen la que es de todos para parecer más progres.
Estoy completamente de acuerdo en que se trata de cambiar la realidad, porque el lenguaje se adaptará él sólo, como lo ha hecho a las nuevas tecnologías (hace años parecía una locura llamar ratón a un elemento del ordenador), a los nuevos descubrimientos y, en definitiva, a la vida que narra.
Porque el lenguaje es sexista porque la sociedad lo es, y eso sólo se corrige con la educación y con que, efectivamente, las mujeres ocupemos todos esos sitios que nos han sido vetados. Así que se trata de invertir (metafórica y de manera real) en la educación, en que los niños en los colegios sepan que el de al lado, sea cual sea su sexo, tiene exactamente los mismos derechos, obligaciones y posibilidades. No se trata de decir que los dos sexos son iguales, porque no es así, se trata de enseñar que se tienen las mismas oportunidades y que, o se lucha codo con codo, o el invento que es el mundo no funciona.
Así que hay que seguir dando el coñazo, pero por derroteros menos electoralistas y grandilocuentes y más prácticos. Luchando en el día a día, en la casa y en la calle, porque, quizás, si a las mujeres nos dejara de dar vergüenza, reparo o fuéramos conscientes de que podemos exigir respeto cuando escuchamos a padres, hermanos, amigos, o parejas usando lenguaje sexista, las cosas mejorarían. Y, sí, decir 'mira las tetas de esa tía' o 'anda que no está buenorra' delante de una mujer es ser sexista, de manera, que nada de copiar los malos ejemplos y seamos consecuentes con nosotras mismas.
2 comentarios:
Olé, olé, olé y olé. Es cierto, el lenguaje cambiado (y además por imposición) no va a cambiar nada, lo que hay que cambiar es la sociedad.
Aunque, claro, los nombres de algunas profesiones yo preferiría dejarlos tal cual (básicamente los que no acaban en -o, como líder o canciller o juez), igual por ejemplo, que no pedimos que se cambie amable por amablo y amabla (porque amable no tiene marca de masculino ni de femenino).
En cualquier caso, con el último párrafo si que no estoy de acuerdo: no se trata de lo que digas, sino de como lo digas. Si yo digo "que buena que está esa tía" delante de una mujer, no tiene porqué ser sexista; lo será en el momento en el que ella diga: "que bueno está ese tío" y yo le monte un pollo. Como decías un poco más arriba lo que tenemos que saber es que tenemos los mismos derechos y oportunidades.
A eso me refería, es el cómo lo digas, intenté usar expresiones que lo reflejaran. Y por eso también digo que no hay que copiar los malos ejemplos, porque me temo que en el lenguaje pasa como en los cargos de poder, que las mujeres, muchas, se creen que tienen que ser como los hombres para ser iguales, y caen en lo peorcito (mírese a la Tatcher o cómo se escriba).
Y también estoy de acuerdo con que hay sustantivos que mejor dejar como están, si la sociedad no es sexista, no nos importará ni a hombres ni a mujeres, porque no lo veremos como una carencia o una desigualdad.
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