Y ocurre muchas veces que, en el momento que tomas una decisión, todas las razones por las que la tomaste no parecen tan importantes. No es tan malo que sea así, ni son tan terribles las desilusiones. Lo malo se difumina y lo bueno hace acopio de mayor lugar en tu mente para que las dudas que has conseguido erradicar tras, quizás, meses de lucha vuelvan a ocupar un sitio que te hace temblar sobre tus propios pies.
Es en esos momentos cuando las fuerzas parecen querer abandonarte y es en esos momentos cuando la soledad del alma es más necesaria para atarse al suelo y no dejar volar una mente que prefiere retornar a tierra segura, al hogar conocido que da la tranquilidad de saber dónde se está, pero quita la sal a la vida y, sobre todo, acabaría por enterrarnos en una situación que no es la que queremos, ni merecemos ni hemos soñado.
Sin embargo, sigue existiendo un coste que se hace demasiado pesado muchas veces, y es difícil mantener, no ya elevar, el ánimo para seguir sintiéndose feliz y seguir, al menos seguir adelante, que es justo lo que hace falta, lo que pretendimos con nuestra primera decisión.
Es importante, entonces, mantener el teléfono alejado, para no caer en las mil y una tentaciones que nos asaltan a cada instante y que ni siquiera la más continua actividad consiguen erradicar de estos días que parecen eternos, estas semanas que no tienen fin, esperemos que no meses de corazones encogidos y ojos llorosos aunque estén secos.
Porque llorar alivia, hasta que deja de hacerlo para convertirse en un habitual de nuestras horas. Pero no hay que permitirlo, porque la decisión la tomamos conscientemente, seriamente valoradas todas las opciones y para no hacer daño y no hacerse daño, no ser herida una vez más, aunque no hayamos salido indemnes.