El otro día vi en el telediario una protesta de una plataforma por la vivienda digna. Se encadenaron a un barril de cemento y a unas farolas frente a la Generalitat (creo, o de la presidencia, no estoy segura) porque se celebra en Barcelona un salón inmobiliario. Me pareció una buena protesta: pacífica, llamativa, contundente y breve (no tanto como les hubiera gustado a algunos, porque la policía tardó un rato en desencadenarles).
Me gustó esta forma de pedir una solución al tema de la vivienda, porque no fue violenta y dejó claro que los jóvenes hemos llegado a nuestro límite. Y resalto lo de que no fue violenta porque, últimamente,demasiadas manifestaciones juveniles acaban en contenedores quemados y tiendas arrasadas (da igual el motivo de la marcha), dando una imagen irreal de quiénes somos.
Porque los jóvenes, esa masa a la que miran con un cierto desdén desde la clase política y económica de este país, somos algo más que una materia informe. Somos millones de personas a las que les está llegando el momento de decir basta, porque pase con los sueldos irrisorios, los contratos basuras, que te pidan cinco masters para repartir pizza, pero ya no podemos aguantar que, además, quieran que nos independicemos y paguemos unas casas que casi no pueden permitirse ni los millonarios (porque hay que tener millones de euros para comprarla).
Ahora que ha cambiado mi situación y voy a tener un trabajo para toda la vida he empezado a plantearme seriamente lo de comprarme una casa, pero al mirar cómo está el tema casi se me quitan las ganas hasta de buscar.
Y es que nos han inculcado que somos una sociedad de consumo, que tenemos que tenerlo todo, pero luego algo tan básico como un techo bajo el que vivir lo ponen fuera de nuestro alcance, con unos precios que no es que no pueda pagar una persona sola, es que o empiezan a formarse tríos en este país o sin ese menage à trois no hay quien tenga donde meterse.
Pero eso a los políticos les da igual, lo que quieren es que procreemos para que ellos tengan garantizadas sus pensiones (de nosotros ni se acuerdan) y supongo que querrán que criemos a nuestros hijos en la calle, literalmente, y sin la presencia de sus progenitores porque ellos (nosotros) están/estamos atados a la silla de la oficina de por vida.
Ante este panorama, no sé cuál es la solución, pero me gustó que la petición de los jóvenes por una vivienda digna que podamos pagar, mientras otros se forran con el urbanismo, haya sido algo más que una noticia de refilón.
2 comentarios:
Por desgracia, las cosas funcionan como funcionan. Mi caso: 16 kilos por un cuarto sin ascensor, más viejo que Matusalén y de 50 metros cuadrados.
La verdad es que la cosa está degenerando mucho ya, y es porque todos queremos (me incluyo) sacar tajada... Difícil solución le veo a esto.
Yo, por lo pronto, y sino se convierten en unos violentos, voy a unirme a las plataformas por una vivienda digna y a acudir a las manifestaciones. Creo que se nos tiene que oír ya y que dejen de torearnos. Y sobre todo, que la ministra deje de ponerse medallas porque los pisos no vayan a subir muchos más, cuando no suben porque ya no hay quien pueda comprarse ni una terraza.
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