lunes, marzo 06, 2017

Gris sobre fondo negro

Salieron de la bidimensionalidad que los atrapaba y miraron cara a cara su versión a todo color 3D. No eran sus sombras, que seguían pegadas a sus pies. Su reflejo en gris se les enfrentaba lleno de vida, en la tonalidad apagada que ensombreció la tarde. La sonrisa percibida en el momento inmortalizado por la cámara tenía el deje de la ironía cuando la boca pareció pronunciar palabras no escuchadas. 

Enfrentarse a sus propias sombras chinescas no formaba parte del plan de trabajo. En un arrebato de pavor, apagaron las luces. Se escuchaban, en el silencio, las cuatro respiraciones: dos pausadas, dos expectantes. Quienes tenían voz no se atrevían a usarla. Los mudos, parecían chillar sin enfado. Sólo por hacerse oír. 

No se atrevían a moverse, ¿desaparecerían como el humo falso del rastro del proyector? Pero sintieron el tacto. Sus dobles desdoblados, carentes de conciencia, o de prudencia, o del miedo que reflejaban sus ojos, acariciaron el brazo y las yemas de los dedos de quienes provenían. Eran padres sin elección y sus hijos eran sus almas perdidas en la oscuridad que dejan los focos por los que se creían iluminados.

Aquel tacto, caliente como la luz que los había creado, provocó la risa salida del centro del cuerpo. Una compulsión de felicidad indefinible que les dio aún más miedo. Se miraron. Se  miraron sin creerse a sí mismos enfrentados y giraron la vista. Agarrarse a uno mismo siente extraño en unos dedos poco acostumbrados a las propias caricias. La bondad solía estar reservada para casos de incendio.

Se dejaron abrazar por esa parte sombría que nunca habían querido reconocer. Había claroscuros que les habían pesado como plomo. La venganza provenía de la ligereza con que los tocaban, dejando en cada roce parte de sí mismos en el color de vida. Ser uno, siendo dos. Ser todos, siendo uno. 

La magia se rompió cuando la apertura de la puerta dejó entrar el ruido de la calle y les cegó como los focos de los coches a los conejos en mitad de la autopista. 

Para M. C., cuya imagen chinesca me inspiró. 

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