viernes, julio 24, 2020

Contacto

Tumbados, juntos, en la lánguida penumbra del verano. Con esa pereza rica que se permiten a veces. Recorriéndose en caricias suaves, sin apenas tocarse, pero lo suficiente para sentir el placer de la piel respondiendo a ese contacto y los centros neuronales contestando con gusto.

Los ojos semicerrados, dejándose llevar por la indolencia del calor, disfrutándose con los arrumacos mutuos y propios. La ternura recorriéndoles a ambos y con miradas de deleite. No necesitan nada más, solo sentirse, dejarse llevar como si tocaran el piano en el cuerpo del otro, convirtiendo sus figuras en la magia que se encuentra dentro de ellos.

La respiración se ha calmado y no hacen falta palabras. De hecho están en un silencio gustoso y lleno de significados: amor, cariño, complicidad, confianza. Todo lo que son juntos e individualmente resumido y condensado en mimos. 

La tarde va cediendo, notan los cambios de luz proyectados en la pared que dejan pasar las persianas echadas. No quieren salir de allí. Es su burbuja personal, su espacio seguro y calmo, donde son ellos sin tener que dar explicaciones ni decir nada. 

De manera que la penumbra de la tarde va dejando paso a los rosas y naranjas del atardecer y a las luces de la noche. No quieren romper el sortilegio y permanecen echados, ya casi dormidos y aún rozándose. 

Finalmente el sueño les vence. Duermen con una mano apoyada en la cadera del otro. Sus labios sonríen. 

Felicidad.


Dedicado a Israel Castro, por la selección musical que me ha inspirado y a A. por nuestras prenumbras

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