El caso es que el carril bici de esta mi ciudad fue creado por motivos electoralistas. A toda prisa y a todo meter se dividieron las calles y aceras para dar cabida a un metro de pasillo verde (sí, lo han pintado de ese color para que todo peatón que se precie se crea que es una alfombra para él) sin tener en cuenta espacio sobrante para coches y personas, curvas y cruces de calles. Vamos, que el trazado debieron hacerlo con los ojos cerrados y un bolígrafo que pintaba sobre un mapa.
Sin embargo, a pesar de las curvas de noventa grados, imposibles de seguir para una bici aunque vaya a dos por hora; los desniveles que te dejan los riñones en el suelo (mi bici, ya sabéis, tiene 19 años, así que nada de amortiguación); y los conductores de coches que pasan tres pueblos de mirar a ver si circula alguien por el susodicho carril antes de lanzarse como locos a pillar al pobre ciclista que esté despistado; a pesar de todo eso estoy encantada, porque puedo ir al trabajo en bici y en lugar de tardar los 40 ó 50 minutos que tardo en bus, llego en 15 ó 20.
Pero, claro, con tanto obstáculo que salvar, algo tenía que pasarme en semejante senda del diablo. Y no, no ha sido el mal trazado, ni los baches, ni el agua que se acumula cual río en cuanto caen cuatro gotas. Han sido los malditos peatones los causantes de mi desgracia, que me tiene con la pierna en alto. En concreto, han sido un grupo de alemanes obsesionados por ir al sol (con 35 grados, ahí, para ver si pillan insolación) y la vía del tranvía, los que se pusieron en mi camino.
Y es que iba yo tan feliz y contenta con mi bici por delante de la catedral, charlando con un amigo, también en bici, sobre lo divino y lo humano cuando se nos ponen en medio unos 20 alemanes de dos por dos (¿los hay más pequeños?) que ni se inmutan al percibir nuestra presencia. De hecho, les dio exactamente igual que los peatones tengan cuatro metros de acera para moverse y los ciclistas sólo un metro y medio en el que nos obligan a estar, ellos siguieron con su charlita alemana y tal.
Así que, al ver el percal y al estar totalmente prohibido que las bicis pasen a la zona peatonal (manda narices, los peatones pueden ponerse en medio, pero nosotros al parecer debemos esquivarles volando), nos dijimos mi amigo y yo: 'no viene el tranvía, así que atravesemos la vía y nos vamos hacia la otra zona de bicis'. Dicho y hecho, pero con el estrés de estar rodeada de germanos y la luna llena cerniendo su terrible influencia sobre mí, no doblé lo suficiente el manillar de mi bici... La rueda delantera se metió en la vía del tranvía (que, por si no lo sabéis, no sirve para nada porque su recorrido se hace más rápido andando), frenó mientras la trasera de aceleraba; la bici pegó un salto, salió pelín despedida y calló con un golpe y bastante descontrolada sobre la calzada y yo, ni corta ni perezosa, opté por lanzarme hacia un lado antes que caerme de boca y dejarme los piños en los muros de nuestra querida catedral.... Derrapé uno metro y algo y me quedé allí, quieta, pensando '¿me habré roto algo?'.
El susto y el dolor se me quitaron de golpe cuando todo el grupo de alemanes, que pasó de nosotros minutos antes, se avalanzó sobre mí (yo creo que esperando verme muerta) y uno de ellos (de dos por dos, cómo no) intentaba agarrarme para levantarme. No le dejé, por supuesto, y en un inglés que todavía no sé cómo me salió le dije 'I'm fine, thanks'. Claro, que no estaba nada bien, porque el codo sobre el que caí estaba morado e hinchado, el otro brazo con un quemado por el bolso y mis pies llenos de rajitas por las rueda de la bici.
Lo más curioso de todo es que esa tarde en ningún momento me dolió la rodilla que ahora me hace sufrir. De hecho, incluso fui a mi clase de capoeira con tan sólo una molestia en el codo y, al día siguiente, fui en bici a trabajar (no fuera que con el trauma le cogiera miedo). Pero, claro mi tendón empezó a decir por la noche aquí estoy y al llegar al curro y bajarme de la bici estaba toda la rodilla morada e hinchada... Dos días han tardado los médicos en averiguar qué era lo que me pasaba...Pues que iba a ser ¡una pedazo de hostia con la bici, hombre!
Y menos mal que estoy en fase deportista total y las sesiones de natación que me pego, según el traumatólogo, algo han suavizado lo que podía haber sido peor lesión. Pero, de todas formas, con tanto tiempo para reflexionar con este reposo obligado estoy empezando a buscar soluciones a los problemas del carril bici: ¿qué creéis que es mejor, llevar una katana y rebanar las cabezas de los peatones que se pongan en medio, o añadirle a mis ruedas cortantes cuchillos para seccionar piernas?
Aunque creo que al final me conformaré con comprar otra bocina más para mi bici, a ver si sonando como un camión me respetan coches y peatones...
Imagen de Illaq