Desasosiego

Hay días que me despierto con el desasosiego instalado en el alma. Lo noto nada más levantarme, con esa presión en el pecho, a la altura del esternón, que me indica que ya está montado el tinglado. Cuando hay motivos, no me importa, porque acabo controlándolo, relajándome. El problema son las veces que no sé los motivos, no entiendo las razones porque no las encuentro. Entonces me puedo pasar días con esa sensación de que algo pasa o va a pasar pero no sé qué y estoy a la espera.

A la espera y tensa, tolero mucho menos determinados comportamientos, me indigno vehementemente contra todas esas cosas que me indignarían habitualmente, pero con mucha más rabia, y me acaloro: al hablar, al andar, al pensar, al estar.

No me gusta esa sensación. Principalmente porque me acabo poniendo de mal humor, pero también porque lo siento como un augurio de algo que no sé qué será, ni cuándo ni nada, porque, seguramente, no es un señal de un futuro, pero a mí me deja el mismo sabor de boca y la misma espera nerviosa que cuando se acerca una fecha importante para mí y parece no llegar nunca.

Y me vuelvo absolutamente charlatana. Más bien, apabullo con mi hablar. Si normalmente hablo por los codos, en estos momentos soy terriblemente insoportable (gracias por aguantarme Suntzu) porque no puedo parar, bajo ningún concepto, por mucho que me interese lo que me dice el de enfrente.

Y no puedo concentrarme, no puedo dejar la vista quieta, ni la cabeza y solo tengo ganas de que pasen: los días, lo que sea que mi cuerpo espera y no sé qué es, o las ganas de prenderle fuego al mundo porque todos estamos equivocados y, total, ya nos estamos yendo a la mierda.

Afortunadamente, ya conozco la sensación. Ya sé que se pasa. Ya sé que es cuestión de paciencia, relax y dejar de darle vueltas a la cabeza... A ver así me autoconvenzo...