Resbalar hasta el sueño que me lleve a lugares que desconozco o quizás conozco por haberlos soñado. Dejarme caer hacia la profundidad de una mente que parece no ser la mía porque ni a mí misma me confesaría los anhelos o pesares que se me aparecen en determinadas noches, puede que no más agitadas que cualquier otra, pero distintas.
Y aparecen ante mí personas, situaciones, experiencias tenidas o deseadas vivir, utopías incomprensibles o relatos de una realidad totalmente imposible, aunque lo más recóndito de mi alma recree por considerarla capaz de convertirse en algo palpable, saboreable.
En la duermevela de las madrugadas, cuando decido reposa
r mi cabeza sobre la almohada, no sé si mis pensamientos son míos o de ese estado en el que podemos dejarnos flotar e inflitrarnos en terrenos pantanosos que nos permiten jugar con ideas a las que no nos acercaríamos desde la lucidez, por temor a que el mundo descubra un espíritu no del todo confesado. Todos necesitamos guardarnos esa pequeña parte de nuestro ser que será solo nuestra hasta el último aliento, porque es la esencia misma de lo que nos hace convertirnos en nosotros, guarida resguardada de ojos extraños que intenten juzgar lo que nunca comprenderían porque no conocen el núcleo mismo de nuestra existencia.

Y, a pesar de todo, me cuesta trabajo dejarme llevar, en el instante mismo en que me alejo demasiado el despertar se hace presente, muchas veces de forma abrupta, para, siquiera entre sueños, me atreva a seguir los caminos que mi propia conciencia veta.
Aún así, a veces, cuando despierto, descubro que he pisado aquellos mundos que otras veces miré con el recelo del miedo de salirme de un camino que sólo yo he trazado.
Imagen extraída de www.blogs.ya.com/miedoavolar