Sería bonito, aunque quizás fuera más acertado decir curioso, vivir por un día viéndote con los ojos que te ven los demás. Descubriendo esas sutilezas propias que a uno mismo se le escapan y que, sin embargo, parecen claras como cristales limpios para el resto del mundo.
Quizás así podría averiguar cómo o cuándo mi cara dejó de reflejar mi alma. O si mi cara ve más allá que yo y es ese claro reflejo de mi espíritu, que yo no consigo percibir del todo. Porque no deja de asombrarme cómo, cuando peor estoy, cuando más enrabietada, triste, perdida, angustiada o sollozante me siento por dentro, más bien me ven por fuera.
Después de casi dos meses de desesperación, quizás haya llegado a una calma que no me atrevo a creer, pero que mi cara sí cree y muestra día tras días, ganándose los cumplidos y la felicidad por mí de los que me rodean.
No me importa desprender ese algo que los demás advierten. Lo que me extraña es que yo tenga que pararme a pensarlo, por no sentirlo así, por no sentirme así.
Quizás el destino pretende que aprenda a través de las palabras ajenas, o más bien, de los ojos ajenos, que ya he llegado a ese punto de sosiego al que, en mi opinión, me debería conducir toda esta serie de calamitosas desdichas que me han tenido asustada y en tensión en las últimas semanas.
Quizás debería mirarme en otro espejo. Tus ojos.
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