lunes, octubre 28, 2019

Rehabitar mi cuerpo

Nadie me dijo que vivir en mí me costaría. Que habría un precio para no salirme de los límites que marcan mis huesos, mis músculos, mi piel. 

Nadie me explicó que la mayor parte de mi vida sentiría que somos dos, que yo misma elevaría mi cabeza por encima de lo mundano para intentar despegarme de mi cuerpo tanto como fuera posible. Que respiraría sin querer esos pulmones, ni esas manos, ni ese rostro, ni nada de lo que me convertía en mí corpórea, porque toda mi anatomía me hacía débil, me convertía en parte de esa mitad de la humanidad sometida.

De la misma manera que nadie me explicó mi rechazo, no hubo persona que me adelantara que formaría parte de una lucha. Una guerra contra mí misma que podría haber durado toda mi existencia.
Batallas extenuantes dentro y hacia fuera, porque allá donde acabo había demasiados que me consideraban objeto que poseer. 

Hasta que sí que hubo quien me habló. Quien me hizo comprender que no existo en esa mente etérea que siempre fue mi sueño y por la que tantas veces dejé de comer, porque ¿para qué alimentar algo que no quería?

Entonces, que es ahora, dejo todos los combates encarnizados para habitarme entera, para dejar a mi intelecto sentirse seguro y conectado y, así, disfrutar del paraíso de sensaciones, buenas y malas, y placeres que siempre estuvo en mi carne, mi piel, mis nervios y tendones.

Y dejo de percibirme pequeña, insuficiente, atrapada porque siempre consideré que residía en una cárcel muy limitada de la que no podía salir sin dejar de existir. 

Y respiro a pleno pulmón para dejar que la vida, esa que me quise negar tantas veces, recorra cada átomo de quien soy y me recuerde, me impida olvidar, que ahora sólo yo resido en mi cuerpo.