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Claro, y todo eso me lleva a recordar tu manía por los adornos: el autobús inglés, la
moto, el duende, los marcos de foto, nuestra oveja ... A los que, al final y a pesar de lo que te dije, yo les quitaba el polvo, con lo que odio ir quitando adornitos de las estanterías. Pero la mayoría te los regalé yo, como los peluches, nuestros osos que marcaron una época cada uno. Ahora ni siquiera sé si los conservarás, los mantendrás en casa de tu madre hasta que sus nombres se te borren de la cabeza y tu sobrino los maltrate (como todos los niños maltratan a los peluches a su forma cariñosa) y, quizás, dejen de ser lo que un día fueron... Como yo espero que el corazón deje de latir entre mis manos cada vez que lo coloco sobre la cama... Cada vez lo hago menos para no pensar cómo me lo compraste mientras yo te gritaba por teléfono y mi cara cuando llegué a casa y me lo diste...
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El caso es que no sé pensar en crear un hogar porque no sé cómo lo haría si no tengo tu opinión al lado. Y la cosa está en que no quiero tener tu opinión porque quiero ser yo la que decida cómo va a ser mi hogar, en esto como en el resto de cosas, en esto como en el lugar en el que decidiré vivir, el ocio que querré disfrutar, los viajes que haré.
Como todo, dejaré de recordarte. Más bien, recordarte no será un pesar, sino un recuerdo. Sólo eso. Y el tiempo dejará de hacérseme tan largo.