jueves, febrero 20, 2020

Cielos

Esa calidez como abrazo de abuela que cuenta mil historias. Desde batallas terminadas porque el cielo azul así lo quiso, hasta amores que se iniciaron para acabar en el ocaso de los días. Un calor fresco que empieza a oler a cambio de estación, a nuevas esperanzas, a desperezarse del crudo invierno. 

Ni siquiera las ráfagas de viento rezagadas que revuelven el pelo y levantan faldas con un toque frío borran el templado deseo de sonreír a un mundo que no se ha parado aún, a pesar de tantas plegarias.

Es un tipo de felicidad que parece sin motivo y que tiene todos los posibles, porque ya sabemos que la dicha se compone de fragmenos inimaginables y cambiantes para cada una y en cada momento. 

Trae al cuerpo y a la mente familias anheladas, amores no deshechos, caminos asfaltados con cariño para que no tropieces. Asume posibilidades convertidas en realidad a golpe de chasquido de dedos, invita a danzar en los pasos de peatones, canta sin atino en duchas improvisadas bajo fuentes de colores, añora pies descalzos sobre arenas finas. 

Y todo en un instante. 

Ese de mirar las nubes y descubrir de nuevo el firmamento.

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