Un paso y luego otro. Opciones, caminos, bifurcaciones, laberintos de pensamientos. Errante o seguro de su andar. El verde de la hierba, el olor de la primavera, las flores que enseñan sus colores al borde de la senda. La mirada, en el infinito, donde termina la vereda. Los pasos con ritmo. Una cadencia. Brisas juguetonas y nubes de algodón. Sonidos vibrantes. Aliento acompasado. Frufru de telas.
No había pensamiento en su cabeza, porque finalmente había logrado vaciarla de tanta necedad que la rodeaba. Se había decidido a marcharse, porque quedarse significaba una muerte lenta que la dejaría sin el espíritu que había reinado en su vida y había llenado el espacio.
La decisión había llegado reposada, como si siempre hubiera estado ahí, dormida y expectante. Por eso se había dejado llevar por su razonamiento. Al fin y al cabo, sólo ella podía saber lo que había pasado. La felicidad que había venido tras el sufrimiento. La angustia de un mundo que la oprimía porque no era el suyo. Las renuncias que ya no tenían sentido.
Ahora, en su cabeza, sólo quedaba aquella canción...
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