miércoles, noviembre 07, 2018

Aguanto

Hay mares con menos resaca que la fuerza de mi pensamiento. Tifones menos destructivos que la espiral de mis ideas. Terremotos menos dañinos que mi (insana) necesidad de buscar mil explicaciones y revueltas a lo que, simplemente, es.
Me gustaría ser una de esas personas simples que empiezan y terminan y dan por zanjado, porque en unos días, en horas a veces, siguen adelante con ligereza. 
Sin embargo, nací con el estigma de un cerebro tocado por la sensibilidad extrema y la capacidad de no parar aunque esté exhausta y mi cuerpo perezca en insomnio y hambre.
El mismo seso que me enriquece con una curiosidad de esponja, ahora se convierte en enemigo voraz que prefiere arrasar con las briznas que quedan antes que permitir el refugio mínimo de un diminuto puerto seguro. 
Contener.
Controlar.
Aplacar.
Ser la otra yo que llevo entrenando durante años y que sabe que puede estar aquí y nada más que aquí porque lo que ha pasado está más allá de mis capacidades para ser cambiado y lo que no es mío no puedo entenderlo si la otra persona no se decide a explicarlo.
Voy y vengo. Me mantengo escasos minutos anclada a mí. Vuelvo y ato más fuerte las raíces que me costó encontrar y que me dieron alas. 
La última idea que queda es mi supervivencia.

2 comentarios:

Virto dijo...

NO sabes cómo te entiendo. Bueno creo que sí lo sabes. Cuando has mencionado ese cerebro que todo lo absorbe y su contrapartida el que todo lo manosea a veces demasiado con el pensamiento, el que no sabe parar... Buff, para mí es una lucha eterna, un para y vuelve a ti mismo, un disolverme tanto que hay días que no sé quien soy.
Yo también me he inventado, desde la mente disparada, un mundo que no existe en vez de vivir en este, aunque sea confuso y a veces ininteligible.
Abrazo

Isabel Sira dijo...

Nos encontramos porque era inevitable hacerlo. Somos hermanos. Caminaremos juntos para que sea todo más sencillo en nuestras vidas y podamos ser, algo más felices, algo menos pensativos.