La paciencia nunca fue una de mis virtudes. Ni la calma. Más bien me precipito, me emociono, me embalo y luego, de repente, me doy cuenta de que tengo que frenar en seco, o me frenan en seco (normalmente esto ocurre más a menudo).
No lo puedo evitar. Como no puedo evitar mostrarme como soy, sentir rápidamente, lanzarme sin pensar, después de haberlo pensado mucho.
Todo ello conlleva sus riesgos, peligros que me suelen dejar el corazón dolorido, la cabeza inundada y pensamientos de estupidez. Riesgos que duelen.
Y, sin embargo, no lo puedo evitar.
Muchas veces pienso que no se trata de no poderlo evitar, si no de no querer hacerlo. Y, quizás, en la mayoría de las ocasiones, sea así. Pero es que creo que la vida está para vivirla y sentirla, en placer y en dolor.
A pesar de todo, da rabia. Me doy rabia yo. Por equivocarme en mi entendimiento de las personas. Por dudar de forma continuada. Por dejarme llevar, pero no dejarme llevar.
Porque aun sin saber dónde me llevará un camino, puedo dar cinco pasos convencida de su destino, y otros cinco pensando que es el contrario. Porque me dejo llevar, pero me da miedo y husmeo, olfateo el aire como un perrillo temeroso de que la mano que le es tendida para darle de comer esconda un palo.
Me gustaría ser de esas personas despreocupadas. Pero no lo soy.
Al menos, voy aprendiendo a fluir, aunque a veces, como esta noche, inevitablemente me pare a pensar y duela un poco, sin saber todavía qué.
2 comentarios:
Y a pesar de que duela, vuelves a lanzarte de forma impulsiva. Aunque duela
Es mi sino.
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