No soy de naturaleza envidiosa. Me alegro sinceramente por la felicidad y logros de otros. Por vidas repletas y regocijos ajenos. Comparto sanamente y forma parte de mi dicha.
Sin embargo hoy, de nuevo sentada tras el cristal, mirando la vida pasar, envidio. Codicio la valentía del resto, o su fuerza, o su carácter o aquello que les permite ir a la calle, con miedo o sin él, y continuar en viejas rutinas renovadas por un parón obligado. Ambiciono una cabeza en la que no salten mil alarmas cuando me dirijo a la puerta de casa, un cuerpo no atenazado por el temor hasta el punto de ser un bloque de piedra que me inmoviliza entre estas paredes que debía celebrar y empiezan a ser un cárcel casi autoimpuesta, porque me condeno yo, pero no.
Y he buscado toda la ayuda posible y alguna imposible. He expresado y he pedido. Y me obligo, me empujo hasta que el pecho se convierte en bomba que ahoga mi garganta y cierra mi estómago.
Sin éxito.
No quiero envidiar.
Sólo quiero poder caminar a vuestro lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario