martes, octubre 25, 2016

Cuánto dura un pañuelo

De un sólo uso. Así nacieron. Para no lavar lo que mataba, para no expandir la microscópica enfermedad que amenaza. 

Un sólo uso que nadie respeta. Aparece arrugado en las chaquetas viejas, desaparece en bolsillos de pantalones que dejan lavadoras atascadas con sus tristezas. Está aquel, pulcramente olvidado con las lágrimas que inundaron un día, para dejar seco el corazón de ausencia.

Existen aquellos de madres, calientes en su pecho. Enjugan rabietas, limpian peleas, alivian ser el último, borran chocolate, limpian la limpieza.

Pero algunos son arrojados a la primera. Algunos no duran ni el segundo de ser sacados del paquete. Incapaces de contener el rayo que atraviesa la cabeza, la espada que parte en dos el esternón, las riadas que atenazan la lengua y ciegan los ojos.

Ésos son a los que hablo. Esos que me rodean en la cama. Testigos mudos de mi abrazo a la almohada. Guardianes de mis gritos secretos que nadie más escucha. 

Un pañuelo puede durar días, salvo si la que permanece es la pena.

domingo, octubre 16, 2016

Esperas

Mira, hay alguien que hace cola.
Mira, un niño llora aburrido
mientras resuenan pitidos
que con la espera acaban.

Mira, muchas mesas vacías.
Mira, las sillas estallan
bajo el peso de la congoja
silente salida salivada.

Mira, y quien otorga, calla.
Mira, no dejes de mirar
porque es tu vida, allí
la que pasa.

Haiku I




Árbol inmóvil
el viento no te toca,
sólo silencio




domingo, octubre 09, 2016

Texto de ausente

La fila se puso en pie al unísono, creando su propia melodía de tacones y frufrús. Las ropas eran parte del decorado y la música. Giraron la cara hacía el punto indicado, aunque nadie lo había señalado. Miraron. No sabía si era peor todos esos ojos observando, o el silencio asesino que dejaba oír cada trago de saliva. 

El texto del ausente adjudicado hacía imposible retroceder con pasos temblorosos. Se tenía que conformar con los vaivenes indecentes de sus manos. Habían dejado de sujetar hace rato los papeles, porque los había perdido, como siempre. La risa histérica dio paso a una asfixia opresora que salía de la garganta. Estaba claro que esa noche no cenaría.

Ausencia no era falta de ganas. Demasiados presentes como para obviar la silla vacía de ella, pero repleta de incógnitas. La primera, esa personita grande que nadie se había atrevido a retar. Quizás si siguiéramos en el siglo XVIII un par de guantes le habrían cruzado la cara. Pero en el siglo XXI, las masas se conformaron con cotillear alrededor de ese agujero que se había instalado en las bocas de sus estómagos.

El valor de alguien viene dado por lo que tiene, repetían. Así que nadie se explicaba el coraje arrebatador de un fantasma. Puede que el truco fuera ese: miles de palabras vertidas sin una voz reconocida, ni escuchada. Centenares de frases en tinta desconocida, pero sangrantes como cualquier herida de guerra, esas que la tele mostraba como realidad distorsionada. Por supuesto, las cadenas lo vendían como actualidad sin filtros. Total, ya venían velados los ojos por discursos incluidos en los genes. 

Un carraspeo. Ese fue todo el sonido que pudo emitir antes de sentir el dardo en la espalda. Atravesaba su pecho y vio la punta salir disparada. Sujetó el arma. Contempló vidriosamente y se dejó desplomar, con calma. Era su final la cámara lenta que señala las faltas. 

El espectro puede que no tuviera manos. Pero estaba claro que sabía cómo usar un arma.

domingo, octubre 02, 2016

Porno, feminismo y liberación sexual.

Lo primero, siento la necesidad de aclarar que esta reflexión es puramente personal y que no pretendo dar lecciones a nadie, y mucho menos, decir qué se debe hacer. Pero considero necesario expresar mi punto de vista después de varias conversaciones con amigas y mujeres de mi entorno.

En las últimas semanas no he parado de encontrarme mujeres compartiendo y dando a me gusta al anuncio del Salón del Cine Erótico de Barcelona. Este hecho me chirriaba y me provocaba cierta frustración, porque considero la industria del porno muy dañina para nosotras. Pero me contuve. Sin embargo, como el aluvión no paraba, empecé a plantearme si este ansia de compartir, si tantas mujeres apoyando algo que, para mí, nos perjudica, no entroncaba con una reflexión personal que lleva dando vueltas en mi cabeza desde hace meses. Esto es: ¿realmente tengo libertad sexual?

En pleno siglo XXI y bombardeos constantes de que vivimos en una sociedad igualitaria resultó que me tropecé con un hombre que pretendió culparme de la atracción que sentía hacia mí y que le había llevado a hacerme unos comentarios muy poco apropiados. Al señalarle la inconveniencia de dichas palabras de una forma educada, él se rebeló e insistió en que era mi culpa. Si bien le dejé claro que, independientemente de que yo hubiera o no hecho algo (insinuarme), él es un ser humano adulto que debe saber controlar sus impulsos en aras de la educación y convivencia (igual que lo hago yo y la mayoría de nosotras), sus palabras retumbaron en mi cabeza y me hicieron revisitar nuestros encuentros.

Al rememorar los instantes vividos con él descubrí, no sin sorpresa, que si bien era una persona por la que no me había sentido atraída en ningún momento y que, simplemente veía como un posible amigo o colega, cuando él se había mostrado cariñoso e interesado en mí, automáticamente y sin mediar pensamiento alguno yo había respondido de la misma forma cariñosa y con carga sexual que había recibido de él. Es decir, sin interés alguno por mi parte en tener relaciones sexuales con él, había respondido de una forma sexual a sus acercamientos.

Tal fue mi asombro que me puse a pensar sobre otras ocasiones en las que hombres habían dirigido a mí comentarios subidos de tono, acercamiento físico, interés con algún contenido sexual, etcétera. Y me descubrí ofrenciéndome sin que mediara reflexión alguna por mi parte. De hecho, reconocí ocasiones en las que había tenido sexo con algún hombre, simplemente porque él había mostrado interés y yo pensaba que tenía que responder de la misma manera, sin pararme a decidir si era lo que yo quería o no.

Entendedme. Considero que es absolutamente sano y normal tener relaciones con quien nos dé la gana a cada uno y tantas veces como nos apetezca. Lo que me preocupó y preocupa es que yo responda con complacencia desde un punto de mi ser que escapa a mi control racional y que eso me lleve a acostarme con hombres que no son mi elección, si no yo un mero instrumento de sus deseos.

Al tomar consciencia de este comportamiento repetido, comencé a tener mucho cuidado en cómo respondía a según qué comentarios y comprobé que, efectivamente, mi instinto primario era mostrarme solícita y complaciente. El darme cuenta de ello me ha permitido, en los últimos meses, elegir a quién dedicaba mis atenciones y a quién no, con un alto grado de satisfacción personal. Descubrí que me sentía mejor conmigo misma después de los encuentros sexuales que haya podido tener, porque surgían de mi plena consciencia y elección.

De la misma forma, he comprobado que la mayoría de los hombres no lleva bien que se les señale, ni tan siquiera con la máxima educación y dulzura de la que soy capaz (que son muchas), que no es un comportamiento adecuado insinuarse de forma nada sutil a una mujer que, de ninguna manera y en ningún momento ha mostrado interés, o que si lo ha mostrado en algún punto, ha dejado claro que ya no lo siente.

En cualquier caso, como los resultados de mi toma de conciencia me habían resultado tan positivos, decidí hablarlo con algunas de mis amigas íntimas. Realmente yo pensaba que mi digamos, sumisión en el plano sexual, venía por problemas personales con la afectividad, que ya están resueltos. Pero cual fue mi sorpresa al comprobar que la mayoría de ellas, al contarles mi experiencia, me confesaban que lo sentían igual en muchas ocasiones.

Aunque mis amigas son de grupos diversos, quise cerciorarme y empecé a preguntar a otras mujeres de mi entorno. También muchas de ellas se sorprendían diciéndome que les había pasado, pero que no habían sido conscientes hasta que yo les conté mi situación.
Igualmente, empecé a buscar artículos y libros sobre el tema. De hecho, ahora mismo estoy embarcada en Neoliberalismo Sexual. El mito de la libre elección, de Ana de Miguel, pero he querido escribir ésto antes de terminarlo porque necesitaba que fuera algo personal.

El caso es que resulta que un buen puñado de mujeres se hallan sorprendidas por haber estado aceptando y dando cariño y su propia sexualidad a hombres que, de haberse parado a pensarlo si quiera unos segundos, no habrían sido objeto de su atención. Pero que el mero interés de ellos, les habían llevado a aceptar su compañía.
Es decir: la supuesta libertad sexual de muchas mujeres se reducía, en muchos casos, a acostarse con hombres que habían mostrado interés en ellas, sin que mediara un interés inicial correspondido.

No sé a las que leéis ésto, pero a mí no me parece mucha libertad si mi respuesta parte de mi insconsciente, al que enseñaron que debo ser sumisa, complaciente, predispuesta y servicial.
Pero no me quise quedar solamente ahí, porque no se trata de que venga un tío y nos diga: ¿follamos? y nosotras hayamos dicho sí sin pensar. Así que empecé a centrarme en las 'bromas' de contenido sexual que recibimos a diario cada una de nosotras.

Así comprobé que, por ejemplo, en grupos de whatsapp con presencia heterosexual mixta era muy común que ellos lanzaran 'bromitas' a algunas o todas las chicas del grupo con contenido sexual. Si me centraba en conversaciones de tú a tú, era igualmente común que en algún momento de la relación, ellos dejaran caer con mayor o menor sutileza alguna frase que daba a entender su deseo de mantener relaciones sexuales conmigo o la chica que fuera.

Y aquí, vuelvo a aclarar. No todos los hombres lo hacen. Y ni siquiera les achaco a ellos toda la responsabilidad porque también se trata de mecanismos aprendidos, pero aquí y ahora estoy hablando de lo que nos pasa a las mujeres. De la misma manera, si existe una relación consentida con contenido sexual verbal, es absolutamente aceptable y para nada criticable.

De todas formas, me resultaba llamativo que muchos de esos comentarios de contenido sexual se hicieran sin que mediara ningún tipo de señal previa de atracción, ni por parte de ellos ni de ellas. Simplemente aparecían como algo 'natural'. Tan natural que si yo o alguna otra señalaba la inconveniencia de ese tipo de comentarios saltaban una o varias voces acusándonos de falta de humor y resaltando una y otra vez que era 'broma'.

Así que resulta que es una broma que me digan 'vente a los vestuarios a celebrar que ya estás bien, que me estoy duchando', o 'ese vestido te queda mejor en el suelo' por parte de hombres a los que no les he mostrado interés ninguno. Y yo carezco de humor si no las acepto.

De manera que mis opciones son: o les río la gracia y les sigo el juego aunque no me apetezca; o soy una aburrida, sosa, estrecha, feminazi, por indicar de forma educada que ese comentario está fuera de lugar... Una vez más, no sé vosotras, pero yo ahí no veo libertad ninguna. Primero, porque sólo se me presentan dos opciones, segundo, porque ninguna de ellas me deja a mí bien parada.

Y en medio de este aprendizaje personal llega el anuncio del Salón de Cine Erótico de Barcelona. Un anuncio en el que una actriz porno crítica a una sociedad que demoniza su profesión, mientras hipócritamente lo consume y sexualiza casi el cien por cien de la vida social. Un anuncio tan bien construido y pensado que consigue que una gran cantidad de mujeres, principales perjudicadas por la industria del porno, lo aplaudan, citen, vean, compartan y alaben de forma abrumadora.

Entonces a mí me empieza a entrar urticaria, pero me callo porque no quiero polemizar. Comienzo a leer tímidas críticas al anuncio (mucho menos publicitadas) y me digo, 'ay, menos mal, no me estoy volviendo loca' (adjetivo muy usado a lo largo de la historia para calificar a las mujeres que pensaban, igual que histérica). Pero mis amigas siguen compartiendo. Y yo no puedo más, y les hablo, y les mando un artículo que habla sobre la industria del porno (https://elestadomental.com/diario/el-porno-) y les planteo si se han dado cuenta de que los primeros hipócritas son los miembros de la industria del porno... Entonces es cuando ellas se paran (igual que con el sexo) y reflexionan y surgen voces que me dan la razón y dejan de alabar el anuncio, y surgen voces que me llevan la contraria y yo respeto igualmente.

Sin embargo, la mayoría de quienes no están de acuerdo conmigo me citan a un puñado de actrices que aseguran haber elegido libremente y sentirse cuidadas y arropadas por el mercado. Y, de nuevo, tengo que hacer un parón: una minoría nunca será significativa, así que vuelvo a plantear mi análisis.

El porno tiene una primera cara visible: las películas. Ya hay un buen número de estudios, ensayos y estadísticas que demuestran que la inmensa mayoría del porno actual reproduce deseos y fantasías únicamente masculinas. Si bien en las últimas décadas han surgido directoras que le han dado un enfoque distinto para acoger, no ya la apetencia sexual de lesbianas, si no de mujeres heterosexuales; la gran mayoría de las películas siguen presentando a la mujer como un mero objeto. Me atrevo ir más allá, la mujer es un compendio de agujeros en los que meter las pollas de unos hombres deseosos de manejar, humillar, dañar a su compañera en aras de su exclusivo placer con la excusa de que 'ellas lo quieren'. 

No me vale que me digan que el porno es de consumo exclusivo de adultos y que cada uno puede tener la fantasía o sexualidad que desee, por cuanto a día de hoy el porno es la principal escuela sexual de adolescentes que, de esta forma, aprenden que la única manera de tener sexo es con mujeres sumisas y hombres agresivos. Y si aprenden que ésa es la única opción, deja de haber libertad porque se anulan el resto de infinitas opciones.

Pero luego está la otra parte del porno: la industria. Resulta que esta industria maltrata en bastantes ocasiones a sus actrices, muchas veces con sueldos también más bajos para ellas (ahí reproducen el sistema de mercado quasi universal), pero también las presiona, en el mejor de los casos, y obliga, en el peor, a filmar escenas que no son de su agrado o que pueden llegar (y en ocasiones llega) a producirles daño físico (ni entro en las consecuencias psicológicas).

Aquí aparecerán las críticas de: ellas saben en lo que se meten y lo eligen voluntariamente. Y aquí vuelvo a recordar en qué consiste la libertad y en el escaso margen para ejercerla que tienen muchas mujeres.
Porque si una mujer se encuentra en una situación económica de absoluta pobreza y su única salida es meterse en el porno, no es libertad. Porque si una mujer es arrancada del seno de su familia/entorno/espacio de seguridad y la única opción que le presentan para ganarse la vida es el porno, no hay libertad. Porque si a una mujer se la educa desde niña como si fuera una basura, como si sólo tuviera su cuerpo o su belleza para sostenerse y acaba en el porno, no es libertad. Y, sin llegar a esos extremos: porque si a las mujeres se nos educa para ser serviciales, para estar siempre dispuestas a la ayuda y al servicio de los hombres, a que callemos y aceptemos las referencias sexuales continuas hacia nuestra persona, a ver normal que se nos trate como objetos: no hay libertad. 

Por tanto, me encuentro en un punto en el que tengo que frenar en seco y reconsiderar todo mi planteamiento acerca de mi libertad sexual (y la de todas nosotras). No quiero que, de repente, se haga una caza de brujas contra el porno, ni que se crucifique a las actrices o consumidoras que lo defienden. Tampoco pretendo decir que no haya mujeres que con verdadera libertad elijan hacer porno o consumir el mayoritario, porque las formas de acercarse a la sexualidad son únicas y personales. 

Sin embargo, espero que esta reflexión personal provoque una mirada atenta y racional por parte de otras mujeres (y hombres). Una simple parada en nuestro comportamiento, en nuestras respuestas al acercamiento sexual, en aras de comprobar si de verdad somos libres. Porque da igual si la sociedad insiste en que hay igualdad mientras se nos exige libertad sexual entendida como promiscuidad, pero se nos llama putas si escogemos acostarnos con quienes queramos y tantas veces como queramos. Y, sobre todo, porque no quiero que haya más mujeres que, en algún punto de su vida, se descubran frustradas, tristes, dolidas por haber llevado una vida sexual que iba en contra de su propia naturaleza o deseo.