sábado, noviembre 14, 2020

Cuando él toca el piano

 Desde ese rincón, desde el que busca protegerse, de la noche, del dolor, de la sangre; observa. Contempla la oscuridad que se cierne sobre ella, hasta que la luz resquebraja tímida y con fuerza las tinieblas desde ese punto en su pecho que cree detenido desde milenios.

Sin embargo, nunca dejó de palpitar en ámbar vivo, en lava ardiente e inocua que la recorre y calma los estremecimientos del miedo ancestral que se enraíza en ella, por más que arranca una y otra y otra vez las malas hierbas.

Vibra con aquella melodía improvisada y la esperanza avanza a través de la tristeza. No pierde las lágrimas. Encuentra el arcoiris en ellas y puede seguir, así, mirando esas nubes negras sin olvidar la calma después de las múltiples tormentas que la arrasaron.

Siente el abrazo tierno y protector con las notas que tiemblan en la punta de sus dedos y necesitan salir y ser libres, sonar libres, compartirse por el aire infinito y llegar a los corazones sensibles a ellas. Hay quien no sabe escuchar y hay quien escucha aunque no quiera. 

La lágrima roza el labio entreabierto entre el sollozo y la sonrisa de comprender la compañía, la protección, a veces proveniente de ella misma, a veces de unos brazos amigos. Sigilosos se acercan para dar consuelo, ser el paraguas que refleja la luz interna.

Ahí también reside su belleza.


Para Jetro Molina. La inspiración llegó desde las yemas de sus dedos acariciando las teclas.


viernes, julio 24, 2020

Contacto

Tumbados, juntos, en la lánguida penumbra del verano. Con esa pereza rica que se permiten a veces. Recorriéndose en caricias suaves, sin apenas tocarse, pero lo suficiente para sentir el placer de la piel respondiendo a ese contacto y los centros neuronales contestando con gusto.

Los ojos semicerrados, dejándose llevar por la indolencia del calor, disfrutándose con los arrumacos mutuos y propios. La ternura recorriéndoles a ambos y con miradas de deleite. No necesitan nada más, solo sentirse, dejarse llevar como si tocaran el piano en el cuerpo del otro, convirtiendo sus figuras en la magia que se encuentra dentro de ellos.

La respiración se ha calmado y no hacen falta palabras. De hecho están en un silencio gustoso y lleno de significados: amor, cariño, complicidad, confianza. Todo lo que son juntos e individualmente resumido y condensado en mimos. 

La tarde va cediendo, notan los cambios de luz proyectados en la pared que dejan pasar las persianas echadas. No quieren salir de allí. Es su burbuja personal, su espacio seguro y calmo, donde son ellos sin tener que dar explicaciones ni decir nada. 

De manera que la penumbra de la tarde va dejando paso a los rosas y naranjas del atardecer y a las luces de la noche. No quieren romper el sortilegio y permanecen echados, ya casi dormidos y aún rozándose. 

Finalmente el sueño les vence. Duermen con una mano apoyada en la cadera del otro. Sus labios sonríen. 

Felicidad.


Dedicado a Israel Castro, por la selección musical que me ha inspirado y a A. por nuestras prenumbras

jueves, junio 18, 2020

Lejos

«Me deseas por la distancia que nos separa».

La frase cayó entre ellos hasta el abismo que ella tenía claro que existiría eternamente. Hay placeres prohibidos y placeres que nacen para no ser. Para quedarse agazapados con media sonrisa y a la altura de la punta de los dedos, siempre ahí, siempre irrealizables.

Satisfacen como la fruta parcialmente madura, en la que no sabes si te tocará un bocado dulce o ácido y, aún así, la comes porque te ha entrado por la vista y no puedes evitar caer en la tentación. 

De forma que se lanzaron. Se zambulleron en una no existencia palpable, tan real como las pieles propias que se acariciaban en la presente ausencia del otro. Bebieron de las fuentes mutuas en una compañía solitaria que, a pesar de todo, satisfacía una parte de ellos que no habían descubierto hasta entonces. No es que algo fuera mejor que nada; es que la nada estaba tan llena de contenido como un campo vacío puede ser anuncio de una gran cosecha.

Se dejaron caer el uno en el otro hasta sostener las fantasías y las certezas que los componían. Se mezclaron en carne, fluidos y tacto sin rozarse. Se disfrutaron sabiendo que el deleite era personal y no compartido; se complacieron, sin tener claro que al otro le hubiera llegado.

Y hablaron. La caricia dejó de ser importante porque no era del otro. Las palabras sí calaron. Trenzaron hilos compartidos hasta construir un puente sobre el precipicio. Cambiaron tornas por espacios comunes.

Se encontraron. 


sábado, junio 13, 2020

Envidia

No soy de naturaleza envidiosa. Me alegro sinceramente por la felicidad y logros de otros. Por vidas repletas y regocijos ajenos. Comparto sanamente y forma parte de mi dicha.

Sin embargo hoy, de nuevo sentada tras el cristal, mirando la vida pasar, envidio. Codicio la valentía del resto, o su fuerza, o su carácter o aquello que les permite ir a la calle, con miedo o sin él, y continuar en viejas rutinas renovadas por un parón obligado. Ambiciono una cabeza en la que no salten mil alarmas cuando me dirijo a la puerta de casa, un cuerpo no atenazado por el temor hasta el punto de ser un bloque de piedra que me inmoviliza entre estas paredes que debía celebrar y empiezan a ser un cárcel casi autoimpuesta, porque me condeno yo, pero no.

Y he buscado toda la ayuda posible y alguna imposible. He expresado y he pedido. Y me obligo, me empujo hasta que el pecho se convierte en bomba que ahoga mi garganta y cierra mi estómago.

Sin éxito.

No quiero envidiar. 

Sólo quiero poder caminar a vuestro lado.

sábado, mayo 30, 2020

No vida

¿Sabéis lo que es tener clarísimo que está en tu cabeza y no conseguir que el cuerpo responda a la lógica aplastante? ¿Comprender con absoluta certeza que soy yo, que no hay nada fuera, pero no evitar que cada músculo esté en posición de defensa y huída? ¿Intentar empujar las piernas, mientras los pulmones quieren colapsar y el corazón se dispara como si estuviera corriendo una maratón en segundos, al mismo tiempo que el cerebro grita "¿qué narices estás haciendo? ¡sal de una puñetera vez!"?

Esa es mi vida en las últimas semanas. 

Contemplar desde dentro y desde fuera a la vez cómo estoy dividida en dos partes que ni siquiera son cuerpo y mente, porque son cuerpo y mente juntos y todo revuelto. Frustrarme por tenerlo claro pero no ser capaz de dar el paso, ni figurada ni literalmente. Tener ganas de llorar y de darme patadas a mí misma. Sentirme tan idiota como me verán los demás, o algunos de los demás, por tener un miedo irracional a algo que llevo haciendo desde la adolescencia: dar un paseo sola. 

Escribo esto desde mi sofá pensando que parece irreal porque aquí, segura, sin ver la calle, ni la gente que hay en ella, ni las mascarillas, ni los coches, ni todo lo que ha vuelto porque eso es la vida, no se siente que haya ocurrido nada. Que sólo estoy inventando una distopía barata y mala porque ninguna protagonista se quedaría en un rincón mirando la vida pasar. Eso sería una novela existencialista, también mala, pero no una distopía. En la ciencia ficción el personaje batallaría, crearía vacunas en semanas, alimentaría a los necesitados, llevaría cuchillos, armas y sonreiría de medio lado. 

Sin embargo, resulta que en esta realidad que me ha tocado vivir y que desde niña me dije que no ocurriría porque moriría antes de que pudiera pasar, no batallo, no salvo a la humanidad, no rescato el último vestigio de nuestra civilización. Apenas me auxilio a mí misma, como para ser la heroína de nadie.

Y no me entendáis mal. No cuento esto para daros pena. Ni siquiera me doy pena yo, siempre supe que soy una cobarde. Lo cuento para intentar sacar de mí la angustia incontrable y transformarla en una historia. Como esas que llevo creando toda la vida para hacer reír a los demás, o para quitarle hierro, o simplemente porque es quien soy. 

Pongo mi ansiedad por escrito para ver si es hoy el día que en lugar de repetirme una y otra vez: "esta noche salgo, esta noche va a ser el día, esta noche caminaré al menos diez minutos y estaré tranquila", sea el momento en que no me digo nada y simplemente abro la puerta.


viernes, mayo 22, 2020

En suspensión

Me pregunto por qué comprender algo no es aprenderlo. Al menos no cuando salimos del ámbito académico. Se me daba bien estudiar. Se me daba bien comprender y aprender los conceptos. 
No soy tan buena viviendo. Se me da mal entender e integrar. 
Me aferro a viejas ideas de la misma manera extrema en que me niego a permanecer en el pasado que me construyó, a veces con daño. 
Quizás precisamente es el dolor mamado lo que me ancla en estos nuevos sufrimientos que son idénticos. Es el repudio de mí misma, como fui repudiada, quizás casi desde el nacimiento. 
Por una madre que te dice hija de otra y un padre que no te reconoce como su semilla. 
Me desvío.
Comprender no es aprender cuando se trata de mí y de lo que puedo significar en un mundo en el que se supone que todos tenemos nuestro hueco.
La mayoría de las veces pienso que esa es una patraña y que aquí quien más y quien menos se pelea consigo y el resto por darse una importancia que nadie le ha asegurado tener. Porque se da por supuesta, cuentan. 
Quizás estoy en la minoría que tiene una lucidez imprescindible o la locura exacta para ver las cosas como son.
Quizás estoy en la media que se desvía del camino y desdibuja los contornos para no perderse entre la solidez de una realidad construida con palabras que no pueden contener todos los significados.
Sea como sea, aquí me encuentro. Comprendiendo, que no aprendiendo.
Aceptando a duras penas, porque preferiría tener plastilina entre mis manos y ser una artista.
Aun sabiendo que el resultado nunca me dejaría del todo satisfecha. Es lo que tiene ser inconformista. O gilipollas, según se mire. 
Contemplo. Por si parar de darle vueltas y dejarlo quieto obran el milagro de darle vida y sacarme del atolladero. 


A J.M. que sin saberlo me devolvió las ganas de escribir


Bach

No se dio cuenta hasta que desapareció. De repente, un día, notó que faltaba algo. Que había un cambio, no llegaba a saber cual era. Pero el vacío, allí reposaba.
La melodía base, la nota que construía su propia canción no estaba y se había percatado demasiado tarde porque nunca la había sentido. La tenía por tan segura que no fue consciente de que era uno de los pilares de su existencia, que daba sentido y continuidad al desastre hasta transformarlo en lo que empezó a llamar felicidad.
Estaba tan en segundo plano, que la obvió como carente de importancia y se dedicó a los acordes libres de sus pasos. Pensó, locamente, que la estructura no requería cimientos, que las casas se empezaban por el tejado, que el amor no era un camino de ida y vuelta.
Hasta que ella se alejó.
Los primeros días la rueda siguió girando como si nada.
La segunda semana el motor empezó a griparse.
El día 21 cuando no recibió respuesta a la llamada no quiso darle importancia.
Al mes, la vorágine de la rutina dejó de serlo y cuando se giró y encontró ausencia el corazón se le encogió un poquito. Pero no quería. No era partidario de reconocer que sentía. Y sin embargo, dolía.
Dolía la falta de risas compartidas, la carencia de palabras escritas a la vez, paseos en silencio en compañía, ser escuchado con ojos embelesados, los ánimos en el desánimo.
Tuvo que reconocer que su existencia se componía de diferentes ritmos.

                                                                       ....

Así es como le gustaba ser y había sido siempre. El bajo constante que se mantiene dando forma imperceptiblemente, salvo para oídos expertos. 
Le gustaba entrar en las vidas y dejarles el buen sabor de boca del círculo cerrado, el arcoiris en mitad de una tormenta.
Se transformaba para adaptarse, sin dejar de ser ella y sin hacer desaparecer al otro. Un potenciador natural del sabor que nadie percibía hasta que faltaba su presencia.
Aunque, en realidad, nunca se iba del todo. Era semilla y polinizadora, era lluvia y era sol, que permite crecer y cuida. 
Con pasos suaves de bailarina entraba y salía del escenario, grácil, como si volara sobre los días de aquellos que se encontraba y decidía adoptar para su causa.

                                                                   ....

Y en mitad del bosque donde la música la había transportado mientras contemplaba los dedos recorrer el piano y las notas la embriagaban, su cabeza descubrió las miles de historias que se escondían debajo de la pieza. Al sentir en la nariz el frescor de los árboles y la caricia de las plantas en sus piernas creyó que sólo cabía un cuento que narrar, hasta que, de un golpe, encontró los ojos de él, igual de extasiados. Todos y cada uno de los relatos que sonaban al mismo compás para quien quisiera dejarse arrastrar, la llevaron.

A J.M. cuya explicación al piano me ha inspirado.

domingo, mayo 10, 2020

Firmamento

Dejar ir.
Dejar ir lo que fue. Lo que nació distinto para cada uno. Lo que no existió.
Dejar ir lo que se deseaba y ahora da miedo. El miedo mismo de antes. Y el de ahora.
Dejar ir el peso y la opresión. Las ganas de una libertad que era falsa.
Dejar ir lugares, personas, sensaciones, recuerdos (ciertos, falsos).
Dejar ir sueños, pesadillas, ideas, fragmentos.

El me dice qué hace.
Yo le cuento qué siento.

Comprender que hay incomunicación que surge de las entrañas.
Aprehender que hay comunicación que no necesita lenguajes, pero es difícil de sobrellevar cuando no se expresa.

Ver el globo que se eleva y serlo.
Acariciar el fino hilo que lo sujeta y sentir el escalofrío suave.
Dejar que su reflejo en el sol se convierta en la luz solar porque hay sombras más reales que los cuerpos.

Fluir.
Como aguas cristalinas.
Estancarse en juncos que se doblan al viento como yo debería y no recuerdo haber hecho.

Dejar ir.
Que alguien me enseñe cómo hacerlo.

Para R.M. por estar, por escuchar, por hacer que surjan las palabras.

domingo, marzo 29, 2020

Cansancio

Estoy cansada. Cansada de sentirme así. De no saber si es que no sé o es que lo hago queriendo. De no saber si es que no sé dejarme querer o elijo mal o siempre será para mí un mal momento. Cansada de que me digan lo maravillosa que soy las personas que no pueden compartir la vida, mientras los que sí se limitan a mirar desde la barrera porque ¿qué sería yo sin la profecia autocumplida?

Cansada de desmontar los cuentos de hadas y haber sido toda mi vida mi propio caballero para que las ranas se me resistan tanto como los príncipes y no quede caballo que montar ni tren que perder por estar con quien sea que quiero. 

Agotada de querer llorar, de no poder, de poder, de dejar de escribir(te), de escribir(te), de decir lo que siento, de callarlo, de abrirme en canal, de cerrarme en banda, de ser yo una y otra y otra vez y llegar a lo mismo. 

Y que sí, que no estoy sola, que no necesito a nadie, que la vida puede ser maravillosa. Y es fantástica y me gusta y casi por primera vez en mi vida de verdad quiero vivir y soy feliz y lo tengo todo y casi siempre me basta pero cuando no, cuando no es una mierda.

Y está muy bien deconstruirse y conocerse y analizarme y dejar que me analicen y escuchar y aplicar y seguir adelante y saber que habla la ansiedad que nada tiene que ver con todo esto. 

Y duele igual y me apena igual y me importa un carajo que no haya motivos porque los hay y es que no consigo coger de la mano a esa niña que no lloró nunca porque esta adulta siente que abrió las compuertas y la riada no va a terminar nunca. 

Así que sí, estoy cansada. De que no me contestes, de que contestes por contestar, de que no sepas expresarte, de que expreses lo que no sientes, de insistir cuando sé que es lo que no quiero, de aceptar cuando sé que no es lo que quiero, de decir no y querer síes. 

Del autoengaño, del engaño descarado, de la verdad que creo, de las mentiras que me cuento y me cuentas y me cuentan, de las suposiciones.

Porque yo necesito que me digan. 

Nunca tuve madera de Sherlock.

domingo, marzo 08, 2020

Vivir

Tengo un cuerpo en continua tensión. Al que me obligo a poner conciencia cada segundo para decirle, «eh, relaja, ya está bien, aquí estamos seguras». Con el que cada minuto tengo que liberar los hombros, descargar las piernas, respirar profundo y calmar el corazón.

Tengo una mente en perenne alerta. Siempre dispuesta a saltar, siempre en defensa. Una cabeza a la que cada instante tengo que recordarle que aquí estamos, seguras, tranquilas. Que no hay guerra ni batalla, que no hay alarma.

Tengo un cuerpo y una mente que no nacieron así. Que aprendieron. Aprendieron que recibir golpes todos los días era la norma, que la agresión no tiene por qué ser física ni directa hacia mí para que duela, que estaba sola y que para sobrevivir no podía dormirme ni un segundo. 

Tengo un cuerpo y una mente que nacieron con una fuerza salvadora que, con todo, sólo quiso y quiere reír y bailar; que miran a los temporales y se recuerdan «pasarán», aunque sea más tarde que temprano.

Nací con una capacidad inmensa de tristeza y unas ansias infinitas de vivir incluso cuando todo mi ser grita muerte. 

Crecí con la suerte de encontrarme a personas que una y otra vez me dijeron que no estaba sola, que no me dejaron sola, aunque otras lo hicieran. 

Y aprendí. Aprendí a desaprender que la vida es sólo dolor, pena y soledad. Aprendí a desaprender que confiar es muerte y que esconderse era la mejor manera. 

Entonces llegan días, o semanas, ya no son meses, en que todo vuelve a pesar tanto que casi olvido. Es cuando solo vosotras, en negro sobre blanco, azul sobre marfil o en el viento de mis ideas, me atáis a lo que queda de mí. Y lo que resta, entre lágrimas, es que gana la vida, incluso cuando no quiera.

domingo, febrero 23, 2020

Paseo

Tengo la manía de mirar las ventanas de los edificios. Imaginar cómo son las viviendas. Pensar quiénes las habitan, cómo son sus vidas. Idealizar, supongo.

No sé cuándo empezó esta manía, pero sé perfectamente cuándo se agudizó. Melilla. Mi primer intento de encontrar un hogar propio. Tardé meses. Me quedé paralizada y mientras tanto soñaba con un lugar mío, en el que sentirme en casa, segura, feliz. Lo que Virginia Woolf proclamaba décadas antes y que yo desconocía era mi anhelo secreto. Así que, mientras no era capaz de moverme, miraba. Contemplaba edificios y ventanas encendidas mientras paseaba, mientras iba al trabajo, mientras volvía de él, cuando salía. Observaba los edificios y las ventanas con sus cortinas y sus luces, a veces con sus siluetas de habitantes que siempre imaginaba con mejores vidas, con mejores elecciones, más felices.

También se despertaba mi curiosidad por saber cómo serían esos pisos, grandes, pequeños, espaciosos, decorados clásicamente, modernos, de familias enteras, de solitarias como yo,...

Ahora, que tengo el que puedo llamar hogar, sigo sintiéndome paralizada y me descubro de nuevo mirando balcones y vanos, preguntándome qué esconden, con ganas de llamar al azar a un telefonillo y decir: ¿me enseñaría su casa? Y pasear por ella como una niña luciendo vestido nuevo. 

Seguramente tiene algo que ver mi incapacidad para sentir que exista un hogar para mí. No sentí tenerlo de niña, me cuesta sentirlo ahora, aunque creo que lo tengo construido, en cierto modo. La angustia de rehacer lo que debería haber sido depurado hace años me convierte en la anhelante paseante que mira hacia arriba mientras camina y fantasea. Y siente que se le escapa entre las manos la posibilidad porque no es capaz de tenerla. 

Y también están mis ansias de ver todo edificio por dentro, descubrir recovecos, saber si están bien o mal construidos o distribuidos, averiguar cómo viven los demás, cómo sienten y cómo siguen cada día con sus vidas, cómo toman elecciones, si son felices, cómo son felices.

A la vez que pienso lo uno y lo otro me pregunto; ¿alguien más mirará hacia dentro?

jueves, febrero 20, 2020

Cielos

Esa calidez como abrazo de abuela que cuenta mil historias. Desde batallas terminadas porque el cielo azul así lo quiso, hasta amores que se iniciaron para acabar en el ocaso de los días. Un calor fresco que empieza a oler a cambio de estación, a nuevas esperanzas, a desperezarse del crudo invierno. 

Ni siquiera las ráfagas de viento rezagadas que revuelven el pelo y levantan faldas con un toque frío borran el templado deseo de sonreír a un mundo que no se ha parado aún, a pesar de tantas plegarias.

Es un tipo de felicidad que parece sin motivo y que tiene todos los posibles, porque ya sabemos que la dicha se compone de fragmenos inimaginables y cambiantes para cada una y en cada momento. 

Trae al cuerpo y a la mente familias anheladas, amores no deshechos, caminos asfaltados con cariño para que no tropieces. Asume posibilidades convertidas en realidad a golpe de chasquido de dedos, invita a danzar en los pasos de peatones, canta sin atino en duchas improvisadas bajo fuentes de colores, añora pies descalzos sobre arenas finas. 

Y todo en un instante. 

Ese de mirar las nubes y descubrir de nuevo el firmamento.

domingo, enero 26, 2020

Domingo

Caminaba buscando el sol. El frío y la lluvia del invierno se le habían metido en los huesos y el alma; y su espíritu, no especialmente amante del verano, reclamaba, sin embargo, algo de calidez que calmase la oscuridad que se había cernido sobre ella en los últimos días. Con paso ligero, no entendía un paseo a otro ritmo, se deleitaba con la luz brillante y la calma. 

Porque deambular un domingo por la mañana por la ciudad no tiene nada que ver con hacerlo un sábado o un día de diario. El último día de la semana es perezoso y así también la gente, que se levanta tarde por la vida social nocturna de la noche anterior o por el puro placer de permanecer en la cama.

No es que ella no hubiera remoloneado. Pocas cosas le gustaban más que permanecer somnolente en el lecho dejando ir la mente. Al amanecer sus pensamientos eran más claros, menos peligrosos que en las noches y se podía permitir el lujo de divagar sin miedo. 

Pero hoy se había levantado algo más rápido y mientras tomaba su desayuno como le gustaba, como si tuviera todo el tiempo del mundo (lo cual le daba algún problema de retrasos en los días laborales), al ver al astro rey empujando la niebla y las nubes había sentido la repentina necesidad de caminar, de dejar no sólo a sus ideas, si no ella entera deambular sin rumbo.

Despabilada como iba, percibía aún con más claridad la indolencia de la ciudad, con calles casi vacías, y con las pocas personas que se encontraba, igual que ella, sumidas en sus pensamientos y a un ritmo totalmente cambiado con respecto al resto de la semana. No era temprano y, no obstante, parecían las primeras horas del día, por la niebla rebelde que aún dejaba jirones prendidos de los edificios y el silencio en las avenidas. 

Disfrutaba. Su vagabundeo solitario le sacó una sonrisa y dejó a sus pies ligeros. Descubrió edificios que siempre habían estado ahí y nunca se había parado a apreciar, recorrió nuevas calles viejas, contempló sus lugares preferidos y se sintió de nuevo parte y ella. 

Sus pasos perdidos la llevaron a encontrarse.

sábado, enero 25, 2020

De vuelta

Haber desandado tantas veces el camino no hace más fácil no volver a él. Las respuestas aprendidas te permiten vislumbrar las otras sendas, pero no siempre te habilitan a tomarlas antes de tropezar de nuevo con los mismos muros que te llevaron a plantarte delante de ella y decir «no puedo más». Y vuelves a no poder más y a tener ganas de llorar y enfadarte y te enfadas, sobre todo contigo. Y también con esos que te enseñaron mal porque ellos no lo sabían de otra manera. 

Recurres a mil y un trucos y herramientas, te apoyas en esas redes que, gracias al cielo, sí que supiste crear y te sostienen, vaya si te sostienen. Son fuente de vida y confianza, cuando la autoestima se empieza a diluir en la sangre que escapa de ti entre tus piernas sin venir a cuento. Aunque viene a colación porque por mucho que quieras controlar, la vida te enseña que es mentira y que vivir es eso, tener lo inesperado, para bien, para mal, para regular y, sobre todo, para aprender. Aprender otra vez. Lecciones y lecciones y lecciones que ya creías saber al dedillo y que se disuelven como las personas en aquella película que podría ser una metáfora de tu vida, si no fuera porque tuvo un final feliz y ya dudas de que existan realmente.

El pellizco, ese del estómago que sí es bueno y te recuerda que la felicidad no es un estado constante, si no un camino que se va haciendo con cada paso, por minúsculo que me parezca desde este aterrador espacio que conozco tan bien que casi me anula. 

Y recuerdas aquella que eres y te niegas una y otra vez hasta que empiezas a comprender que se trata de abrazarla, abrazarte, aceptar que es una parte de ti y que simplemente necesita el arrumaco que la niña reclama por ausencia en presencia. Procuras no pegarle una nueva patada, ya que perderla de vista no la anula, muy al contrario, la refuerza para que sea ella la que deje tu cuerpo y tu mente con tal paliza que quieras que te lleven a una UCI de la que no salgas en tres meses, para que al volver todo haya cambiado.

Da igual que te asuste el cambio, piensas que sería mejor así y no. No. Dentro de ti pelea la que se paró y dijo estar harta y derruyes de nuevo las piedras con las que te chocas como si fueran lanzadas a ti para romperte. No te rompes.

Te vuelcas en esa soledad que de amiga pasa a contrincante acérrimo para recuperarla y recuperarte. Para usar las esquirlas que han quedado de los ladrillos demolidos para rehacer la casa en la que habitas y que has decorado con tanto amor como fue posible después de haberlo perdido completo, por no haberlo sentido cuando era fundamental.

Entonces te dejas ir, porque la deriva es, realmente, el fluir que tu alma lleva anhelando y no ha comprendido. Sin entenderlo te dejas acunar y acudes a la salvación que existió desde que tienes memoria y te refugias y recuerdas y te calmas y respiras.

Inhalas nuevo aire que es igualmente conocido porque lo elegiste hace tiempo. Te paras. 

La soledad vuelve a tornarse riqueza.

viernes, enero 24, 2020

Letargo

Convencida de haber caído en una hibernación eterna se confió. Abandonó la alerta perenne sin comprender que simplemente acumulaba sus horas frías para revivir con la llegada de una primavera joven. Con esa somnolencia buscada en la que creyó dejar en suspenso el paso de la savia, paró de levantar cortezas acumuladas para impedir que llegasen a ella. 

Se puso en movimiento. Creyéndose atrapada en raíces no deseadas caminó entre parajes humanos, inconsciente de que vivía, tan convencida estaba de que había logrado dejar de latir para siempre. 

Enmascaró cada paso en mecidas del viento, llamó a las nuevas casas donde se encontraba con cambios de estación y se dejó acunar por nuevas aguas sin querer reconocer que había mudado.

Así fue como el candor que volvió a su centro le pilló por sorpresa y no pudo más que sonreír y aceptar que todo ese tiempo había estado equivocada.

Para ILM, cuyas explicaciones me inspiraron.