Rubia y con ojos claros. Como un duende, mejor, como un elfo por acercarnos más a uno de sus ídolos, J.R.R. Tolkien. Como el personaje mítico, su apariencia de fragilidad es sólo eso, una imagen que oculta el fuego del interior.
Tiene la serenidad de un volcán dormido, porque cualquiera de sus pasiones desata toda su fuerza interior y la llena de una energía que desborda y contagia al que esté cerca. Ella apenas lo sabe, pero ese empuje también puede amilanar al más valiente y alejar al que se atreva a importunarla.
Mira al mundo sopesándolo y es capaz de ponerse al nivel de sus alumnos para ayudarlos y conseguir mejorar la sociedad que la rodea. O, al menos, lo intenta desde un trabajo que yo no me atrevería a escoger ni en un millón de años. Sin embargo, ella lo desempeña con el entusiasmo del principiante, sin serlo; con la ilusión de poder cambiar algo, pese a los desengaños; con el ansia por superarse que deberían mantener todos los profesores a lo largo de su carrera.
Si sabe que la necesitas olvida cansancio y otros menesteres para ofrecer su apoyo incondicional. En persona o a través del teléfono usa la empatía como si ella misma viviera la situación, porque sabe ponerse en tu lugar, a la vez que mantiene la mente fría para no dejarte cometer injusticias contra otros.
Amiga de sus amigos, quizás le faltó enfrentarse a una o dos ruedas de prensa más para saber que su presencia no importuna, que es bien recibida sea expresamente invitada o no. Porque hay veces que la timidez le supera (¿y a quién no?) y, entonces, puede dejarse llevar de nuevo a su caparazón que, afortunadamente, desechó frente a mí para dejarme compartir sus alegrías, sus penas y sus anhelos.
Como resto de ese caparazón le queda una increíble capacidad para asumir sus momentos bajos y levantar la cabeza con los pies firmemente anclados en el suelo. En esos instantes grises compartirá contigo sus pesares si le preguntas, pero más a menudo, optará por callar, mirarse dentro y curarse sola sus propias heridas, con una gran capacidad para recomponerse y salir volando, como el ave Fénix, aunque, tal vez, con un pequeño lastre de desilusión.
Desde hace años tengo la suerte de poder contar con ella. Por carta, en persona y por teléfono, me ha salvado la vida más veces de las que ella misma sería capaz de reconocer y aunque, seguramente en todo este tiempo la he defraudado más de una vez y le habré fallado en algún que otro momento, tiene la lealtad de olvidar los fallos y seguir al pie del cañón.
Tiene las cosas claras y lo dice, algo que se agradece en un momento en el que la hipocresía es moneda habitual de cambio, pero nunca de una forma abrupta, sino todo lo contrario, porque no ofender a quien no se lo merece es una de sus reglas.
Ahora tiene un año más, otros doce meses que hemos compartido en la distancia y en la cercanía, y espero que sigamos así mucho tiempo, para reírnos, para quejarnos del mundo y arreglarlo tantas veces como ambas necesitemos.
Tiene la serenidad de un volcán dormido, porque cualquiera de sus pasiones desata toda su fuerza interior y la llena de una energía que desborda y contagia al que esté cerca. Ella apenas lo sabe, pero ese empuje también puede amilanar al más valiente y alejar al que se atreva a importunarla.
Mira al mundo sopesándolo y es capaz de ponerse al nivel de sus alumnos para ayudarlos y conseguir mejorar la sociedad que la rodea. O, al menos, lo intenta desde un trabajo que yo no me atrevería a escoger ni en un millón de años. Sin embargo, ella lo desempeña con el entusiasmo del principiante, sin serlo; con la ilusión de poder cambiar algo, pese a los desengaños; con el ansia por superarse que deberían mantener todos los profesores a lo largo de su carrera.
Si sabe que la necesitas olvida cansancio y otros menesteres para ofrecer su apoyo incondicional. En persona o a través del teléfono usa la empatía como si ella misma viviera la situación, porque sabe ponerse en tu lugar, a la vez que mantiene la mente fría para no dejarte cometer injusticias contra otros.
Amiga de sus amigos, quizás le faltó enfrentarse a una o dos ruedas de prensa más para saber que su presencia no importuna, que es bien recibida sea expresamente invitada o no. Porque hay veces que la timidez le supera (¿y a quién no?) y, entonces, puede dejarse llevar de nuevo a su caparazón que, afortunadamente, desechó frente a mí para dejarme compartir sus alegrías, sus penas y sus anhelos.
Como resto de ese caparazón le queda una increíble capacidad para asumir sus momentos bajos y levantar la cabeza con los pies firmemente anclados en el suelo. En esos instantes grises compartirá contigo sus pesares si le preguntas, pero más a menudo, optará por callar, mirarse dentro y curarse sola sus propias heridas, con una gran capacidad para recomponerse y salir volando, como el ave Fénix, aunque, tal vez, con un pequeño lastre de desilusión.
Desde hace años tengo la suerte de poder contar con ella. Por carta, en persona y por teléfono, me ha salvado la vida más veces de las que ella misma sería capaz de reconocer y aunque, seguramente en todo este tiempo la he defraudado más de una vez y le habré fallado en algún que otro momento, tiene la lealtad de olvidar los fallos y seguir al pie del cañón.
Tiene las cosas claras y lo dice, algo que se agradece en un momento en el que la hipocresía es moneda habitual de cambio, pero nunca de una forma abrupta, sino todo lo contrario, porque no ofender a quien no se lo merece es una de sus reglas.
Ahora tiene un año más, otros doce meses que hemos compartido en la distancia y en la cercanía, y espero que sigamos así mucho tiempo, para reírnos, para quejarnos del mundo y arreglarlo tantas veces como ambas necesitemos.
5 comentarios:
Te he contestado en mi blog, porque lo he visto allí primero. Muchas gracias.
Por cierto, debe ser que me miras con buenos ojos, pero los de este duende (los elfos son demasiados perfectos) son marrones (jaja).
Un beso enorme, de verdad. Y gracias por estar siempre cerca, estés donde estés.
¿Y no pueden ser marrones claros?
¡Qué va, qué va! Ya me gustaría... Pero bueno, me sirven para ver (y leer) a gente que merece la pena.
vaya, pues yo siempre los vi claros, toy más ciega de lo que pensaba.O sea, que además de captar la altura como me da la gana, el color de los ojos también, pues mira tú, que sí que vivo en mi mundo...;)sorry por el error
No, no... si era coña. Vamos, si después de lo que me has escrito, te echo en cara un desliz que además, mejora mi físico, pues vamos listas...
Gracias de nuevo.
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