jueves, junio 18, 2020

Lejos

«Me deseas por la distancia que nos separa».

La frase cayó entre ellos hasta el abismo que ella tenía claro que existiría eternamente. Hay placeres prohibidos y placeres que nacen para no ser. Para quedarse agazapados con media sonrisa y a la altura de la punta de los dedos, siempre ahí, siempre irrealizables.

Satisfacen como la fruta parcialmente madura, en la que no sabes si te tocará un bocado dulce o ácido y, aún así, la comes porque te ha entrado por la vista y no puedes evitar caer en la tentación. 

De forma que se lanzaron. Se zambulleron en una no existencia palpable, tan real como las pieles propias que se acariciaban en la presente ausencia del otro. Bebieron de las fuentes mutuas en una compañía solitaria que, a pesar de todo, satisfacía una parte de ellos que no habían descubierto hasta entonces. No es que algo fuera mejor que nada; es que la nada estaba tan llena de contenido como un campo vacío puede ser anuncio de una gran cosecha.

Se dejaron caer el uno en el otro hasta sostener las fantasías y las certezas que los componían. Se mezclaron en carne, fluidos y tacto sin rozarse. Se disfrutaron sabiendo que el deleite era personal y no compartido; se complacieron, sin tener claro que al otro le hubiera llegado.

Y hablaron. La caricia dejó de ser importante porque no era del otro. Las palabras sí calaron. Trenzaron hilos compartidos hasta construir un puente sobre el precipicio. Cambiaron tornas por espacios comunes.

Se encontraron. 


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