miércoles, octubre 25, 2006

Sonreir

(Recupero esta entrada porque hay veces que se me olvidan algunas cosas...)
Hace unos días, mi amigo Jesús de Melilla recordaba conmigo aquellos locos días por Melilla (¡hace ya más de seis años!). Me decía que, a pesar de que ya estoy en los treinta, a él no se le olvida cómo subía las escaleras del ayuntamiento melillense casi volando porque casi no pesaba lo suficiente para tocar el suelo (no quiso decir claramente que estaba canija como yo sola), con mi ilusión de principiante, mi cara de niña y mi risa continua antes de las ruedas de prensa, después de las ruedas de prensa, en las noches de juerga...Incluso durante las ruedas de prensa.
Al decirme eso recordé y le dije que era verdad, que ya no sonreía tanto como antes, y él me comentó algo que me hizo pensar: "Aquí eras feliz, ¿verdad?".
No es que me planteara que ahora sea infeliz, pero lo que se me vino a la cabeza con su pregunta es que, efectivamente, allí era feliz. A pesar de un novio que no me comprendía y más bien se pasaba la vida exigiendo mi total y absoluta dedidación a su persona (mea culpa), de un trabajo que me mataba, de unos problemas en los que me metía yo solita y otros que se me echaban encima; era feliz, fui feliz. Entonces me pregunté por qué antes sí y ahora no.
¿Por qué antes podía sonreírle a la vida después de una noche vomitando sola y no precisamente por gusto, para luego tener una jornada laboral de 14 horas? ¿Por qué podía reírme de mí misma, de mis complejos, de mi desconocimiento de la vida y de mis pequeñas o grandes intolerancias? Y, sobre todo, ¿por qué ahora no?
Parecerá una tontería, pero al reflexionar de todo esto volví a valorar a los amigos. En Melilla reía y fui feliz porque tenía a gente a mi alrededor que me valoraba por lo que era, y no por lo que se supone que tenía que ser, que me acompañaba en mis coreografías absurdas en mitad de un local lleno de gente, que me hablaba como a una adulta y valoraba mis opiniones profesionales y de la vida...En definitiva, encontré a MI GRUPO, en el que pude meterme como un piñón en la piña y disfrutar de la vida con ellos.
Sin embargo, ahondé un poco más y me di cuenta de que gran parte del mérito fue de ellos, pero la que ponía la sonrisa era yo y quise encontrar todos los motivos.Quizás no siempre fui justa con Melilla, y quizás a mis treinta años sea el momento de poner ciertas cosas en su sitio. En esa ciudad cuyo cielo me enamoró y a la que le debo una visita (más bien a mis amigos) me hice adulta.
Una ciudad de 13 kilómetros cuadrados rodeada de una doble valla (ahora triple), no se sabe si para protegerse de los extraños o para proteger a los de fuera; me hizo sentir libre por primera vez en mi vida (la Facultad fue un intento frustrado). Ironías de la existencia, como gran parte de mi vida, la ciudad en la que tropecé y caí (Jesús y algunos más saben de qué hablo) me permitió desarrollarme como persona, quitarme grandes pesos de encima y, por fin, respirar profundamente y sonreír, sonreír siempre para que las nubes no ocultaran del todo el sol, para encontrar la mejor cara de todos los extraños con los que tuve que verme y sobrevivir en un mundo que me era absolutamente desconocido.
Es decir, el apoyo de mis amigos me hizo sonreír, pero tuve el apoyo porque fui capaz de sonreírles a ellos, que me arroparon sin conocerme (una y mil gracias Jesús) porque vieron mis ojos brillar de alegría…Y así en un círculo vicioso porque la felicidad me la dieron y la tenía yo dentro…
Ahí estaba el truco. Consciente o subconscientemente, la libertad que me dio Melilla me hizo desperezarme de encima a la familia y a un pasado que me oprimía y me sacó la sonrisa. Una y otra vez, cuando las lágrimas me llenaban los ojos (sí, en Melilla reí mucho, pero lloré también lo suficiente o demasiado) me repetía una y otra vez que había que sonreír, que no quería ser esa sombra de mí misma de nuevo…
…Pero me he dejado llevar de nuevo a las sombras. No vale escudarse en la oposición, el paro, la falta de dinero, la lejanía de los amigos (Valle, menos mal que estás ahí y existe la tarifa plana), la regla o el día nublado. No vale taparse detrás de nada porque ya he demostrado que puedo sonreirle a la adversidad y salir, si no indemne, sí levemente herida.Por eso hoy, un día después de mi treinta cumpleaños, sin complejos por la edad y cansada de ser un reflejo de una supuesta felicidad que lo único que consigue es hacerme infeliz, he decidido sonreír.
Sonreír porque os tengo ahí (Valle, Jesús, Olga, Paqui, Inma, Laura, Encarni, Rosabel, hasta el perdido Benito) y la distancia no parece tan grande porque es inversamente proporcional a la amistad.
Sonreír porque le tengo aquí o me tiene aquí, ¡qué mas da!
Sonreír porque sé quien soy y ahí seguís, a pesar de que cada vez me parezco más al señor Scrubge.
Sonreír porque por fin me niego a ser el viejo cascarrabias que Dickens describió tan bien.
Sonreír porque el cielo azul de Melilla sigue iluminándome por debajo y por encima de las nubes.
Sonreír, porque si no sonreímos ¿qué verán en nosotros los niños? ¿Cómo podremos alegrarnos?
Sonreír porque tengo hombros en los que apoyarme cuando me siento desfallecer, voces que me vuelven a poner los pies en la tierra, consejos que me evitan equivocarme y oídos que me comprenden, incluso las veces en que es difícil.
Y, ¿sabéis? Sólo llevo un día sonriendo y soy mucho más feliz…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lee lo que te dé la gana, escribe lo que te dé la gana, piensa lo que te dé la gana...
Sonríe.

Isabel Sira dijo...

Gracias, lo tendré muy en cuenta, porque últimamente me autocensuro demasiado...