lunes, marzo 29, 2021

Cajón perdido

Hay quien lo llama precipicio. Agujero negro, vacío, desierto interior, son otros de los nombres que se le dan. Incluso pozo sin fondo u oscuridad absoluta. No sé qué apelativo escoger. Cualquiera me valdría si alguno de ellos lo hicera más pequeño, que cupiera en un bolsillo y lo pudiera meter en el cajón de los pañuelos (que no tengo) y olvidarlo como los chales que nunca uso. Sorprenderme de verlo, como los chales. y volver a dejarlo allí dentro porque no es una buena ocasión para usarlo.

Sin embargo, aún no he encontrado forma ni nombre para hacerlo desparecer. Me veo, otra vez, en la senda que me obliga a mirarlo, sentirlo y aprender. Asimilar de nuevo e intentar seguir creciendo, aunque no me vea capaz, como tampoco me veo como persona que se regodee sin más y espere que se vaya por arte de magia.

Así que lo miro, me miro, a la cara. Puedo acabar destrozada o no, pero ya dura menos. Cuando pasa el dolor, aun herida, estudio, a él y a mí en él, observo, tomo notas mentales, busco las herramientas que me dieron, respiro, siempre, respiro, y procuro no dejarle que me trague hasta ese momento en el que sé que tendrán que venir a tirar de mí, aunque sea yo quien haga la mayor parte de la escalada.

No es que me importe que me ayuden. Es que llevo demasiado tiempo contemplando el oleaje intenso y enfadado del mar como para seguir teniéndole miedo. Conozco sus idas y venidas, incluso las imprevistas tienen un patrón, un espacio oxigenado en el centro en el que respirar y ver la luz a través del manto de agua que se cerrará sobre mí y me arrastrá, en el mejor de los casos, a la orilla. En el peor, al fondo, pero ya pillé el truco de tomar impulso desde dentro.

He acabado por aceptar que, con menos intensidad, con más fuerza por mi parte, me acompañará de vez en cuando. Sólo que ahora no vendrá por sorpresa, aunque tampoco llame a la puerta. Percibiré su llegada en pequeños revuelos de mi interior, diminutas huellas que apenas se perciban y detecte; esa sensación de que he vuelto a perderme (de mí). Entonces no será necesario que llegue a lo más hondo, tendré una barca preparada, un avión, una luna sujeta. Mi lucero, aunque sea intermitente, como un faro que me salve de escollos.  

Sin embargo, duele. Y cansa. Me dejo acunar por mí misma y duermo en mis brazos, como refugio propio para despertar de nuevo con el brío necesario para continuar. Dejar el miedo y encenderme con esa luz que me cuesta tanto encontrar. Continua, porque ella es tan mía como él, y ya sabemos que el sol siempre gana.