domingo, marzo 29, 2020

Cansancio

Estoy cansada. Cansada de sentirme así. De no saber si es que no sé o es que lo hago queriendo. De no saber si es que no sé dejarme querer o elijo mal o siempre será para mí un mal momento. Cansada de que me digan lo maravillosa que soy las personas que no pueden compartir la vida, mientras los que sí se limitan a mirar desde la barrera porque ¿qué sería yo sin la profecia autocumplida?

Cansada de desmontar los cuentos de hadas y haber sido toda mi vida mi propio caballero para que las ranas se me resistan tanto como los príncipes y no quede caballo que montar ni tren que perder por estar con quien sea que quiero. 

Agotada de querer llorar, de no poder, de poder, de dejar de escribir(te), de escribir(te), de decir lo que siento, de callarlo, de abrirme en canal, de cerrarme en banda, de ser yo una y otra y otra vez y llegar a lo mismo. 

Y que sí, que no estoy sola, que no necesito a nadie, que la vida puede ser maravillosa. Y es fantástica y me gusta y casi por primera vez en mi vida de verdad quiero vivir y soy feliz y lo tengo todo y casi siempre me basta pero cuando no, cuando no es una mierda.

Y está muy bien deconstruirse y conocerse y analizarme y dejar que me analicen y escuchar y aplicar y seguir adelante y saber que habla la ansiedad que nada tiene que ver con todo esto. 

Y duele igual y me apena igual y me importa un carajo que no haya motivos porque los hay y es que no consigo coger de la mano a esa niña que no lloró nunca porque esta adulta siente que abrió las compuertas y la riada no va a terminar nunca. 

Así que sí, estoy cansada. De que no me contestes, de que contestes por contestar, de que no sepas expresarte, de que expreses lo que no sientes, de insistir cuando sé que es lo que no quiero, de aceptar cuando sé que no es lo que quiero, de decir no y querer síes. 

Del autoengaño, del engaño descarado, de la verdad que creo, de las mentiras que me cuento y me cuentas y me cuentan, de las suposiciones.

Porque yo necesito que me digan. 

Nunca tuve madera de Sherlock.

domingo, marzo 08, 2020

Vivir

Tengo un cuerpo en continua tensión. Al que me obligo a poner conciencia cada segundo para decirle, «eh, relaja, ya está bien, aquí estamos seguras». Con el que cada minuto tengo que liberar los hombros, descargar las piernas, respirar profundo y calmar el corazón.

Tengo una mente en perenne alerta. Siempre dispuesta a saltar, siempre en defensa. Una cabeza a la que cada instante tengo que recordarle que aquí estamos, seguras, tranquilas. Que no hay guerra ni batalla, que no hay alarma.

Tengo un cuerpo y una mente que no nacieron así. Que aprendieron. Aprendieron que recibir golpes todos los días era la norma, que la agresión no tiene por qué ser física ni directa hacia mí para que duela, que estaba sola y que para sobrevivir no podía dormirme ni un segundo. 

Tengo un cuerpo y una mente que nacieron con una fuerza salvadora que, con todo, sólo quiso y quiere reír y bailar; que miran a los temporales y se recuerdan «pasarán», aunque sea más tarde que temprano.

Nací con una capacidad inmensa de tristeza y unas ansias infinitas de vivir incluso cuando todo mi ser grita muerte. 

Crecí con la suerte de encontrarme a personas que una y otra vez me dijeron que no estaba sola, que no me dejaron sola, aunque otras lo hicieran. 

Y aprendí. Aprendí a desaprender que la vida es sólo dolor, pena y soledad. Aprendí a desaprender que confiar es muerte y que esconderse era la mejor manera. 

Entonces llegan días, o semanas, ya no son meses, en que todo vuelve a pesar tanto que casi olvido. Es cuando solo vosotras, en negro sobre blanco, azul sobre marfil o en el viento de mis ideas, me atáis a lo que queda de mí. Y lo que resta, entre lágrimas, es que gana la vida, incluso cuando no quiera.