domingo, febrero 23, 2020

Paseo

Tengo la manía de mirar las ventanas de los edificios. Imaginar cómo son las viviendas. Pensar quiénes las habitan, cómo son sus vidas. Idealizar, supongo.

No sé cuándo empezó esta manía, pero sé perfectamente cuándo se agudizó. Melilla. Mi primer intento de encontrar un hogar propio. Tardé meses. Me quedé paralizada y mientras tanto soñaba con un lugar mío, en el que sentirme en casa, segura, feliz. Lo que Virginia Woolf proclamaba décadas antes y que yo desconocía era mi anhelo secreto. Así que, mientras no era capaz de moverme, miraba. Contemplaba edificios y ventanas encendidas mientras paseaba, mientras iba al trabajo, mientras volvía de él, cuando salía. Observaba los edificios y las ventanas con sus cortinas y sus luces, a veces con sus siluetas de habitantes que siempre imaginaba con mejores vidas, con mejores elecciones, más felices.

También se despertaba mi curiosidad por saber cómo serían esos pisos, grandes, pequeños, espaciosos, decorados clásicamente, modernos, de familias enteras, de solitarias como yo,...

Ahora, que tengo el que puedo llamar hogar, sigo sintiéndome paralizada y me descubro de nuevo mirando balcones y vanos, preguntándome qué esconden, con ganas de llamar al azar a un telefonillo y decir: ¿me enseñaría su casa? Y pasear por ella como una niña luciendo vestido nuevo. 

Seguramente tiene algo que ver mi incapacidad para sentir que exista un hogar para mí. No sentí tenerlo de niña, me cuesta sentirlo ahora, aunque creo que lo tengo construido, en cierto modo. La angustia de rehacer lo que debería haber sido depurado hace años me convierte en la anhelante paseante que mira hacia arriba mientras camina y fantasea. Y siente que se le escapa entre las manos la posibilidad porque no es capaz de tenerla. 

Y también están mis ansias de ver todo edificio por dentro, descubrir recovecos, saber si están bien o mal construidos o distribuidos, averiguar cómo viven los demás, cómo sienten y cómo siguen cada día con sus vidas, cómo toman elecciones, si son felices, cómo son felices.

A la vez que pienso lo uno y lo otro me pregunto; ¿alguien más mirará hacia dentro?

jueves, febrero 20, 2020

Cielos

Esa calidez como abrazo de abuela que cuenta mil historias. Desde batallas terminadas porque el cielo azul así lo quiso, hasta amores que se iniciaron para acabar en el ocaso de los días. Un calor fresco que empieza a oler a cambio de estación, a nuevas esperanzas, a desperezarse del crudo invierno. 

Ni siquiera las ráfagas de viento rezagadas que revuelven el pelo y levantan faldas con un toque frío borran el templado deseo de sonreír a un mundo que no se ha parado aún, a pesar de tantas plegarias.

Es un tipo de felicidad que parece sin motivo y que tiene todos los posibles, porque ya sabemos que la dicha se compone de fragmenos inimaginables y cambiantes para cada una y en cada momento. 

Trae al cuerpo y a la mente familias anheladas, amores no deshechos, caminos asfaltados con cariño para que no tropieces. Asume posibilidades convertidas en realidad a golpe de chasquido de dedos, invita a danzar en los pasos de peatones, canta sin atino en duchas improvisadas bajo fuentes de colores, añora pies descalzos sobre arenas finas. 

Y todo en un instante. 

Ese de mirar las nubes y descubrir de nuevo el firmamento.