Jamás pensé que esas palabras se formarían en mi mente. ¿Sentirme orgullosa de mi país? ¿Yo, que jamás he sentido ningún lugar como mi patria? Y, sin embargo, aquí me tenéis, con orgullo patrio por mi gente, por la gente que estamos en la calle, que nos hemos decidido a quejarnos de forma PACÍFICA, que nos hemos lanzado a pedir el cambio que tanta falta hacía.
Sinceramente, había perdido la esperanza. Desde hace mucho tiempo sentía el espíritu enrabietado porque yo sola no sabía como moverme, qué hacer. Y reiteraba la necesidad de salir a las calles, y hacía campaña para ello en casa, en el trabajo, con los amigos, con cualquiera que me preguntara. Pero no supe organizarlo.
Han sabido hacerlo por mí y me siento orgullosa. Orgullosa de que no seamos políticos, pero pidamos un cambio en la política y sobre todo en las personas que se dedican a ello.
Orgullosa de que no seamos economistas, pero intentemos plantear opciones.
Orgullosa de que hablemos, dialoguemos, escuchemos y nos respetemos estando en la calle como hay gente que piensa desde la izquierda, quienes piensan desde la derecha, apolíticos, creyentes y no creyentes, heterosexuales y homosexuales, jóvenes y mayores, trabajadores y parados...
Ahora nos queda, de todas formas, una tarea igual de dura que la de lanzarnos a la calle:
No cansarnos después de este domingo;
no dejarnos politizar, por muchos intentos que hay ahora mismo;
no parar hasta que, de verdad, se vea que algo se mueve por arriba, que es de dónde debería haber venido la responsabilidad y el cambio.