Pequeñas ilusiones se enroscan en la piel del tosco sátiro. Siempre huyendo de la belleza, aunque parezca siempre buscarla, y, de repente, se ve embebido por ella. Y, pese a su ceño y su empeño, la sonrisa le ilumina la ruda cara que siempre ha pretendido esconder deseos, sueños y temores.
Un resquicio de verdad y esperanza apenas se vislumbra en sus ojos, pero es lo suficiente como para que el lujurioso ser tiemble, espera que imperceptiblemente, ante el temor de ser descubierto. Porque su corazón es blando. Su corazón quiere, late, sufre, desea...
Y se mueve. Se mueve para evitar el contacto de esa otra piel que, cándidamente, lo ha tocado simplemente para decirle que está cerca. Sin intenciones. Sin los dobles juegos a los que él está acostumbrado. Y eso le desconcierta. Y eso le da esperanza. Y le asusta.
Pero, a la vez, se siente tan atraído que se paraliza. Sólo es capaz de alejarse el milímetro necesario para no sentir el roce. Sin embargo, nota la presencia, el otro corazón que palpita suave, en calma, sin la agitación que a él lo tiene de forma atormentada clavado sin escape, porque no es capaz de huir.
La figura fuerte se convierte en su interior en un pequeño animal asustado. Intenta ocultarlo. Se yergue, intenta ser firme. Y tiembla. Porque sabe que esta vez atravesarán su dura piel y la rendición será su condena.
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