Rabia que me consume, que rezuma por todos los poros de mi piel, se me pega, imposible de eliminar. Rabia, contra todos y contra nadie, dirigida a nada y que contra nada puedo dirigir porque no hay motivo, no hay causa. La rabia se instala en mi vida y me hincha la vena del cuello, me deja sin voz, me asfixia poco a poco, sobre todo porque no puedo descargarla, ¿contra quién podría hacerlo, si nadie se merece tanta y tanta rabia?
Puede haber un motivo o muchos, las injusticias del mundo, las mías, pero hay momentos en los que sólo queda esa rabia con la que no sé qué hacer. Rabia por estar esperando, rabia por tener que esperar, rabia por no hacer tantas cosas que se pueden hacer para mejorar tantas otras, rabia por estar rabiosa y siempre rabia, rabia, rabia y más rabia.
Pero casi la prefiero, porque su ausencia trae el sentimiento de culpa, la opresión en el pecho, primero imperceptible, siempre sin sentido. Puede que sea culpable de vivir, pero no encuentro ningún otro motivo por el que podrían acusarme de nada, o todos, si lo quisieran.
Es más fácil decir que hacer, si no toda esa rabia ya estaría fuera, desviada, suprimida, sustituida, canalizada hacia sentimientos o acciones más ¿humanas?
Puede que también esté ahí porque no escribo, o porque no hablo. ¿Puede uno sentirse culpable por hablar demasiado y hablar demasiado poco? Habría que estudiarlo, habría que encontrar los secretos que tengo guardados y que ni yo misma conozco, o dejarse llevar y pensar que tanta rabia es la respuesta a un objetivo alcanzado. ¿Acaso no ha sido la ironía la constante en mi vida? Quizás alcanzar una meta descubra otras nuevas que eran más importantes y no las había visto, ni las enfoco ahora. O sólo estoy cansada y la rabia ocupa el espacio dejado por el exceso de trabajo.
O, simplemente, después de 30 años, aún no he aprendido a apagar la voz que, con cuatro años, le preguntaba a mi madre cómo podía desconectarla de mi cerebro.
2 comentarios:
Sé que puede resultar una obviedad, pero a veces vivimos tanto para los demás, para lo demás,que nos olvidamos de que nuestra principal obligación pra con nosotros mismos es la de ser felices. O intentarlo, por lo menos.Haz al día una cosa que te guste, algo que te haga pensar que estás un pasito más cerca de ser lo que siempre has querido ser en tu vida. Aunque sea durante 5 minutos, el tiempo que puedas, pero hazlo. Y aunque tu rabia no desaparezca, porque las causas que la provocan siguen ahí, tendrás un rincón, un espacio, ese momento del día en que eres lo que quieres ser para recordarte quién has sido desde siempre, en realidad. Para darte cuenta de que tú y tu rabia no sois una. Que la rabia te ataca y te invade, que es un estado transitorio, pero que tú no eres eso.
Muchas gracias, pero no estoy tan rabiosa como parece. Me cabreé un día y decidí jugar un poco con eso, no te preocupes. Sí que tuve hace tiempo momentos de estar rabiosa a morir, pero como dices, voy aprendiendo a saber que la primera soy yo, así que...
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