Nunca me ha importado la distancia. Es decir, al cabo de los años me he acostumbrado a dejar a mis amigos, a quienes me importan, en otras ciudades, en otros lugares lejanos. Y no me importa. El teléfono, alguna visita, los mails... suavizan esa distancia y lo cierto es que, con los amigos de verdad, da igual si te viste ayer o hace años. La sensación es la misma que cuando nos veíamos a diario: la misma confianza, el mismo cariño, la misma complicidad.
Pero hay momentos en que esa distancia se me hace años luz y no soporto el no poder abrazar, tocar y dar un beso sincero a mis amigos. Cuando los siento penar, cuando les ocurre algo en su vida que yo no aliviaría, pero que estando allí, al lado, me permitiría intentar suavizar; no puedo dejar de lamentar las vueltas de la vida, la distancia y no estar ahí, a la vuelta de la esquina.
Porque las palabras se me hacen vanas si no las acompaño del abrazo que me gustaría dar, la mirada que me gustaría compartir.
Pero no me queda otra, no me quedan más que las palabras para intentar hacerte comprender que aquí estoy, para lo que sea. Y se hace falta, allí estaré. Tenlo claro, no estás solo.
2 comentarios:
me encanta este relato,coincido con cu contenido,pues aunque los amigos estan dentro de nosotros, y los tenemos ahi, pero la distancia supone un gran obstaculos, porque en un momento de necesitada(un abrazo)no lo tienes y el telefono o cualquier otro artilugio no puede sustituirlo
Hola Teresa! Esta vez más que un relato era un pensamiento escrito. Por los amigos, lo que sea, ¿verdad? Besos
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