Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Puede que sí, aunque a ésta la vaya a acompañar de alguna explicación. Aquí estamos mi amigo y yo, en Mérida, en el fin de semana de mis vacaciones, cuando vino a visitarme y le enseñé mi Sevilla, recordamos viejos tiempos, organizamos el presente y proyectamos muy poco futuro, porque hace años que ambos aprendimos que la vida cambia demasiado como para querer planearla.
Necesitaba esas vacaciones, pero sobre todo necesitaba su visita porque desde que lo conocí, hace ya diez años, se convirtió en uno de mis mejores amigos, hermano del alma y surgió entre ambos una compenetración que a veces nos asustaba hasta a nosotros. Siempre fue mi apoyo en los momentos de crisis (y ahora no ha sido menos), me enseñó a crecer y a no frustrarme por ser quien era, por parecer más joven. Me animó a mantener el espíritu de lucha, la ilusión y me apoyó y apoya hasta en las ideas más descabelladas, aun a sabiendas de que me estrellaría, porque me conoce lo suficiente como para saber que si no soy yo la que se pega el trompazo, no aprendo.
Así que lo tuve siete días sólo para mí (bueno, dos de ellos lo compartí con unaexcusa), para que me escuchara y escucharlo, para saber que el tiempo que nos mantenga separados no romperá lo que nos une y para darme cuenta de que él siempre tendrá la edad que tenía cuando le conocí , como yo para él siempre seré una cría.
Hablar con él es fácil porque siempre sabe escuchar. Me encantó caminar por mis calles para mostrárselas, después de haber paseado tanto por las suyas, porque pude observar el brillo de sus ojos, la ilusión por conocer esos pequeños rincones que formaron parte de mí y de los que tanto había oído hablar.
Disfrutamos de nuevo de nuestros bailes juntos, aunque ya no con los gritos acompañando a nuestras canciones, en eso sí se nota la distancia y el tiempo; dormimos poco; hablamos mucho; nos reímos más y me demostró que me conoce hasta dar miedo, porque se anticipa a mí y se preocupa, se preocupa, se preocupa tanto que a veces me sale la sonrisa, porque sé que le gustaría protegerme siempre de todo y de todos, aunque también es consciente de que con mi imán para las personas y situaciones raras, me vale más estar curada de espanto.
Los siete días pasaron como un suspiro, pero rota la barrera, espero que la visita se repita, que nos queda mucho por pasear, por reir y por descubrir.
Realmente, soy muy afortunada.