lunes, julio 09, 2018

Despertares

Todas las mañanas de verano tienen rayos de infancia. De amaneceres de despertar somnoliento y relajado con el sonido de la vida que se levanta. De mirada a la luz que entra entre las lamas de la persiana, a medio bajar para que entre el fresco. De primer pensamiento sobre si hoy saldrás en bici tempranito, sintiendo el aire fresco en toda la piel desnuda y la sonrisa que aparece invocada por ese instante de libertad sobre dos ruedas. 

Algo hay diferente en la salida del sol en el estío. Feliz. Despreocupada. Limpiadora eficaz de las mil preocupaciones que rondan la cabeza, la mayoría creadas por una misma porque me permito que el mundo pese. En estas madrugadas casi mañana, el aire respirado sabe distinto porque aligera los pulmones y abre posibilidades. Sobre todo de calma, de paz más allá del mundo adulto que se han inventado para nosotras y no siempre me vale. 

Despierta antes de que suene el despertador que me devuelva a la madurez de mis años, reposo en la cama y me dejo acunar por los ruidos de esta calle, más ruidosa que antaño y, sin embargo, ajena al bullicio invernal bajo la oscuridad de días más cortos. El sol desprende esa luz anaranjada que acaricia mi cuerpo desnudo y cuyo tacto me vuelve aún más perezosa. Quiero y no quiero levantarme. Quiero, porque siento que mi día estará lleno de opciones deliciosas. No quiero, porque cruza mi mente la constatación de que el trabajo será lo de siempre. 

Entrecierro los ojos y me dejo vacía. Paladeando las legañas infantiles y su natural alegría. Respiro niñez y no me asusto por las primeras notas del móvil avisando que ya es hora de ser mujer. 
Hoy caminaremos juntas.