domingo, noviembre 26, 2017

La creación del sueño

Cada vez que intento un futuro nuevo aparecen los lienzos multicolor que tienen miles de trazos distintos. Como tirar de un hilo infinito intrincado en un jersey de los de abuela, que abrazan y calientan hasta el punto que no quieres quitártelo nunca. El riesgo es ese: no querer abandonar la comodidad de la pintura cientos de veces repetida en diversas versiones, pero siempre la misma. 

Añoro la capacidad de olvidar para retornar a una posteridad tan ajena a mí como suficiente para dejarme vivir al son de todos los ritmos que mi cabeza es capaz de imaginar, pero mi boca enmudece para que mis manos no encuentren los picaportes adecuados.

Ojalá esa ceguera única de quienes han aprendido que las utopías saben mejor si las aliñas con el arrojo de crecer al lado de quienes son tan distintos que acaban siendo siameses contigo. Agudizan el resto de sentidos para hermanarse con ese otro yo que reside en cada uno, a veces fragmentado en segmentos diminutos, sólo localizables si les da la luz.

Cojo todos los pinceles disponibles y sólo me encuentro con botes vacíos en los que es imposible humedecer las ideas para aguar las preconcebidas elecciones que me llevaron hasta una cama donde yacer inmóvil mientras se agitan las ventanas hasta estallarme encima.

Los grillos acompañan a las cigarras en sones sólo audibles por mí, como preludio de la sinfonía no escrita por la que reconvertir el pentagrama en salida de incendios despejada.

Así, comprendo que el problema está en el intento y agarro con fuerza la determinación que es ser.

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